La vida y los versos de Anna Ajmátova (Bolshói Fontán, Odesa, 1889 - Domodédovo, Moscú, 1966) reflejan la que fue, quizá, la hora más oscura del régimen soviético, cuyos últimos estertores represivos vivirían ya otros escritores como Aleksandr Solzhenitsyn, Vasili Grossman o Serguéi Dovlátov, a quienes los arrestos, la censura, el gulag y el exilio no les costó la vida. Algo que sí ocurrió, como es sabido, con brillantes miembros de su generación poética, como su marido Nikolái Gumiliov y su amigo Ósip Mandelstam. A este último dedicó la poeta un hatillo de desgarradores y vívidos recuerdos que la editorial Nórdica recupera ahora bajo el título Mandelstam en una nueva edición que incluye varias cartas y poemas de ambos escritores en una suerte de reencuentro de dos amigos que sufrieron la persecución del estalinismo.
'Mandelstam' incluye varias cartas y poemas de ambos escritores en una suerte de reencuentro de dos amigos que sufrieron la persecución del estalinismo
"No sabía recordar, más bien para él recordar era un proceso -al que no voy a poner nombre ahora-, uno que no cabe duda de que estaba cercano a la creación". Así describía la poeta a quien sería un amigo fiel toda su vida y a quien comenzó a frecuentar en aquellos felices años 10, última década de la Rusia zarista, que el libro refleja como una sucesión tras otra de nombres de escritores y artistas, de poemas y recuerdos sobre el Taller de los Poetas, cuna del acmeísmo, o sobre el San Petersburgo de fábula de Tsárskoye Seló.
De esos años, Ajmátova recopila anécdotas graciosas que dan buena cuenta del genio de Mandelstam. “Maiakovski, deje de recitar versos. Usted no es una orquesta rumana”, asegura que le dijo al ingenioso Maiakovski, otro fallecido prematuro, que fue incapaz de responder. O “en Naschókinski, delante de mí, le dijo a Pasternak: ‘Sus obras completas estarán compuestas de doce tomos de traducciones y solo uno de poemas propios’”.
Sin embargo, los recuerdos de Ajmátova se tornan oscuros al despuntar la década de los 20 y las consecuencias de una revolución que en San Petersburgo-Leningrado se tradujo en “tifus, hambre, fusilamientos, oscuridad en los pisos, leña húmeda, gente hinchada hasta volverse irreconocible...”. Aunque, en un principio “Mandelstam recibió la Revolución habiendo madurado y siendo ya un poeta famoso. Su alma estaba llena de todo lo que sucedía. Fue de los primeros en empezar a escribir versos sobre temas civiles. La Revolución fue para él un gran acontecimiento y la palabra pueblo no aparece en sus poemas por casualidad”.
"Ósip dijo: 'Estoy preparado para morir'. Ya van 28 años que recuerdo ese momento cada vez que paso por allí", escribe Ajmátova
Algo que no le sirvió para escapar de la implacable fatum de las purgas estalinistas de los años 30. “La desgracia nos pisaba los talones a todos”, escribe la autora de Réquiem, que tuvo a tantos a quien llorar, y que de Mandelstam grabó en su mente cierto momento. “Íbamos caminando por Prechístenka (febrero de 1934), de qué hablábamos, no lo recuerdo. Giramos hacia el bulevar Gógol y Ósip dijo: ‘Estoy preparado para morir’. Ya van veintiocho años que recuerdo ese momento cada vez que por ese lugar”.
Aún tendría, ya vigilado, una pequeña prórroga no exenta de periodos de cárcel hasta su deportación final al infierno de Kolimá, donde moriría en 1938, punto álgido del terror estalinista y año en el que el hijo de Ajmátova, Lev, también estuvo preso. “Ahora Ósip Mandelstam es un gran poeta reconocido por todo el mundo” -termina Ajmátova esta emotiva y fragmentaria semblanza- pero para mí no es solo un gran poeta, sino la persona que al enterarse de que lo estaba pasando mal en la casa de Fontanka, me dijo al despedirse: ‘Annushka (nunca en la vida me había llamado así), recuerde siempre que mi casa es su casa’. Puede que fuera justo antes de su caída en desgracia…”.