De Zenobia Camprubí (Malgrat de Mar, Barcelona, 1887-San Juan de Puerto Rico, 1956) persiste la imagen nebulosa y tópica de la mujer de Juan Ramón como compañera en la sombra y eterna traductora de Tagore. Pero fue mucho más: editora escrupulosa, audaz empresaria, profesora universitaria, madre a distancia de niños desamparados durante la Guerra Civil, feminista y creyente. Sin su trabajo posiblemente el poeta jamás habría conquistado el Premio Nobel ni su legado se conservaría tal y como hoy lo conocemos. A descubrirla bajo una nueva luz ha dedicado la catedrática Emilia Cortés (Utiel, Valencia, 1946) casi veinte años de investigaciones exhaustivas a través de los propios textos, cartas y diarios íntimos de Camprubí. Sus trabajos culminan ahora con la edición del segundo volumen de su epistolario (Publicaciones de la Residencia de Estudiantes), y con la biografía más completa hasta hoy, Zenobia Camprubí: la llama viva (Alianza).
Confiesa la profesora Cortés que los mayores problemas que tuvo que afrontar con este libro se los planteó la letra de Zenobia, “un poco complicada en algunas ocasiones”, la gran cantidad de cartas sin fechar en las que se sustenta, y, sobre todo, su intención de lograr que el lector “la descubra con sus ojos, no con los míos”. Por eso, insiste, la biografía está plagada de citas, de las palabras textuales de Zenobia, con las referencias correspondientes. “Yo solo las ordeno, ella lo dice todo”, explica a El Cultural.
Al principio de su relación con Juan Ramón, Zenobia lamenta "quemar tanto corazón ante tanta frialdad"
A través de las casi trescientas páginas del libro, el lector conoce de primera mano los antecedentes familiares de Zenobia y su relación temprana con la literatura: "en familia acostumbraban a tener veladas de lectura; también desde niña escribió artículos en las revistas neoyorquinas, afición que continuó durante su juventud", recuerda Cortés.
Sin embargo, cuando conoció al poeta, entendió la valía de Juan Ramón Jiménez y decidió aparcar sus “veleidades literarias” para dedicarse a “la Obra” y a su autor. El problema fue que sus padres, profundamente distanciados, encontraron en el poeta un punto de encuentro, pues los dos lo detestaron de inmediato. Isabel Aymar, la madre, se mostraba “descorazonada” y “llena de dolor” porque no creía que el poeta fuese el hombre adecuado para su hija (con el tiempo, llegó a considerarle otro hijo) mientras el padre, Raimundo, cuando le pidió la mano de Zenobia le respondió con acritud que ella ya era mayor y no podía impedir la boda pero que por supuesto no se la daba. La misma Zenobia albergó al principio profundas dudas ante la personalidad oscura, poco sociable y enfermiza del poeta, llegando incluso a decirle a una amiga que creía que no pertenecían “a la misma variedad humana”. Más aún, que resultaban “dañinos en la vida del otro”, y que le daba pena “quemar tanto corazón ante tanta frialdad”.
Finalmente, Juan Ramón quebró todas sus dudas y Zenobia, a pesar de las neurastenias de su marido, de la amargura de los años de exilio y los quebrantes económicos, “nunca lamentó la decisión. Profesora de universidad en Estados Unidos durante el exilio, fue una mujer realizada, no dedicada exclusivamente al poeta, aunque él fuera lo primordial. De hecho, al final de sus días, cuando estaba ya mortalmente enferma, el objetivo primero de su vida fue que Juan Ramón consiguiese el Premio Nobel. Zenobia siempre se preocupó de crear el clima, el ambiente propicio de tranquilidad y calma para que él pudiese escribir; le facilitó al máximo el día a día para que se dedicase a su obra. Sin olvidar el constante cuidado de su persona, ante las frecuentes crisis que sufría. Zenobia fue el eje, el equilibrio de Juan Ramón. Sin ella no sería el poeta que admiramos”.
Profesora de universidad en Estados Unidos durante el exilio, fue una mujer realizada, no dedicada exclusivamente al poeta, aunque él fuera lo primordial
La Zenobia inédita que Emilia Cortés nos descubre en este libro es una mujer enamorada pero práctica, realista y muy optimista, que hace malabares con las deudas, que comercia en
Estados Unidos con artesanía española y que aprende a conducir para romper el aislamiento del poeta. “Desde luego, era ese tipo de persona que no permite que los obstáculos le impidan ver y llegar al objetivo. Tiene una enorme fuerza de voluntad, es una mujer vitalista que goza y disfruta con las pequeñas cosas del día a día”, subraya Emilia Cortés, que en esta biografía detalla también los terribles sufrimientos de los últimos años, a merced de un marido tan caprichoso como genial, que prefería refugiarse en los hospitales ante el miedo a la muerte mientras ella luchaba sin esperanzas ni quejas contra un cáncer terminal muy doloroso, solo con el pesar de dejarlo desamparado y solo.