Peter Handke (Griffen, Austria, 1942), justo ganador del Premio Nobel de Literatura 2019, es el escritor que consiguió que el mundo, no los personajes ni sus conciencias, hablara en monólogo interior y que supiéramos lo que el mundo pensaba y cómo pensaba. El origen de este artefacto resulta relativamente simple: tras las miserias y descomposiciones de la última posguerra europea, donde la lengua y el discurso, el arte y el conocimiento se fueron por las letrinas de una civilización traicionada, el paisaje de la lengua y de la literatura no era más que un cráter frío y había que encontrar lava y fuegos nuevos. El hecho es que lo anterior ya no servía ni para entenderse ni para enfrentarse a los retos de la historia, en los que había fracasado estrepitosamente. Desde este punto de vista, sin ninguna especie de conciencia ni esperanza, era mejor que hablara el mundo y dejaran de hacerlo los individuos, las disciplinas, los ideales y las ideologías, y ese mundo mostrara su impotencia, trazando en la medida de lo posible los límites y los bordes del gran agujero que el fracaso de todo un continente y de una cultura histórica habían dejado en el centro de la experiencia humana.
La literatura no servía para explicar lo sucedido, como tampoco servía el arte o la ciencia. Nadie entendió esto mejor –inevitablemente- que los alemanes y, de entre los de lengua alemana, nadie mejor que Handke. Nuestra forma de contar los acontecimientos, de explicarnos unos a otros, los vehículos para buscar el conocimiento habría que inventarlos, puesto que los disponibles se habían vuelto inútiles. De modo que el lenguaje tenía que ser otro. De modo también que el lenguaje no tenía que ser trasparente ni lógico ni científico. Si toda esa basura no nos había llevado adonde entonces estábamos (si toda esa basura no nos ha llevado adonde estamos ahora), con toda seguridad había sido un colaborador imprescindible en la tarea. Como mínimo, la había acompañado en el trayecto.
El Gruppe 47, creado en septiembre del año que le da nombre por Alfred Andersch y Hans Werner Richter, y en el que participaron escritores como Ingeborg Bachmann, Heinrich Böll, Günter Grass, Alexander Kluge o Hans Magnus Enzensberger, entre otros, marcó sin duda la atmósfera creativa e ideológica de lo que fue la literatura y la narrativa en lengua alemana desde ese año en adelante. Y de ahí bebe, pues le habría resultado tan imposible como no respirar el aire de las crestas austríacas, Peter Handke.
En conclusión, hay que inventarse una lengua que cuente las cosas de otra manera, así como hay que inventarse un discurso científico que no se traicione a sí mismo y, ya de paso, que no nos traicione a los demás. La Historia no puede volver a repetirse. La creación, con sus distintos rostros y empeños, tiene una misión, pero esta vez no será una misión redentora o explicativa –allí donde pueden distinguirse-, sino la de encontrar sus propias reglas fuera del espacio ideológico.
Los personajes se tornan no solo desconocidos para el mundo, sino también desconocidos para su propia conciencia y para su limitada capacidad de reflexión. De ahí que en las novelas, los relatos y los ensayos de Handke los elementos narrativos convencionales sean difíciles de descifrar y al final se acerquen al misterio y, en consecuencia, no puedan resolverse. Es decir, no sean del todo elementos narrativos.
Uno de sus protagonistas, que no sabe cómo se llama, que no sabe cómo le llaman, y que ni siquiera sabe el aspecto que tiene –pues a fuerza de mirarse sin referencia alguna, acaba por adoptar la fisonomía que cualquier transeúnte le adjudica-, finalmente se reconoce (o más bien reconoce una verdad insoslayable) en la mirada de una persona que va a morir. Esa persona que va a morir la está matando él, que necesita esa muerte para agarrarse a una evidencia irrefutable. Todo lo demás es ilusión, fantasmagoría, delirio.
En cuanto al lenguaje, vuelve a una antigua oscuridad: la de los tiempos en que las palabras apuntaban a lo desconocido y no se habían convertido en un servomecanismo informativo. El paisaje de la perspectiva geométrica desaparece para dar paso a un arco cromático de sensaciones. El sueño desplaza a la vigilia. El lector regresa al centro del enigma y rechaza su papel de espectador. La lectura se orienta al riesgo y el significado sucumbe ante la ambigüedad.
Eso es Handke. Entre otras cosas, claro.