“La confusión de lo real con lo ideal jamás queda impune”, sentenciaba Goethe, patriarca de las letras alemanas modernas, que durante toda su vida mantuvo una compleja relación con el Romanticismo. A caballo siempre entre el Clasicismo de Weimar y el impetuoso Sturm und Drang, fue a un tiempo inspirador de un movimiento que su larga vida le permitió ver nacer y casi desparecer y del que renegó en sus últimos años con otra famosa sentencia: “Todo lo clásico es sano, todo lo romántico es enfermizo”. Sin embargo, la semilla reaccionaria del Romanticismo ya sería imparable y, desde sus orígenes germanos, se extendería a lo largo del siglo XIX por todas las disciplinas artísticas del resto de países europeos.
Y es que, como explica el crítico literario, ensayista y catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada Jordi Llovet (Barcelona, 1947), “se produjo, en la última década del siglo XVIII, una conjunción de fuerzas de muy difícil concreción que perfilaron una estética y unos ideales para la literatura en verso y en prosa, que poseía un perfil radicalmente distinto, a veces incluso programático, al de la literatura producida en Alemania hasta aquel momento”. De ese germen contrario a la racional Ilustración y a los rígidos valores del clasicismo “nacería un movimiento fugaz pero irreprimible cuya impronta es rastreable, si no como estilo literario, sí como actitud vital, en toda producción artística posterior”.
“El romanticismo fue un movimiento fugaz pero cuya impronta es rastreable en todo arte posterior”, explica Jordi Llovet
A los orígenes de ese primer romanticismo nos acerca Llovet a través de la antología Narraciones románticas alemanas (Galaxia Gutenberg), seis piezas maestras de autores como Tieck, Novalis o Hoffmann que exploran las diferentes direcciones que tomó el heterogéneo y pluriforme romanticismo alemán, cuyos primeros postulados estableció Friedrich Schlegel desde la revista Athenaeum, altavoz literario del Círculo de Jena: “La literatura romántica debe fundir entre sí poesía y prosa, genialidad y crítica, llenar y saturar las formas artísticas de todo tipo de sustancias de cultura y animarla con las pulsaciones de la ironía. Sólo la literatura romántica es libre y su primera ley es que la arbitrariedad del escritor no se somete nunca a ninguna ley dominante”.
En contra de lo clásico
A juicio de Llovet, las características de estos primeros románticos, siempre en contra de los cánones de la literatura ilustrada y neoclásica, se condensan en “una deseada distanciación de todo compromiso con la vida pública, con la sociedad y la política; un ensalzamiento a veces apoteósico de la subjetividad y una afición a los motivos ya exóticos, ya lúgubres, ya terroríficos, ya de delirante imaginación”. Así ocurre, por ejemplo, en el relato “Kreisleriana”, del conocido cuentista y compositor E.T.A. Hoffmann (1776-1822), que en esta irónica y fascinante narración de las ficticias memorias de Johannes Kreisler, —una suerte de Julien Sorel obsesionado con la música—, compone un cuadro masivamente fantasioso sobre el mundo de la interpretación y composición de la época.
Llovet condensa el ideario romántico en "una deseada distanciación de la vida pública, un ensalzamiento apoteósico de la subjetividad y una afición a los motivos exóticos y terroríficos"
Otro leitmotiv romántico, la naturaleza, destaca en el cuento de otro gran clásico del periodo, Novalis (1772-1801), definido por Llovet como “el más filosófico de todos los románticos”. Geólogo e ingeniero de Minas, además de pensador y poeta, esta formación resalta en “Los discípulos en Sais”, el relato de un viaje iniciático a Egipto donde expresa su voluntad de apropiación de la Naturaleza y su pretensión de fusionar el mundo físico con el mundo poético hasta llegar a un mundo espiritual ideal.
Pero sin duda quizá el relato más famoso de esta media docena de joyas literarias es “La historia maravillosa de Peter Schlemihl”, donde Adelbert von Chamisso (1781-1838), romántico de última generación ya muy influido por la literatura popular y tradicional que tuvo gran auge en los territorios alemanes en su época, narra la historia de un joven imprudente que vende su sombra al diablo —no su alma, como Fausto— a cambio de una riqueza inagotable, con terribles consecuencias. El relato, reinterpretado por autores tan diferentes como Hans Christian Andersen o Walter Benjamin, fue admirado también por otros grandes, contemporáneos como Heinrich Heine y posteriores Thomas Mann.
Una tradición medieval
Este interés por las narraciones populares y tradicionales desarrollado en esa convulsa época —Alemania, todavía separada en centenares de Estados sufría entonces el fin del Imperio derivado de las guerras napoleónicas— fue otro importante punto de apoyo del Romanticismo. “Estos escritores otorgaron gran importancia a las formas literarias de la tradición popular, en su mayor parte de origen medieval y basadas en leyendas de cada nación o región, como se puede observar también en la producción musical de autores como Carl María von Weber, Beethoven o, más tardíamente, Wagner”, apunta Llovet.
“Los románticos otorgaron gran importancia a las formas populares y medievales, como demuestran la música de Beethoven o Wagner”, apunta el autor
De este mundo pretérito bebió intensamente Ludwig Tieck (1773-1853), a quien ya alguno de sus contemporáneos llamó el “Rey de los románticos”, de quien esta antología incluye el relato “Eckbert el rubio” que explora desde un planteamiento plenamente subjetivo tópicos puramente románticos como la infancia, los secretos, el miedo irracional y la melancolía. Aunque sin duda el ejemplo perfecto de esta reactualización de lo popular se da en este libro a través del relato “Michael Kohlhaas” del dramaturgo prusiano Heinrich von Kleist (1776-1811), cuya propia vida, terminada en suicidio, fue intrínsecamente romántica. En esta historia basada en crónicas del siglo XVI el protagonista se ve envuelto en un proceso judicial en el que participa hasta Lutero y que prefigura al más lúcido Kafka en su oposición entre individuo y sistema en busca de la justicia. También de Kleist, que Llovet señala como “el más comprometido de todos estos narradores”, es el último de los relatos “Los esponsales de Santo Domingo”, que narra la trágica historia de amor de un emigrado suizo que se ve envuelto en la sanguinaria revolución de los esclavos de la colonia francesa de Santo Domingo (hoy Haití) en 1803.
En definitiva, como defiende Jordi Llovet, estos seis cuentos muestran las diversas y geniales caras que adoptó en esos primeros años un movimiento trascendental y que dan la razón a Friedrich Schlegel cuando escribió en 1798: “El género literario romántico es el único que es más que un género, y el único que es en cierto modo el arte mismo de lo literario: porque, en un sentido determinado, toda literatura es o debe ser romántica”.