Bernardo Atxaga (Asteaus, Guipúzcoa, 1951) le exige al lector un trabajo de colaboración para hacerse con la trama argumental de Casas y tumbas. Los capítulos de la novela siguen una secuencia cronológica que arranca en 1972, retrocede a 1970, sigue en 1985-86 y 2012, y finaliza en 2017. Vínculos dispersos entre estos bloques bastante autónomos permiten establecer una continuidad temporal y espacial y a ello contribuye también un desenfadado epílogo autobiográfico en forma de alfabeto. El conjunto de la materia anecdótica se salda con un recorrido por la historia del País Vasco entre las fechas finales de la dictadura, Franco todavía cazando en los montes de El Pardo pero ya con síntomas de enfermedad, y un tiempo cercano al hoy con trazas materiales de modernidad. Si la popular obra de referencia de Atxaga, Obabakoak, remite a un territorio mágico y telúrico, Casas y tumbas nos traslada a un pequeño pueblo de montaña, Ugarte, marcado por rasgos actuales (en él “hay televisión”).
Un intenso gusto por contar historias, entroncado en la narrativa folclórica y popular, nutre de peripecias la novela. En la fecha más distante del presente, cuatro soldados cumplen la mili en las afueras madrileñas, forjan una estrecha complicidad y amaestran una urraca. Uno de ellos aparece un par de años después en la panadería de Ugarte, donde dos hermanos gemelos tallan barquitos de madera junto a un niño ensimismado a quien consiguen sacar de la mudez causada por un trauma; esta historia corre paralela a sucesos sorprendentes asociados a los peces del río local. Tiempo más tarde, el traumatizado ingeniero químico francés que trabaja en las minas del pueblo trata de engañar a su psiquiatra. Uno de los mencionados gemelos sufre un accidente y el percance se engarza con el activismo maoísta del otro hermano que causa destrozos en las oficinas mineras. Por fin, tras un paréntesis centrado en un documental televisivo acerca de una señora obesa que se somete a una reducción drástica de peso en Texas, el hermano revolucionario, ahora apaciguado, sufre a un centenar de quilómetros de Ugarte la trágica complicación de salud de su hija.
Al autor le guía el propósito de ofrecer un fresco panorámico a base de combinar testimonio, mito e intimismo y de aunar lo privado y lo comunal
Pueden parecer anécdotas en exceso fragmentadas y dispersas, pues nada más las hilvanan leves hilos, pero alcanzan un sentido unitario al ponerse al servicio de unos cuantos motivos: la amistad, el paso del tiempo, la relaciones familiares, la violencia, la desigualdad social, la angustia por la muerte, la culpa o el futuro. Tal bucle de asuntos halla también un elemento unificador en reiteradas marcas externas: la naturaleza enigmática con un punto de exaltación paisajista y pinceladas poemáticas y el abundoso reino animal (urraca, truchas, jabalíes, perros).
Atxaga aborda su peculiar mundo con notable exigencia técnica. El estilo, en general antirretórico, produce efecto de fluidez narrativa, la cual se debe también a la andadura tradicional de casi todos los pasajes, a alguna somera intriga, a la dimensión de novela psicologista atenta a perfilar interiores mentales enrevesados, al hábil manejo del diálogo y a las descripciones de filiación costumbrista. Recursos vanguardistas (mezcla de discursos, retórica propia del reportaje audiovisual o jugueteo con letras de canciones) no desmienten el carácter último de Casas y tumbas como una novela tradicional que recrea los últimos cincuenta años de la tierra natal del escritor.
Al autor le guía el propósito de ofrecer un fresco panorámico a base de combinar testimonio, mito e intimismo y de aunar lo privado y lo comunal. El retablo histórico resulta, sin embargo, del todo parcial. La literatura no solo significa por lo que dice, también por lo que calla. Se menciona a ETA (se recuerda el secuestro y asesinato del ingeniero José María Ryan en 1981) y hay referencias a la violencia política, pero no aparecen las víctimas del terrorismo ni el miedo sufrido por los ciudadanos. En Casas y tumbas no se encuentra ni una brizna del dolor colectivo que exorcizó Fernando Aramburu en Patria. Atxaga ha compuesto una novela ideológica en la que toma partido a favor del olvido y la desmemoria.