A mediados del pasado siglo, la voluntad testimonial de nuestra novela contó varias veces el caso de un ciudadano inocente que caía en la marginalidad y la delincuencia por culpa de las miserables circunstancias socioeconómicas. Algo así podría decirse de Entre los vivos, simplificando su trama. Ginés Sánchez (Murcia, 1967) cuenta la deriva de un joven, César Gusanito Gálvez, desde que pierde el trabajo y durante el par de años en que se beneficia del paro. La falta intrínseca de novedad se somete, sin embargo, a un proceso creativo que viene a ser ya la marca de fábrica del escritor murciano. Como en ocasiones anteriores, toma un asunto del repertorio literario (el hombre lobo en Lobisón, el drama rural en Los gatos pardos) y lo somete a una fuerte manipulación artística de la que sale un enfoque novedoso. La sustancia prima es la misma de Pablo Gutiérrez, Miguel Ángel Ortiz y otros jóvenes narradores con preocupaciones colectivas: la situación social de España en estos tiempos de grave crisis.
Entre los vivos contiene una materia testifical contundente que responde al propósito de abarcar todas las manifestaciones de la precariedad sobrevenida con la crisis. Se censan el abatimiento del empleado en paro y sus ocupaciones ocasionales, frágiles y hasta al margen de la ley. Se datan la picaresca que la situación genera y el ingenio inducido por la necesidad: la familia que entierra al padre en el huerto para seguir cobrando la mísera pensión. Vemos el trato impasible al parado en la visita a la oficina de empleo. Se repasan la maldad del empresario, la explotación, el engaño y el trato humillante del necesitado. No falta la especulación financiera que saca tajada del dolor ajeno. Ni las tramas conspirativas del gran capitalismo, explicadas en un pasaje didáctico burlesco acerca de la famosa prima de riesgo. Ni la brechtiana advertencia sobre cómo nadie queda libre de padecer en el futuro lo que parece mal de otros. Los daños colaterales del desempleo inciden en el ámbito amistoso y familiar: abusos de un colega, agresión furiosa entre hermanos. En suma, la crisis refleja en un espejo lo peor de la condición humana.
El exhaustivo contenido documental y la denuncia no constituyen elementos excluyentes de la novela. Al revés, más bien están concebidos como soporte de una indagación intimista. Con tintas existencialistas se muestra un mundo interior, el de Gusanito, azotado por el vendaval de la insatisfacción, que no obedece ni mucho menos solo a causas económicas. La anécdota reconstruye una vida a la deriva. Es la historia de una incapacidad para encontrar sentido a la existencia a pesar de los sucedáneos.
Fácil es encontrar alegatos de semejante dureza en la historia literaria por lo cual el mérito del autor reside en alcanzar novedad en la escritura. Lo consigue al dotar a esa materia común de un alcance simbólico mediante el recurso a una imaginería visionaria que pone en paralelo los afanes corrientes y la épica del héroe vikingo que se inmola en desigual lucha con el destino. También lo logra al trasmitir con eficacia ese bucle de inquietudes gracias a un llamativo y personalísimo estilo de sintaxis sincopada. Estos rasgos hacen de Ginés Sánchez una de las voces más originales e interesantes, además de bastante extraña, de la reciente novela española.