La Palma cuida a los suyos. Los resguarda, los atiende con mimo, les rinde homenaje. Esa singularidad sorprende y conmueve en partes iguales al comenzar a adentrarse en esta isla: la conciencia de estar en un lugar único que manifiesta un respeto reverencial, pero también un cuidado familiar y cercano, a sus circunstancias geográficas, a sus grandes personajes y, en estos días, también a sus letras. Y, también en estos días, las letras de La Palma somos todos los que participamos de ellas y a quienes nos tratan como propios con una diligencia y un cariño que se siente en todos los rincones donde está presente el Festival, especialmente en Los Llanos de Aridane.

Otro ejemplo de esta conciencia extendida es la llamada Ley del cielo que regula la iluminación exterior protegiendo la isla de contaminación lumínica, ya que esta alberga al Instituto Astrofísico de Canarias, y, en él, la mayor concentración de telescopios (y los más grandes) del hemisferio norte del planeta. Por eso La Palma, de noche, es de un amarillo tenue, susurrante. O el espléndido Caños de Fuego, un centro de interpretación de cavidades volcánicas donde se puede acceder a las entrañas de un tubo volcánico y, desde allí, imaginar el centro de la tierra. La Palma asimila dentro de su ecosistema a sus eventos extraordinarios y esa es su mayor virtud.

Han sido días vertiginosos con tantas actividades, y tan diversas, que se necesitarían muchas páginas para poder comentarlas en profundidad. Desde las reflexiones sobre el mar de Jean-Marie Gustave Le Clézio (con participación en vídeo ya que por problemas de salud el premio Nobel no pudo estar presente en carne y hueso) con la posterior lectura de los poemas líquidos de la gran Elsa López. O los talleres sobre literatura infantil y formación de lectores para maestros y bibliotecarios, o las reflexiones sobre Galdós y la disidencia, con la participación de José Esteban, agitador galdosiano y erudito, al que es un honor escuchar siempre, hasta un debate con estudiantes de secundaria sobre cómo acercarse a la literatura los podría ayudar a ser más populares y sentirse menos solos. O cómo se escribe desde las islas, esas que se llevan por fuera, pero también las que están por dentro. O por qué “canoa” fue la primera palabra americana que se introdujo en la RAE o la exposición de fotos en tono irreverente del fotógrafo venezolano Vasco Szinetar, que ha dedicado la mitad de su vida a retratar y retratarse con autores reflejados en los espejos de los baños.

Elsa López durante la lectura de poemas. Foto: Juancho García

En este festival se contradice a toda hora esa tesis de Borges que sostenía que el español es la lengua común que nos separa. Han sido días de escuchar a escritores y explorar narrativas y poéticas a través de sus ojos, pero también de cuestionar y debatir, de convivir y conversar, de analizar y sorprenderse. Por los escenarios del Museo Arqueológico Benahoarita, así como por bibliotecas, colegios, institutos, emisoras de radio, la Plaza de España y otros escenarios al aire libre, han pasado nombres de todos los tamaños como los de Mario Vargas Llosa, Héctor Abad Faciolince, Rosa Beltrán, Fernando Aramburu, Alexis Ravelo, Rodrigo Blanco Calderón, Mónica Lavín, Karla Suárez, Alonso Cueto, José Manuel Fajardo, Martín Caparrós, Anelio Rodríguez Concepción, Gioconda Belli, Ryukichi Terao, Alberto Ruy-Sánchez, José Balza, J. J. Armas Marcelo, Carme Riera, Juan Carlos Chirinos, Nuria Amat y Manuel Gutiérrez Aragón, entre tantos otros venidos desde México, Colombia, Venezuela, Japón, Perú y toda clase de representación de la España insular y peninsular, porque si ser isla es una condición humana la literatura tiende un puente para salir de ella y cada libro que se lee, o que se escribe, es un salvoconducto.

Aún faltan algunos días de festival y van a faltar vidas para contarlo. La palabra se sigue multiplicando bajo el cielo estrellado de La Palma que también nos cuida como si fuéramos suyos porque a veces sospechamos que lo somos. Claro que sí lo somos.

@adribertorelli