Es conocida la sentencia con que el psicoanalista Jacques Lacan despachó las revueltas estudiantiles de 1968: “La aspiración revolucionaria no tiene otra oportunidad que desembocar, siempre, en el discurso del amo. La experiencia ha dado pruebas de ello. Ustedes, como revolucionarios, aspiran a un amo. Lo tendrán”. A la luz del diagnóstico lacaniano se explica bien la indudable pertinencia de esta indagación de Manuel Arias Maldonado (Málaga, 1974) en la naturaleza filosófica de la ola populista que recorre el mundo. Que no sería más que una añoranza de soberanía, epílogo de una utopía sesentayochista donde, tras los sucesivos desencantos de la posmodernidad, la ilusión hubiera dejado paso a la rabia. Buscaba su amo el 15-M –y la figura que lo capitalizó hoy es un vicepresidente de vocación iliberal poco disimulada– y buscaba el suyo el 1-O en Cataluña, y si no lo encontró fue porque los jueces lo impidieron.
Arias Maldonado no ha tenido tiempo de considerar el impacto de la pandemia del coronavirus en su libro, pero las derivas autoritarias en aras de la seguridad que está favoreciendo el Covid-19 no vienen sino a corroborar su tesis: el Estado hobbesiano vuelve a estar de moda, así sea retóricamente, ante el pánico desatado por la enfermedad.
La nutritiva erudición que maneja el autor le permite trazar la genealogía del concepto de soberanía desde el absolutismo primitivo de Bodin y el leviatán secular de Hobbes hasta el decisionismo de Carl Schmitt –quizá el autor más citado del libro–, pasando por la voluntad general de Rousseau, el constitucionalismo liberal de Constant, el optimismo ilustrado de Kant (que prefigura una sociedad civil universal) o la razón encarnada en la historia de Hegel. La definición del poder humano ejercido en sociedad va conociendo formulaciones crecientemente sofisticadas a lo largo de la historia de las ideas, que bien pueden verse como la progresiva emancipación de la arbitrariedad propia del estado de naturaleza, dominado por la superstición y el despotismo, hacia uno de civilización en el que imperan el juicio racional y la democracia.
Por el camino, sin embargo, el animal humano no termina nunca de ser animal, ni la seráfica aspiración de Kant parece de este mundo. Sigue teniendo miedo, que es la primera de las emociones políticas, y cuando lo tiene en grado suficiente acaba confiando su voto al profeta que puede destruir el orden mismo que se trata de preservar. La historia registra cada tanto recaídas en una barbarie que con fatal arrogancia se creía superada, como ocurrió en el siglo XX, cuya brutalidad convenció a la Escuela de Frankfurt de que la idea cristiana del progreso lineal que vino a sustituir el tiempo circular del paganismo se había malogrado. Frente a los nuevos optimistas que, con Pinker o Rosling a la cabeza, se afanan en recopilar los datos que informan de un bienestar sin precedentes, triunfan hoy los ensayistas que predicen el apocalipsis a ritmo de varios best seller por año: sea el armagedón climático, el retorno de las dictaduras o la reposición de las mañas inquisitoriales en la guerra identitaria a despecho de la concepción civilizada del derecho.
Tras trazar una completa y erudita genealogía del concepto de soberanía, Arias Maldonado sigue defendiendo el ideal demoliberal combinado con la economía de mercado, una mezcla sin sucesor
Con cortesía académica, alejada siempre de dogmatismos, Arias describe primero el campo de batalla a fin de equipar al lector con los elementos de juicio que le permitirán acompañarle a su conclusión, profetizada ya por Schmitt a propósito de la imposible República de Weimar: “Las democracias liberales se consumirán en el esfuerzo por dar forma a la voluntad general”. Cunde un hartazgo por la impotencia de la política –ahí están el referéndum de Tsipras o el inacabable Brexit–, por lo moroso del procedimiento parlamentario, por la perpetuación de un conflicto que el ciudadano hastiado quiere ver resuelto de una vez, a ser posible con la victoria de sus ideas sobre las del rival. ¿Fue un canto de cisne liberal el periodo comprendido entre la caída del Muro y la Gran Recesión, seguida de el Covid-19?
Arias sigue defendiendo a Fukuyama: el ideal demoliberal combinado con la economía de mercado no tiene mejor sucesor. La frustración democrática produce monstruos, y para que eso no ocurra conviene educar al ciudadano en la rebaja de sus expectativas respecto del arte de lo posible. La nostalgia es un sentimiento esencialmente tramposo, que idealiza un pasado mítico –ni la homogeneidad moral del populismo de derechas ni la solidaridad de clase del populismo de izquierdas existieron jamás– y favorece un declinismo perverso, pues cuando se da por cancelado el futuro todo está permitido en el presente.
Arias, siempre equilibrado, nunca neutral, apuesta por la formación de un espíritu irónico, entrenado en un único dogma: el metavalor de la sociedad abierta. La liberal intolerancia hacia la intolerancia.