Una de las líneas principales del Álvaro Pombo narrador (Santander, 1939) se centra en el análisis de la clase media, desde las buenas familias de antaño hasta ese grupo social de difuso perfil constituido por gente acomodada. Este sector monopoliza El destino de un gato común. En él pueden catalogarse sus protagonistas: el anciano Matías Ybarra, coronel jubilado; su hijo Manuel, ejecutivo licenciado en la elitista ICADE; Adelaida, la nuera, rica heredera y niña pija; el nieto y heredero, el niño Nicolás, y la amante de Manuel, ambiciosa secretaria de alta dirección.
Este núcleo duro se completa con varios personajes complementarios que reproducen, como en uno de esos cuadros familiares decimonónicos a los que no por casualidad se refiere la novela, una representativa estampa social: la criada del coronel, doña Nieves o Gerardo, un pícaro trapacero. Más el gato que convive con abuelo y nieto y en cuyo doble nombre —Rudyard y Barraquito— sintetiza, por una de esas felices intuiciones habituales en Pombo, los dos territorios sociales, el plebeyo y el distinguido. Si añadimos que el escenario principal de la historia se localiza en el selecto barrio madrileño de Salamanca, tenemos en primera instancia un relato de alcance colectivo.
Es esta representación social un objetivo de Pombo. En ella hace un buen repaso de los tics del franquismo y el neofranquismo. Aparecen valores positivos, pero en mayor medida sus taras. El veredicto resulta poco ejemplar. Y más cuando a los convencionalismos acrisolados se añade el impacto de la modernidad en la estructura familiar. Lugar destacado en la observación ocupa el nuevo y libre modo de actuar de las mujeres. Esta veta documental de la novela tiene importancia en sí misma, pero no excluye otros objetivos muy alejados.
Pombo ha escrito de nuevo una novela culta y de pensamiento, pero sostenida en una historia de enjundia y además divertida
Como es esperable en Pombo, la trama anecdótica y su inseparable valor testimonial se convierten en sustrato para una novela de una clase diferente, intelectual. Con dos vertientes diferenciadas, el análisis psicológico y la reflexión filosófica. El destino de un gato común tiene hechura de narración psicológica clásica, con penetración en las complejidades mentales de los actores de una historia que apunta al melodrama y deriva a la tragicomedia. Las elucubraciones del coronel acerca de la frialdad que mantuvo con su hijo se decantan en un asunto espeso, la culpa. La relación cálida con el nieto, acogido en su casa por el abandono de los padres, señala la rectificación. De modo que el tándem culpa y expiación alcanzan relieve de leitmotiv. También Manuel se abre a indagaciones íntimas que sacan a flote otro asunto genérico, la responsabilidad. Y hasta el avispado niño sirve para hablar de otra cuestión, la identidad.
Este conjunto de indagaciones va emparejado con una inquietud siempre presente en Pombo, lo sustancial, lo accidental, lo ligero y leve del mundo, que ahora extiende al tiempo. La reflexión filosófica abarca un bucle de asuntos. Con cadencia meditativa desfilan Dios y la religión, la soledad, la vejez, el destino, el sexo y el erotismo. Estos hilos se encajan en el bastidor de una visión moral de la vida y se anudan, al final del libro, en un auténtico broche, una reflexión acerca de la felicidad que destila estoicismo.
Pombo ha escrito de nuevo una novela culta y de pensamiento, pero sostenida en una historia interesante, de doble enjundia, sociológica y ensayística, y además divertida por su habilidad para el registro humorístico. Temas serios resultan amenos al abordarlos con desenfado, ocurrencias anecdóticas e ingeniosidades lingüísticas. El destino de un gato común invita tanto a disfrutar con sus entretenidas peripecias como a pensar.