Era sencillo predecir hace unos años el impacto de la obra El Estado emprendedor, de la catedrática del University College de Londres Mariana Mazzucato (Roma, 1968). Y también lo es ahora augurarle una buena recepción a El valor de las cosas, donde la profesora insiste en su línea antiliberal, pero esta vez con rasgos más diáfanos de marxismo, al centrase en la extracción de valor a cargo del mercado libre. Llega a afirmar que el sector privado causó la última crisis económica, y que las empresas tramposas, que no pagan impuestos pero se benefician del Estado, controlan precios y salarios.
No hay demasiados matices en este libro, y cualquier lector avisado dará un respingo al leer que los salarios caen, sin que la autora diga ni una palabra de las prestaciones no salariales y del abaratamiento de los bienes de consumo, en línea de lo que han alertado diversos economistas, como Marian Tupy. Pero es arduo seguir más allá cuando uno se topa con que “miles de millones de personas siguen viviendo en una pobreza extrema”, un dato obviamente falso.
Si la catedrática flojea en la práctica, tampoco consuela en la teoría. Es superficial su revisión de la economía clásica, y flagrante su distorsión de las economías marginalista y neoclásica, que acusa sin fundamento de justificar el capitalismo.
Sea como fuere, está clara su obsesión contra el “ingreso no ganado”, y las rentas parasitarias. Se opone a equiparar ingreso y productividad, y reivindica, como en el libro anterior, el carácter productivo del Estado. En cambio, el empresario innovador es ignorado, porque “la innovación es colectiva”, y por eso su héroe es el Estado, quien es que invierte y arriesga. La solución a nuestros males pasa por más regulación, más impuestos y la “socialización de la inversión” para evitar el “capitalismo de casino”, como decía Keynes.
Denuncia seriamente que los gobiernos “salvaron el capitalismo” cuando subieron los impuestos a empresarios y trabajadores sin darles la opción de no ser “salvados”. Y asegura que la culpa fundamental es de la deuda privada, sin apenas referencia a los bancos centrales y la deuda pública, llegando a proclamar que los malvados de la troika forzaron a los Estados a que “recortaran al máximo el gasto público”, lo que no sucedió en ninguna parte.
Tras este considerable lío, la profesora propone el socialismo. Pero ha caído el Muro, y por tanto no lo llama socialismo sino “sistema mutualista” y cosas por el estilo –digamos, más de Polanyi que de Lenin o Marx–. Pero el objetivo está ahí para cualquiera que sepa leer: subir impuestos y regulaciones y nacionalizar empresas y bancos, para que sirvan al “bien común”. Hay un ataque constante a las instituciones de la libertad, empezando por la propiedad privada y los contratos. Insiste esta pensadora en que la riqueza es colectiva y las preferencias individuales no revisten importancia, porque en verdad no hay personas sino “procesos sociales”. Lo privado es asociado a depredador, y debe ser contenido por la “democracia participativa”, porque los mercados son miopes y solo atienden al interés privado a corto plazo. Los políticos y los burócratas no son así, claro que no. Y con aún más Estado lograremos la “revolución verde” y “un futuro mejor para todos”.