Sobre la historia natural de la destrucción
W. G. Sebald
20 noviembre, 2003 01:00W. G. Sebald, por Gusi Bejer
Los libros de W. G. Sebald (1944-2001) ya disfrutan del reconocimiento reservado a los clásicos. No hay textos menores en su producción. Todos son necesarios y perdurables. Escritor tardío y de obra breve, Sebald asimiló las transformaciones introducidas en la novela por los grandes reformadores del género, alumbrando una escritura refractaria a límites o clasificaciones.
Sebald no ignoraba que la literatura no podía repetir sus propios pasos. Por eso, desde su primera obra (Vértigo, 1990), se planteó reinventar la expresión literaria, incorporando al texto fotografías, dibujos, libretos de ópera o documentos oficiales. Ese recurso, que ya no desaparecería, se completó con una prosa introspectiva, donde la exploración del yo no excluía el aliento poético o la reconstrucción histórica. Al igual que Robert Walser, Sebald adopta la mirada del paseante, recreando viajes reales o imaginarios, donde comparecen con la misma fuerza el dato biográfico y sus recuerdos como lector, mostrando la promiscuidad entre lo vivido y lo leído, dos formas de experiencia que se compenetran con la necesidad de una ley física. No es posible constituir la propia identidad sin el concurso de la literatura, pues sólo ella nos permite transformar la dispersión de nuestras vivencias en una narración inteligible. Los cuatro relatos de Los emigrados (1993) concitaron el entusiasmo de la crítica y con Los anillos de Saturno (1995), un libro de viajes que refería su peregrinación por el condado de Suffolk, llegó ese reconocimiento unánime que se manifestó con especial agudeza en las palabras de Susan Sontag, según la cual ningún otro autor había conseguido evidenciar hasta qué punto "la literatura puede ser, literalmente, indispensable". Su última obra, Austerlitz (2001), pertenece enteramente al ámbito de la ficción. Su protagonista descubría mediante una dramática anámnesis que sus padres habían muerto en los Lagers del régimen nazi. La referencia al exterminio de los judíos europeos ocupa un lugar central en la obra de Sebald. Su interpretación de la tragedia pone de manifiesto la alianza entre la técnica y la nostalgia de lo ancestral como matriz del Holocausto. Modernidad y Romanticismo se confabularon para engendrar una ideología, donde el sentimiento telúrico convivía con la fascinación por los ingenios mecánicos, gracias a los cuales el dominio del hombre adquiere proporciones fáusticas, colonizando los océanos y el espacio.
Sobre la historia natural de la destrucción (1999) explora un aspecto ignorado y menospreciado de la II Guerra Mundial. La destrucción de las ciudades alemanas apenas ha inspirado estudios o relatos literarios. El número de obras que recrean estos hechos es muy escaso. El sentimiento de oprobio que se abatió sobre la sociedad alemana durante la posguerra, convirtió el tema en un tabú colectivo. Evocar el sufrimiento producido por las bombas aliadas parecía sospechoso en un país que intentaba redimirse de un pasado atroz. Sebald afirma que Alemania ha cerrado sus ojos, negándose a comprender las causas que desencadenaron doce años de horror y envilecimiento. El caso del escritor Alfred Andersch no puede ser más significativo. Autor tan mediocre como vanidoso, su tendencia a reelaborar esos años, distorsionando la realidad, ocultando su cobardía moral y oportunismo (se separó de su esposa judía en 1943, sin preocuparse de su destino), refleja la ambivalencia de una sociedad que deplora los crímenes de Hitler, sin aceptar su responsabilidad colectiva. La influencia -inconsciente, no querida- de la ideología nazi se aprecia incluso en su estilo, donde proliferan expresiones como sangre, salud o raza, enfatizadas por adjetivos recurrentes, como "fanático" o "radical". Al igual que Victor Klemperer, Sebald advierte que el credo totalitario también infectó el idioma. La Lingua Tertii Imperii aún subsiste en el inconsciente colectivo, manifestándose en la literatura, la política o la vida cotidiana.
Sebald reconstruye en este ensayo el espanto descargado por los aliados bajo el cielo alemán, con su emulación de los bombardeos indiscriminados de la Luftwaffe. Hamburgo, Pforzheim, que en una noche perdió casi un tercio de sus 60.000 habitantes, Dresde, Berlín. No se trata de una simple crónica, sino de una rigurosa exploración del alma humana en medio de la devastación más implacable. La mirada de Sebald no es la de un historiador. Las deslumbrantes páginas que recrean la destrucción de Hamburgo evidencian la excelencia de un estilo, donde la sensibilidad estética nunca se aleja de la solidaridad hacia el dolor ajeno. Al hablar de esas madres que guardaban en maletas el cuerpo abrasado de sus hijos pequeños, Sebald frustra la tentación del efectismo, asociando sus imágenes a consideraciones de orden moral que imposibilitan cualquier forma de autocomplacencia. El nacionalsocialismo no es una aberración de la cultura europea, sino la culminación de algunas de sus enfermedades, como la arrogancia técnica o la connivencia entre biología y política. La literatura no ha sido capaz de reflejar este fenómeno. La autopsia de un forense que se ocupa de los cadáveres del bombardeo de Hamburgo es más elocuente que muchos trabajos de sociología, incapaces de advertir que el aspecto más inquietante de la civilización tecnológica reside en su capacidad de producir más horror del que nuestra mente puede concebir. Esa desproporción nos permite ser "inocentemente culpables" (Gönther Anders), pues no podemos afligirnos ante algo que no somos capaces de representar.
El talento literario de Sebald se manifiesta en su evocación de ese cine que perdió una de sus paredes en medio de un bombardeo, sin que se interrumpiera la proyección o en el triste destino de los animales del Zoo de Berlín, que deambulan por las ruinas, incapaces de comprender lo que sucede. Es difícil olvidar la imagen de los hombres que husmean entre las entrañas de un elefante, cuya caja torácica recuerda la estructura de los edificios destruidos o la fascinación de los clientes anónimos de una librería de Hamburgo por las fotografías de los cadáveres que yacían en plena calle tras el bombardeo, mostrando esa curiosidad furtiva que suele suscitar la pornografía.
Sobre la historia natural de la destrucción es algo más que un ensayo. Es un ejercicio de rigor ético y estético que no se conforma con los estereotipos sobre el sufrimiento humano, mostrando ese impulso hacia la verdad que caracteriza a las grandes obras literarias.
Si me hubiera quedado en mar abierto (IV)
Cuando el barco zarpó de la bahía de Danzig,
Steller, que nunca se había enfrentado
al mar, se quedó un buen rato en cubierta,
haciéndose preguntas acerca de la travesía
sobre las aguas, acerca de la energía y el peso,
acerca de la sal en el aire y acerca de
la oscuridad empujada hacia las profundidades
bajo la quilla. A su izquierda,
el límite del entrante de arena de Putzig;
a su derecha, el cabo
frente a Frische Haff,
una pálida línea gris, infinita
fusionándose con un gris más pálido aún.
Frente a él lo que había sido Alemania,
lo que había sido su vida, su infancia,
los bosques de Windsheim;
el aprendizaje de las lenguas antiguas
demorándose durante toda su juventud:
perscrutamini scripturas,
¿no podría querer decir
perscrutamini naturas rerum?
W. G. SEBALD
Poema perteneciente a "Nach der Natur. Ein elementargedicht (Tras la naturaleza. Un poema elemental, 1995)", el primer libro de Sebald, un poemario aún inédito en español. Sus protagonistas son el pintor Matthaeus Grönewald, el botánico Georg Wilhelm Steller y el propio Sebald, que utiliza esas tres vidas para hablar de las incertidumbres del pasado y la carga que la historia nos coloca sobre los hombros.
Una cuestión de memoria
W. G. Sebald murió en un accidente de tráfico a los 57 años, cuando acababa de publicar Austerliz y su obra se convertía en referencia inexcusable de la prosa centroeuropea del tránsito entre siglos. "No creo que se pueda escribir desde una posición moral comprometida", escribió, y sus opiniones fueron polémicas no pocas veces, como cuando criticó la industria del Holocausto. No al compromiso, pero sí al análisis imparcial. Esa fue su premisa intelectual más importante. Denunció "la llamada conspiración del silencio, que estaba muy presente cuando yo era un niño. Hasta que tuve 16 ó 17 años nunca oí nada acerca de lo que había ocurrido en Alemania antes de 1945". Fue sólo cuando llegó a Inglaterra 1966, cuando se dio cuenta de que "había ciertos hechos históricos que habían sido sufridos por gente real". Y que habían tenido sus efectos: "Podías crecer en la Alemania de posguerra sin encontrarte jamás con un judío. Había pequeñas comunidades en Frankfurt o en Berlín, pero en una ciudad provinciana del sur los judíos no existían. Me di cuenta de que habían estado allí como médicos, clientes del cine, propietarios de garajes, pero que habían desaparecido, los habían hecho desaparecer. Darme cuenta de ello llevó tiempo, a todos nos llevó tiempo". Por eso concebía la literatura como "una cuestión de memoria" que a veces se tiene y a veces no queda más remedio que ir a buscar, aunque aseguraba que "me parece evidente que aquellos que no tienen memoria tienen una oportunidad mucho mayor de tener vidas felices que aquellos que la tienen. Pero hay algo de lo que no puedes escapar: una inclinación natural a volver la vista atrás. Si intentas escapar de la memoria acaba disparándote por la espalda". Además, "sin memoria no existiría ninguna clase de escritura. Una imagen, una frase necesitan el camino de la memoria para llegar al lector. Y ese camino nunca empieza ayer, sino mucho antes".