De visita por España para participar en el Festival Eñe, donde intervendrá el 27 de octubre en Málaga, junto a Pablo Simonetti en la mesa redonda Latinoamérica es un paraíso, Gioconda Belli (Managua, 1948) presenta además su nueva novela Las fiebres de la memoria (Seix Barral), que se publica hoy. Una historia de aventura, misterio y amor, ambientada en la Francia de 1847, donde la escritora nicaragüense se remonta al origen de su progenie con la figura del noble Charles Choiseul de Praslin, abuelo de su abuela, acusado de un crimen pasional que salva su vida gracias a la intervención del rey Luis Felipe I de Orleans.
La autora de La mujer habitada o El infinito en la palma, Premio Biblioteca Breve y Sor Juana Inés de la Cruz en 2008, acaba de recibir, además, el II Premio Eñe por toda su trayectoria literaria. Un reconocimiento que recibe con “mucha alegría sobre todo en estos tiempos en los que se necesita la alegría con todo lo que está pasando en Nicaragua”, sostiene. “Los reconocimientos siempre son hermosos -agradece- porque indican que el trabajo ha llegado a algún lado o que ha merecido que lo vean, que lo reconozcan".
Pregunta.- Ya que menciona Nicaragua, ¿cómo vive la situación de su país?
Respuesta.- Es muy difícil para mí pensar en que me ha tocado vivir otra dictadura. Es como un déjà vu terrible que jamás pensé que me iba a tocar en la vida otra vez y es muy triste porque han muerto 400 personas, hay dos mil heridos y cientos de prisioneros y sobre todo hay una sensación de indefensión. Este no es el caso de la revolución, donde hay una guerrilla armada contra una dictadura, este es un pueblo desarmado que cívicamente está tratando de manejar una serie de arbitrariedades del gobierno de Daniel Ortega. Ha sido algo muy cruel con abuso de fuerza y también una narrativa mentirosa por parte del gobierno donde han negado las atrocidades que han hecho y han querido convertir a la víctima en victimario. Usan un lenguaje orwelliano para tratar de crear fricción entre diferentes sectores del pueblo. La Constitución de Nicaragua no permitía la reelección y él ha violentado la constitución, la ha cambiado a su gusto y hasta ha logrado establecer la reelección indefinida. Por otro lado eligió a su mujer de vicepresidente. Es un binomio de poder terrible. Él pone el poder y ella pone el método.
P.- ¿Le ve solución?
R.- Sí. Yo creo que hay tal rechazo a lo que está sucediendo que la represión por sí sola no aplasta la determinación que tiene el pueblo de Nicaragua. Porque ya lo hemos visto, ¿no? Es historia y yo tengo confianza en que habrá una solución.
P.- Además de recibir el II Premio Eñe, va a participar en varias mesas redondas durante el Festival Eñe. Este fin de semana, sin ir más lejos, intervino en una sobre el género femenino, ¿cómo ve el papel de la mujer en la literatura hoy?
R.- Ha habido una irrupción muy importante de la mujer en la literatura en los últimos años. Bueno, desde el XIX pero ya en América Latina en particular ha habido una especie de boom en la literatura escrita por mujeres. Creo que lo que falta es el reconocimiento de la crítica. Como si no escribiéramos de los mismos temas de los hombres, como si nuestra literatura no fuera igualmente universal. Eso molesta mucho porque es una falta de respeto en cierta manera. Y lo es porque si escribes sobre la vida de las mujeres, sobre sus problemas, te quieren ver de menos porque es literatura femenina. Cuando el hombre escribe es literatura para todos, cuando lo hacemos nosotras es literatura para mujeres.
P.- Pero su novela, Las fiebres de la memoria, está protagonizada por una voz masculina, ¿le costó construirla?
R.- Fíjate que no me costó tanto como yo pensaba. Me salió hablar en la voz de un hombre. Cuando me puse a escribir esta novela y busqué el tono, donde lo encontré fue en la voz de él, el protagonista. Él es un personaje muy complejo. No es alguien que sea bueno o malo sino que es esa mezcla que es muy humana. La contradicción del hombre tiene que ver con su relación con las mujeres. Entonces me pareció interesante poderlo enfocar desde ese punto de vista...
P.- Da la sensación, de hecho, de que su protagonista culpabiliza a las mujeres de sus desgracias, incluso en un momento comenta que son las mujeres las que han creado al amor. Pero el concepto que tenemos del amor ya estaba ahí en la literatura mucho antes, ¿no?
R.- Bueno, los hombres han creado la imagen de la mujer. Ese paradigma ha sido creado en la literatura y en la religión, donde se ve ya esa dicotomía entre Eva y María. No hay punto intermedio. O eres seductora y pecadora o tienes que ser alguien casta y virgen. Entonces la visión de él es esa visión del hombre que se siente martirizado. Mucho se oye de eso. Del hombre que se queja de la mujer que se siente víctima. Hay un libro que se llamaba El varón domado -de Esther Vilar- donde la mujer se presentaba como la fuerza que domaba al hombre y, realmente, aunque la mujer haya sido víctima en el caso de la novela, también ellas son una fuerza que él no puede evitar. Entonces hay un aspecto negativo por un lado pero por el otro él llega a perder el poder masculino, que está simbolizado en su clase y en su nobleza, para ir descubriendo su humanidad. Eso le permite establecer una relación de amor diferente, reinventarse, rehacerse, convertirse en otra persona más cercana a la tierra.
P.- Precisamente la construcción de la identidad es uno de los temas que toca en su novela, ¿le interesaba especialmente?
R.- Para mí también forma parte de mi experiencia familiar. Porque mi padre fue hijo de una relación fuera del matrimonio y a los 18 años él se da cuenta de que la que pensaba que era su madre, era su abuela y el que pensaba que era su hermano, era su padre. Imagínate la reidentificación que tuvo que hacer él de todo eso. A mí siempre me sorprendía cuando hablaba con él cómo lo había aceptado, como veía como algo inevitable que él se tenía que adaptar porque tenía esa mentalidad del respeto profundo a la autoridad paterna y familiar que ahora ha cambiado. Eso por un lado, por el otro porque yo misma viví fuera de Nicaragua muchos años. Entonces también entendí cómo la identidad del que emigra cambia, como tu voz existe en otro idioma, hay una parte de vos que no está. A mí, por ejemplo, me costaba mucho bromear en inglés. El humor es intraducible. Hay algo de la espontaneidad que se pierde, hay cierta inseguridad por si estás haciendo las cosas como realmente quieres que suenen. Eso me ayudó a ponerme en los zapatos de los protagonistas.
P.- Además su novela está basada en un suceso real que le ocurrió al abuelo de su abuela, ¿cómo fue ese proceso de documentación?
R.- La investigación me llevó a Francia, a la Biblioteca Nacional de Francia. Hasta hay una película sobre el caso con Bette Davis, All this, and heaven too -El cielo y tú-, ósea que fue un caso muy sonado, fue un escándalo enorme en la Francia de 1847. También me fascinó la idea de la Revolución Francesa, del proceso de aquello, por la analogía con Nicaragua. En el sentido de que se da una gran revolución que cambia la historia de la humanidad, en el caso de la Revolución Francesa, pero que inmediatamente después viene todo lo contrario. El terror, Napoleón, el imperio... Pasan de una monarquía a un imperio, vuelve la monarquía… Les toma cien años al menos llegar realmente a la conformación de la República. Entonces leí algunos ensayos. Uno de Shelley en particular, que hablaba de la gran desilusión que fue la revolución, porque claro, él no tenía la visión que le permitía ver el final de lo que iba a pasar. Además, también es interesante porque Francia está sometida ahora a una gran presión migratoria, estamos viviendo el caso de los hondureños... Esa reflexión sobre que significa reinventarte, mirar, el ancestro, de dónde venimos.
P.- En un momento su protagonista dice que hay una extraña dignidad en la escritura, ¿diría que comparte esa opinión?
R.- Esa parte me gustó mucho. Pensé en cuán cierta es. Cuando alguien está escribiendo de sí mismo lo que proyecta es su mejor yo. Escribir te fuerza a reflexionar y al hacerlo el pensamiento sale mucho más acabado. Ese pensamiento que usas todos los días para relacionarte con la gente tiene un proceso de purificación a través de la palabra. O de desnudez.
P.- Y dentro de ese proceso, ¿piensa que la redención es posible?
R.- Sí, fíjate que sí. Así como para alguna gente, como es el caso de Ortega, no hay redención porque el poder se apodera de ellos, sí que pienso que la gente que ha estado en guerra, en posiciones muy difíciles, puede redimirse. Incluso los mismos padres y madres. Yo misma metí a mis hijas tan jovencitas en la revolución... En ese tiempo yo no pensaba… Más bien sentía lindo que ellas pudieran tener esas memorias, pero no pensaba en cómo les iba a afectar. Y claro que les afectó porque yo las dejaba. Me iba a un lado, me iba al otro... Hemos tenido un proceso de reconciliación, de rencuentro, de entendernos mutuamente. En cierta manera esa memoria que escribí que se llama El país bajo mi piel fue un intento de acercarme a ellas, de que entendieran por qué yo había tenido que dejarlas a veces, por qué tenían esa sensación de abandono...
P.- ¿La escritura le ayuda?
R.- Bueno, mira, yo soy una persona bastante... No soy introvertida pero sí menos gregaria. Había una poeta nicaragüense que decía: "Yo no soy una mujer de multitudes". En ese sentido la literatura me ha ayudado porque en el fondo si tengo una gran necesidad es de comunicarme, del colectivo, de compartir. En eso me ayudó enormemente. Y ahora con internet y la posibilidad de intercambiar con tus lectores, que es una cosa bien linda, yo tengo Facebook y puedo ver lo que me dicen y establecer una comunicación con ellos. Eso me encanta, porque te da una sensación de percibir que lo que estás haciendo tiene utilidad para otra gente, que vibra, que hay una vibración que se transmite.