No sé qué significará para el lector español que nuestro 2020 editorial arrancara (es un decir) con la fabulosa novela Poeta chileno, de Alejandro Zambra, y termine (es otro decir) con la aproximación a Nicanor Parra (1914-2018) elaborada por el siempre ingenioso Rafael Gumucio (Santiago de Chile, 1970). Dos librazos que nos permiten acceder al ecosistema de la poesía chilena, que es uno de los sistemas literarios más complejos, ricos y en conflicto de la lengua española actual, sin renunciar a ser, al mismo tiempo, obras reconocibles de autor, incardinadas en las preocupaciones y rasgos de estilo de sus respectivos creadores. Tiendo a pensar, con todo, que la coincidencia tiene que implicar forzosamente un mensaje para nosotros, o que al menos podemos asignarle uno, gracias al poder que la imaginación concede al lector: por ejemplo, ¿no desarrollamos una inesquivable conciencia de periferia frente al alambicado sistema de jerarquías, rivalidades, lealtades y programas estéticos sólidos que se despliegan en esos dos aluviones de información y atmósferas? Nunca está mal hallarse en el mapa, descubrir tu dimensión exacta. Si quieren otra prueba, no olviden recordar que la primera edición del libro que nos ocupa apareció en 2018, en la colección de la chilena Universidad Diego Portales. Dos años de retraso, nada menos.
Sea como sea, aquí estamos para hablar de Nicanor Parra, rey y mendigo, no sé si biografía, quest, memoria, ensayo o novela en torno al gran antipoeta, figura central hasta la asfixia de las letras chilenas a lo largo de al menos cinco décadas. Más de quinientas páginas que avanzan mediante capítulos breves (a veces, tenemos la sospecha de estar ante piezas un poco más extensas que el autor ha desgajado algo caprichosamente, por razones de ritmo y armonía más que de contenido: y está bien así) que, sin embargo, no transmiten una sensación fragmentaria: el hilo del pensamiento y la narrativa gumucianas es claro, seductor, asequible, forjado por una primera persona cálida que sabe confesar sus desconciertos, querencias, limitaciones o subjetividades. A menudo confiesa su renuncia a escrutar puntos ciegos en la vida de su biografiado, su negativa a perseguir los datos que convertirían el libro en una tarea de minuciosidad profesional comme il faut: pero es que el objetivo, en realidad, es otro.
Hay un pasaje del libro que resulta inevitable citar (lo hace, incluso, la contraportada diseñada por Random House), en el que Gumucio matiza: “Esta no es una biografía de Parra. Esta es una biografía con Parra. Es una biografía contra Parra. Parra es en este libro apenas un abrigo, una máscara más”. Yo no diré que es, en realidad, una biografía literaria, interior, del propio Gumucio (y no lo diré porque no lo creo, no exactamente), pero desde luego es un libro suyo, en el que el autor y su voz cuentan tanto como el biografiado y su voz, que, por cierto, es uno de los grandes placeres de esta lectura: “escuchar” a Parra, su cadencia, sus muletillas, la musicalidad de sus “nooooooo” que se alargan teatralmente, su dominio de la escena. Y, con todo, si Parra nos fascina aquí es porque tiene enfrente a Gumucio, esto es, a un narrador en primera persona, un artefacto que juega a definirse en tensión con el modelo que representa Nicanor, gigante matemático del juego y la ambición. “Escribir en persona es la única posibilidad”, reflexiona Gumucio, “pero es justamente lo que Nicanor no se permite”. También es lo que hace de este libro una maravilla.
Gumucio y su voz cuentan tanto como el biografiado y su voz, que, por cierto, es uno de los placeres de esta lectura: “escuchar” a Parra
La vida de Nicanor y, por extensión, de todo el clan Parra, con la decisiva figura de Violeta en el centro del relato, tiene dimensiones de tragedia de Shakespeare, una referencia que nos saluda desde el mismo título, puesto que ese “rey & mendigo” es el poeta, sí, pero también el Rey Lear. Los interesados en la anécdota de vida disfrutarán de este libro, que indaga en los orígenes humildes de la familia; en la perturbadora relación de sus dos hermanos más famosos; en las ramificaciones sensacionales (y hasta deliberadamente sensacionalistas) del linaje; o en las dinámicas de poder que rigen el posicionamiento de los escritores entre sí (Ginsberg, Neruda, Huidobro, Rojas, Lihn, Zurita, Zambra, Bolaño, circulan por aquí entre otros muchos) y frente a las instituciones (el Estado, los partidos políticos, la crítica literaria encarnada, entre otros, por Ignacio Echevarría). Están las mujeres, desde luego, portadoras de la noticia de la misoginia difícilmente disimulable de Parra. Está su muy incómoda actitud durante la dictadura de Pinochet. Sobre todo, está su no morirse nunca, 103 años de juventud creciente porque “escribir”, dice el biógrafo, “es establecer una relación privilegiada con la muerte”.
Y luego, en otro registro, Gumucio también explora con detenimiento y lucidez la obra del poeta, sus distintas etapas, a menudo indiscernibles de su estado vital, también de la construcción de Chile como una tradición literaria. Nicanor Parra, rey y mendigo contiene magníficos apuntes de crítica literaria antiacadémica, que se concretan en imágenes tan exactas como esta: “Usar un telescopio calibrado para mirar estrellas para ver lo que hacen los vecinos es otro resumen posible de la antipoesía”. O esta otra sentencia: que la poesía de Parra, como la de Lihn, “es el drama de la razón humillada y ofendida por la fuerza”.
La vida de Nicanor, y, por extensión, del clan Parra, con Violeta en el centro del relato, tiene dimensiones de tragedia de Shakespeare
De todos modos, para mí lo más fascinante aquí, aparte de la naturaleza dialogal entre autor y retratado, es la ambigua condición infantil de Parra, ese ser niño sin haber sido nunca niño que lo caracteriza. Porque, en efecto, su necesidad de atención, sus estrategias de conquista, su propia concepción de lo poético, su estar en el mundo, son los de alguien que no renuncia a la anarquía de la infancia; al mismo tiempo, Gumucio sentencia que “eso fue lo que no pudo ser del todo: un niño”. Parra abunda en el lío, al explicar las obligaciones que le imponía su padre por el hecho de ser el hermano mayor: “¿Habré sido mayor muy joven? Yo tenía la impresión opuesta: de que soy un niño retrasado. ¡Piense usted que publiqué un primer libro que llamó la atención a los cuarenta años!”.
Y yo recuerdo que Cristóbal Serra, un escritor católico antimoderno que interesaría sin duda al católico Rafael Gumucio y que tal vez habría interesado al propio Parra (aunque de eso estoy menos seguro), afirmaba que “cuando Cristo dice: ‘Haceos como niños’, sueña con niños indeterminados, no educados, reblandecidos, delicados, modernos…” ¿Soñaba Parra con ser un niño soñado por Cristo? Sabemos, eso sin duda, que soñaba con no morir nunca o hacerlo, en su defecto, a los 116 años. Soñaba con el infinito, que es poesía y es matemática. Lean a Gumucio y lo entenderán.