La barbarie de nuestro tiempo –penúltimo episodio, el asesinato en Minneapolis de George Flyod– impulsa a los escritores comprometidos a poner su talento al servicio de la denuncia. En tal perfil encaja Ginés Sánchez (Murcia, 1967), quien cuenta incluso en su haber con una auténtica novela social sobre la última crisis económica, Entre los vivos. El dilema reside en cómo hacerlo, si recurriendo al viejo naturalismo o explorando formas modernas que produzcan mayor o más intensa expresividad. Por esta última opción se ha decantado desde sus comienzos el exigente narrador murciano y a ello se atiene también al abordar en Las Alegres el dramático y perentorio asunto de la violencia contra las mujeres. Su alternativa hoy:construir una parábola.
Ginés Sánchez dispone un relato de trazas expresionistas que refleja de forma abultada una realidad oblicuamente reconocible. Elude el verismo y echa mano sin cortapisas de la desrealización y la invención. La trama anecdótica principal se emplaza en una ciudad llamada Cheetah cuya fonética parece remitir a un lugar de los Estados Unidos, aunque ciertas referencias –comida, costumbres o su moneda, el peso– apuntan a la América hispana. Ello ocasiona un buscado efecto de extrañeza. En el mismo sentido redunda el argumento, que aglutina varios episodios, el más destacado de los cuales se enuncia en el título. “Las Alegres” forman un grupo de activistas que, junto con otros colectivos organizados, se dedican a vengar los asesinatos o desapariciones de chicas jóvenes o mujeres. Aplicando el bíblico ojo por ojo, ejecutan hombres, dejando sus cadáveres ritualmente envueltos en una sábana y sembrando el pánico en la población masculina.
La improbabilidad de un movimiento definido de tal manera tiene, en cambio, la compañía de sucesos más cercanos al verismo, aunque imaginarios. Encontramos unos niños de los arrabales urbanos absortos en el teléfono y en el porno que duplican la violencia ambiental, una chica víctima impotente de un familiar abusador, unas jóvenes que se sublevan contra la crueldad colectiva, una madre y el hijo huidos del padre brutal y aterrorizados porque pueda localizarlos... Pasquines callejeros airean los asesinatos machistas.
Ginés Sánchez apura al máximo los recursos creativos en la escritura del manojo de episodios que integran su inventiva metáfora de la situación femenina sojuzgada. Toda la injusta estampa está sometida a un tratamiento de gran artificiosidad. No le basta con señalarla hora de un suceso, lo puntualiza con un gratuito detallismo: un personaje se despierta a las 4 y 17 o a las 3 y 58 minutos. El frigorífico no se queda vacío, se “extinguen” los yogures, las gambas y el arroz. La planificación de las acciones subversivas de “Las Alegres” parecen sacadas de las películas policiacas de serie B. Además no faltan, algo sorprendente en un escritor cuidadoso del idioma, fallos lingüísticos.
Las decisiones formales y anecdóticas de Ginés Sánchez no logran la suspensión de la incredulidad imprescindible para que la alegoría surta un buen efecto literario. Algún pasaje posee fuerza emocional, pero los recursos efectistas se adueñan de la novela. Las Alegres supone un alto en la espléndida carrera de un narrador muy personal y siempre, también ahora y a pesar de los reparos, interesante.