La primera vez que llegué al Café Gijón era jueves, estaban por ahí Antonio Lucas y el maestro Zabala de la Serna. Y estaba, claro, Pepe Bárcena. El singular Bárcena. Pepe Bárcena ha estado en el Gijón en los mejores tiempos, como confidente de las generaciones literarias sucesivas, y por esta razón ya se saldría de horma. Es verdad que todo español tiene un café como el mar tiene su mecánica o como el amor tiene sus símbolos, pero también es verdad que dar con el camarero perfecto es de esas decisiones/casualidades que arreglan una 'miajita' esta cosa de ser residente en la tierra.
A Pepe Bárcena no le hace falta presentación, pues ha departido con Cela y con Umbral y con Fernán Gómez y con todos esos autores, cómicos, faranduleros y buscones, que se fueron al Gijón -Ecuador de las Españas- a curarse del frío de una vida. Y a todos ellos los viene Bárcena a retratar en su obra en marcha, en sus memorias transitivas y en sus actividades plurales de hacedor de la Cultura. Porque Bárcena ha mamado de los mejores y en el mejor escenario, el Gijón, y por eso viene de una escuela mejor que el mejor de los másteres de Escritura Creativa -la mayúscula es intencionada-. Pero vayamos por partes.
A Pepe Bárcena se le ve llegar por primera vez al Gijón un Primero de Mayo del 74. Con España asistiendo al tiempo nuevo que se abriría año y pico después. Hay que imaginar a José Bárcena Pontones con su amabilidad natural, su acento madrileño rasgado de la calle Tribulete, mientras que va atendiendo, y viendo, y siendo cómplice de los viejos lobos de bar que van de Fernán Gómez al simpar Perico Beltrán: y todo en ese cosmos del Café Gijón. Allí hay una tertulia de cómicos, de poetas, de la juventud creadora y alguien que, sin saber, cuenta versos de forma artesanal. A todos ellos los trata Pepe, que le piden recado de escribir, cerveza, café copa y puro mientras que por el Paseo de Recoletos cae la noche. El Paseo de Recoletos es ese eje que vertebra España, como una vía de transhumancia que acoge a todos, un kilómetro cero de la Escritura. De la Pintura. De los versos pintados.
En Pepe Bárcena se ve que la escritura entra por ósmosis, y las migas las hace con Umbral -que en los setenta era más tratable- cuyo recuerdo atesora como uno de los bienes más preciados. Allí Bárcena es testigo de revoluciones sordas, de pintores, de musas que van de musa y que fueron hermosas y así se las recuerda. Bárcena, entonces, calza una melena de bandolero junto al reparto de 'Curro Jiménez', y es testigo de las zalamerías de Raúl del Pozo y de Paco Rabal, en dupla permanente del oficio de los nocherniegos. También del Tito Miguel, que acaba de aprobar unas oposiciones y se deja caer en una razonable bohemia con sus horarios y sus relojes.
Todas estas estampas, estas rutinas de atender un Ateneo y un teatro en marcha -el Gijón-, van marcando la juventud creadora de nuestro perfilado. Haber puesto las comandas a lo más granado del Arte y de la golfería ilustrada es ya una salida de horma. Pero pasando el tiempo, Bárcena quiere esa obra que cuente un tiempo y un país: el morral de su existencia hay que ponerlo en negro sobre blanco. El camarero y escritor se entrega la escritura después de estar haciendo la mili literaria en el mejor cuartel. ("En el Gran Café de Gijón, en el bullicio gentil de sus tertulias, se suscitan las emociones, acogiendo a los soñadores, creadores, inventores, investigadores, habilidosos, inteligentes y artistas que han hecho del Gran Café de Gijón una cátedra humanidad en la que se manifiestan el talento, el ingenio y la amistad").
Bárcena es hijo preclaro del Gijón. Un nido de malas lenguas según la llorada García Campoy. Pero Bárcena es un hombre de plurales aptitudes y va mandando artículos a los periódicos de Cuenca, pues vive en epicentro de la vida cultural, en primera persona, y ése es un balcón impagable. Es verdad que la asociación entre el Gijón y nuestro perfilado es indisoluble, y de ahí que dé a la imprenta libros como Aquellos bohemios del Café Gijón a medio camino entre la memoria, la conferencia o el artículo de costumbre.
Bárcenas, aparte de servicial y confidente, tiene una vis poética por la cual va colaborando en revistas de la entidad de Barcarola. Siempre ha escrito sobre lo que pasaba dentro del Gijón y sobre lo que pasaba fuera. En sus semblanzas está cómo Umbral pedía un vaso de leche -"le llamaban el vaso de leche"- en las largas noches. O cómo Julio Llamazares "le leía su artículo a su perra para ver si era publicable y bueno". O los bocetos de Mingote desde los que imaginaba un Madrid, que era el más suyo.
Escritor con mandil, camarero con tinta y pájaros, el proyecto creador de Bárcena prosigue. Suya es la novela El arañazo, también un libro de aforismos, Colores atrapados. Desde ese lejano 1 de mayo de 1974 en que llegó al Gijón ha ido tomando nota de todos los perfiles, alegrías y broncas que ha habido en el centenario local de Recoletos. Recuerdos y andanzas que serían impublicables -"bajo pena de cárcel"- y también porque otros fueron pasto de un incendio que nuestro perfilado sufrió en su domicilio.
Si El Independiente de Pablo Sebastián fue el periódico oficial de el Gijón, Bárcena es responsable y animador de no pocas revistas, impresas o habladas, que tienen en el Café la secretaría de redacción o el epicentro sentimental, que para el caso viene siendo lo mismo. Uno recuerda haber fundado bajo su amparo la revista Capote, de corto recorrido aunque salimos en un telediario.
Bárcena también recuerda a Carlitos, "el gato del Café", del que escribían los articulistas cuandon se quedaban sin musa. Pero la musa no le falla al escritor/camarero que en nada va a sacar otros dos libros: Café Gijón en la memoria y Tribulete, una novela que, como su propio título indica, anuncia ese Lavapiés en el que este barman tan fuera de horma se crió.
La incansable vitalidad del alma del Gijón.