Josep Quintà fue un comerciante textil que se ganó un lugar entre los notables que rodeaban al escritor Josep Pla (un “Camelot” formado por historiadores, intelectuales o políticos, en la ingeniosa expresión que acuña el libro que reseñamos aquí) gracias a que disponía de un automóvil y lo puso a su disposición. Así, su hijo Alfons creció en contacto con el núcleo duro del pensamiento en torno a la memoria y el futuro de Catalunya; un privilegio que para el joven Quintà fue, sobre todo, una fuente de contactos y poder.
Volveremos a esa última palabra en el transcurso de estas líneas. Con dieciséis años, Alfons escribe una carta alucinante a Pla: o le ayuda a obtener el permiso de su padre para estudiar en Estados Unidos, o se “verá obligado” a denunciar las actividades políticas del círculo planiano ante la Brigada Política Social. En esa ocasión no conseguirá lo que desea, pero semejante chantaje consagra su retrato: ciclotímico, inteligente, grueso, malvado. Un psicópata.
Esa es la persona que logrará ser un periodista relevante en la Transición catalana, que dará el pistoletazo de salida al escándalo de Banca Catalana desde El País para luego aceptar el puesto de primer director de TV3 (pasando así, en tiempo récord, de atacar a Pujol a convertirse en una pieza clave de su diseño de país), que provocará dolor y miedo por donde circule. Un tipo acomodado en el chantaje, acosador de mujeres y de fuentes de información… Su trayectoria posterior de decadencia y breves resurgimientos culmina en 2016, cuando Quintà, que había experimentado un muy moderado redescubrimiento como adversario del Procés, mata a su pareja de un disparo y después, solo después, se suicida.
Se está hablando mucho de El hijo del chófer, la no-ficción de Jordi Amat (Barcelona, 1978) que recrea esta biografía: hablemos todavía más, porque el libro lo merece. El propio autor alude a Carrère, Vuillard o Jablonka como referentes, consciente de que está manejando recursos narrativos de un linaje reconocible. Afortunadamente, esa potencia narrativa no se pone al servicio de un juego de horror-fascinación por un arquetipo monstruoso. En cierto modo, es reconfortante descubrir en sus páginas que alguien como Quintà no tiene nada de fascinante por sí mismo: a veces casi da pena, siempre da asco, y poco más.
Incómodo para la verdad oficial de los actores políticos involucrados, 'El hijo del chófer' es un relato descorazonador sobre el poder
De hecho, Amat explicaba en una entrevista que se vio obligado a interpretarlo bajo el cliché freudiano de la pulsión parricida, aunque al principio le pareciera demasiado obvio, porque todo lo que fue descubriendo sobre él confirmaba esa hipótesis psicológica: un tipo marcado por la distancia del trato paterno. Nada menos original, por terroríficos que resulten sus actos. Sin embargo, su relación con el ecosistema que lo rodea sí que lo convierte en acorde oculto de la historia reciente de Cataluña y España, un ángulo desde el cual entender la entente entre pujolismo y poder central, la arquitectura frágil y con sombras perversas de las instituciones surgidas del 78.
Este es, en realidad, un libro de historia sobre el largo proceso que asentará un modelo de sociedad: cómo se sacrifica una verdad en favor de la estabilidad, cómo se elabora y difunde un mito, en este caso el del padre de la nación (qué escena estremecedora, la de Quintá en la sala de edición de TV3, escribiendo el reportaje que entierra el escándalo que él mismo había dado a conocer antes), cómo la energía grosera del Mal forma parte inextricable de un proyecto ambicioso. Todo ello, planteado sin diluir la responsabilidad individual en la colectiva, sin renunciar a los particularismos y el detalle, a los nombres y apellidos y fechas concretos, arroja el resultado de una tesis sobre una época, desde luego, pero no exenta de valor universal.
Incómodo para la verdad oficial que han enarbolado desde entonces todos los actores políticos involucrados, El hijo del chófer tiene en Quintà un hilo conductor más que un protagonista. La presencia mesiánica de Jordi Pujol es fundamental, mesmerizante. Y el verdadero protagonista es el poder, que siempre es el mismo pero goza de su propio arco dramático rico y complejo, de sus matices y componendas bajo la mesa (sus ramificaciones son Felipe, el Rey, Cebrián, el PSC, Tarradellas, Pedro J. Ramírez… La lista es extensa). El poder que, en su verdad más descarnada, deja atrás cualquier consideración ideológica o moral.
El momento fundacional de Banca Catalana ya había merecido páginas valiosas de otros autores (pienso en Contra Catalunya, de Arcadi Espada, aunque aquí no se cite y sea un libro tan alejado en todo al de Amat), nunca tan tensas y fibrosas como estas, tan sintéticas y narrativas. Es muy elegante que el autor le guiñe el ojo a la novela El corazón de la fiesta, de Gonzalo Torné, otro gran libro de 2020 sobre la atmósfera moral del pujolismo que sería una excelente lectura consecutiva al que nos ocupa, si todavía no lo han abordado. En todo caso, El hijo del chófer es importante y descorazonador, literatura e historia desmitificadoras.