Vindictas (Páginas de Espuma) se desprende en realidad de la colección de novela y memoria del mismo nombre creada por la Universidad Nacional Autónoma de México el año pasado para rescatar la obra de autoras del siglo XX marginadas y desestimadas. Impulsado por Jorge Volpi, coordinador de Difusión Cultural de la UNAM, el proyecto global invita a releer el canon de la literatura latinoamericana y, según destacan los editores de este libro, Socorro Venegas (1972) y Juan Casamayor (1968), “busca el trazo de nuestro linaje literario, saber cuál es nuestra herencia, reconocer y reivindicar la obra de las escritoras que nos preceden y abrieron caminos a las autoras de hoy en día”.
Por eso, en muchos casos han sido jóvenes escritoras como Mariana Enríquez, Samanta Schweblin, María Fernanda Ampuero, Gioconda Belli, Mayra Santos Febres, Guadalupe Nettel o Mónica Ojeda quienes han recomendado autoras y relatos olvidados, pero que de alguna manera les habían marcado como escritoras. Socorro Venegas llega a describir a muchas de las seleccionadas como “madres literarias” de las nuevas generaciones.
Decamerón y tabla de salvación
A la dificultad, pues, de localizar relatos que en algunos casos no se reeditaban desde mediados del siglo XX se unió la pandemia. Casamayor y Venegas comenzaron a leer muchos de los cuentos propuestos en 2019 pero no fue hasta febrero de este año cuando, a falta de viajes y cercanía, decidieron debatir semanalmente nombres, hallazgos y sorpresas, compartiendo “sensibilidades, geografías y literaturas. Ha sido simultáneamente una suerte de tabla de salvación personal y un decamerón literario que ha permitido optimizar la lectura, el estudio y la selección”.
Quizá por eso, ahora confiesan que el mayor problema al que se enfrentaron fue “de orden filológico: la difícil accesibilidad a los textos. Abordar un proyecto de lectura profunda y sistemática a lo largo de varias décadas del siglo XX entrañaba buscar esos textos, los libros de las escritoras, muchos de los cuales aparecieron en ediciones de tiradas muy cortas o en editoriales que han desaparecido. Nos enfrentábamos a una invisibilización crónica que condicionó la falta de reediciones, la exigua bibliografía viva y disponible. Leer a escritoras es realizar un doble esfuerzo”.
Además, si toda antología es una historia de ausencias, una de escritoras lo es doble e incluso triplemente, al abordar zonas como Centroamérica, “una región particularmente difícil de explorar, un filón al que nos gustaría acercarnos mucho más. También quisiéramos profundizar en la literatura escrita por afrodescendientes y chicanas”.
Por otro lado, conviene dejar claro que esta no es una antología en el sentido tradicional. No se trata de las veinte mejores narradoras de cada país, ni las veinte únicas: “Desde luego, Vindictas ofrece una muestra de lo que podemos encontrar si nos hacemos esta pregunta: ¿hemos leído los mejores cuentos latinoamericanos? El volumen apela a la curiosidad de los lectores para conocer la mirada de la otra mitad del mundo que no está representada en la mayoría de las antologías ni de los planes de estudio”.
Porque, insisten ambos, es mucho, demasiado, lo que nos hemos perdido. La propia Venegas admite que mientras editaba Vindictas a menudo sentía una combinación de rabia y tristeza. “Sí, como escritora me hubiera gustado llegar antes a varias de estas narradoras con las que siento una afinidad tremenda. Pienso qué importante hubiera sido conversar con estas obras, relacionarlas con los clásicos consagrados del Boom, con Pedro Páramo… Somos lectores inacabados si ignoramos la obra de la mitad de los creadores de un continente entero. Todos perdemos”.
De ahí que ambos coincidan en la necesidad de que una antología como esta no sea necesaria en el futuro. “Es extraño, qué fácil ha sido subestimar a las mujeres, confinarlas a la escritura de poesía o literatura para niños porque es lo que se permite a la sensibilidad femenina. Contra la borradura, contra el silenciamiento y su normalización hay que seguir trabajando, y eso toca a editores, libreros, lectores”, concluye Venegas.
El primer paso podría ser este libro, que se abre con “Inmóvil sol secreto”, de la mexicana María Luisa Puga (1944-2004), cuya vida estuvo marcada por la errancia y la escasez. Aunque en 1983 su novela Pánico o peligro obtuvo el Premio Villaurrutia, uno de los más destacados del país azteca, prefirió vivir en una cabaña a orilla de lago Zirahuén, en Michoacán, pues “quería vivir en una pobreza voluntaria”.
Tras ella vienen relatos de la hondureña Mimi Díaz Lozano (1928), la cubana Mirta Yáñez (1947), la ecuatoriana Gilda Holst (1952)… pero también de figuras reconocidas como la puertorriqueña Rosario Ferré (1938-2016) o de la chilena Marta Brunet (1897-1967) y de grandes olvidadas como la también poeta Mercedes Durand (San Salvador, 1933-1999) o la española María Luisa Elio (1926-2009), apenas recordada por ser una de las dos destinatarias de la dedicatoria de Cien años de soledad.
Cuando se les pide a los antólogos que elijan su cuento favorito, no dudan demasiado. El de Socorro Venegas es uno “que me voló la cabeza”, “Cómplices de extraños juegos”, de la argentina María Luisa de Luján Campos. “En la antología es el único texto donde la narradora es una niña. El relato es de una densidad tremenda, la realidad se va desgajando, dando paso a otra, cada vez más oscura, y revela una mirada siniestra que acecha a la infancia, y lo original es que esa mirada es captada y devuelta por esa niña. El Misterio (sí, con mayúscula) es descifrable para ella”.
Estar vivo es arder siempre
Casamayor, en cambio, elige “La espera”, de Hilma Contreras, del que destaca que reúne muchos de los elementos que se han topado en diferentes escritoras: “abordar un tema apenas transitado y muy incómodo, la rápida reacción que genera una invisibilización social y literaria, el casi abandono de una escritura y el reconocimiento tardío (Hilma recibió con cerca de 90 años un Premio Nacional de Literatura de la República Dominicana no exento nuevamente de polémica)”. En cambio, el que más le sorprendió fue “El occiso” de la boliviana María Virginia Estenssoro. Al parecer, el libro donde se incluía este relato se agotó de inmediato por su escándalo al narrar una relación amorosa fuera del matrimonio y un aborto voluntario. Y destaca el editor: “La escritura es de una vanguardia para la década de los 30 que lo escandaloso es que este libro no sea un clásico absoluto de nuestro idioma”.
Aunque, si de descubriemientos se trata, Venegas se inclina por “La sangre florecida”, de la paraguaya Susy Delgado. Más conocida por su poesía y sus traducciones al guaraní, aquí Delgado “nos abre la posibilidad de leer y escuchar en nuestro interior las palabras de una lengua originaria, y con ello viene la reflexión sobre esos ríos subterráneos de incalculable riqueza que son las lenguas originarias en Latinoamérica. Por otro lado, su texto muestra a personajes que en la vejez siguen asediados por el deseo, la crueldad, la necesidad de venganza. Es una manera de decir: esto no se acaba nunca, estar vivo es arder siempre”.
Precisamente Susy Delgado (1949) recuerda su alegría cuando los editores le propusieron incluir su cuento en Vindictas, porque su trabajo como narradora ha tenido menos difusión y repercusión. Además, este relato forma parte de un volumen por el que siente algo muy especial, pues “tiene una dosis autobiográfica que convirtió su escritura en una catarsis tan dura como necesaria”.
Más conocida también como poeta, la costarricense Magda Zavala (1951) aún no ha publicado ningún volumen de cuentos, pero sí figura en antologías poco convencionales. Académica universitaria, especialista en literatura centroamericana y gestora cultural, denuncia que al mismo tiempo que se dejaban al margen del canon a las escritoras de Vindictas, “se levantaba en América Latina otro de escritoras constituido por las que ajustan su estilo y temáticas a las necesidades del mercado editorial, y producen una literatura, en cierto modo, depurada para el consumo masivo. No aparece siempre allí de manera explícita, y sin atemperaciones lingüísticas, la violencia de género, la injusticia social endurecida con las mujeres, el racismo, el sexismo solapado, la privación de derechos humanos, como sí se muestran en esta antología”.
A la hora de recomendar algunas piezas del libro, que confiesa haber leído “con emoción”, tras algunas dudas y vacilaciones acaba prefiriendo “Cuando las mujeres quieren a los hombres”, de Rosario Ferré, aunque menciona otros, por intensos o “por dar cuenta de zonas clave de nuestra humanidad latinoamericana, como el mestizaje y la transculturación”, aludidos en “La sangre florecida” de Susy Delgado, o “Barlovento”, de Marvel Moreno.
Es el mismo que destaca la venezolana Silda Cordoliani (1953), ex gerente de la mítica editorial Monte Ávila Editores, que también comparte la admiración de otras antologadas por Gilda Holst, Ferré e Hilma Contreras, sin dejar de alabar “las sorpresas maravillosas de un primer encuentro, que han sido más: escritoras que apenas había oído mencionar o desconocía por completo y cuyos relatos me han impactado mucho, como los de Armonía Somers, María Luisa Luján de Campos o Magda Zavala”. Sin embargo, prefiere no mencionar un favorito porque, insiste, “cada uno de estos cuentos constituye una revelación, como literatura y como mirada femenina. Casi todos feroces, eso sí”