La conversión de W. G. Sebald en uno de los más notables autores del siglo XX europeo fue tan meteórica como fugaz, pues su tardía entrada en la escritura, pasados los 40, y su prematura muerte en un accidente de tráfico en 2001, restringen a prácticamente la década de los 90 una obra que entraba en su plenitud y madurez creativa. No obstante, esos pocos años le sirvieron para dejar un legado marcado por cuestiones que continúan plenamente vigentes como la difusa mezcla de géneros a la hora de narrar, la reflexión sobre la deshumanización que ha impuesto la modernidad -que ante su asombro toleramos como algo natural-, o la constante reflexión sobre la construcción de la identidad, individual y europea, continente sobre el que sus libros lanzan una constante elegía a lo que fue, o a lo que pudo haber sido si el siglo XX no se hubiera cruzado en su camino.
En todos estos elementos se detiene minuciosamente Cristian Crusat (Marbella, 1983), que no en vano acaba de publicar Europa Automatiek (Sigilo, 2019), en este W. G. Sebald en el corazón de Europa, texto híbrido entre libro de viajes, novela y ensayo, como los del germano, en el que al autor se interna a través de las obras de Sebald en los avatares que han conformado la Europa que hoy conocemos, prestando especial cuidado a los años que van desde finales del siglo XVIII hasta hoy, “un gran arco que incluye las fechas más recurrentes y simbólicas del catastro de síntomas que Sebald registra en su obra”.
Lejos de mandar un mensaje derrotista, Crusat defiende que la obra de Sebald debería servir para convertir la inherente nostalgia de Europa en una fuerza renovadora
Porque según Crusat, que salpica sus reflexiones de citas de escritores y pensadores de todas las épocas, la búsqueda literaria de Sebald no se orienta a explorar el declive del continente, de ahí su deliberada y oblicua omisión del Holocausto, sino a descubrir y desnudar “las contradicciones y solapamientos sobre las que arraigó el concepto mismo de Europa”. Un continente cuya identidad, perdida ya la religión común medieval y agotado, parece, el proyecto cultural humanista sostenido desde el Renacimiento, resulta tan refractaria a la estabilidad que habría que asumir que el único orden de Europa es el desorden del desastre tumultuoso.
“Sebald, singularísimo agrimensor del paisaje literario europeo del siglo XX nos recuerda que es imprescindible abandonar cualquier idea de una Europa única, homogénea y armoniosa”, afirma Crusat. No obstante, concluye, el del alemán no es un mensaje derrotista, pues en los albores de este siglo líquido en que vivimos, supo intuir que, ante los mensajes de identidad exclusiva del nacionalismo, esta multiplicidad es un valor. Si como decía Milan Kundera: "europeo es aquel que tiene nostalgia de Europa", el malagueño sostiene que “la obra de Sebald debería servir para proyectar la inherente nostalgia de Europa, no hacia el pasado, sino hacia el futuro, de modo que este sentimiento, lejos de la complacencia y la resignación con las que se asocia típicamente, se convierta en una fuerza renovadora”.