Mariana Mazzucato. Foto: Alessandro Taffetani
La crisis económica, como era de esperar, ha reanimado a los amigos del poder, que se arremolinan en torno a las habituales fantasías políticamente correctas, empezando por atribuir a la libertad los males que sufrimos. Este libro se inscribe dentro de esa corriente mayoritaria, pero despliega cotas inusuales de osadía. Así, va más allá de las fábulas neoclásicas sobre los "fallos del mercado", y no sostiene simplemente que el Estado hace las cosas mejor que las personas libres, que también, sino además que hace en realidad cosas magníficas que nadie haría en su ausencia. No es sólo que el Estado ayude o complemente a los empresarios: es que él es el verdadero empresario.Lo que el Estado hace, según la profesora de la Universidad de Sussex Mariana Mazzucato (Roma, 1968), es "liderar el camino de forma atrevida, con una visión clara y valiente... como un agente emprendedor, que se hace cargo de las inversiones más arriesgadas e inciertas de la economía... espíritu revolucionario que suele ser difícil de encontrar en el sector privado, mientras que el Estado debe responsabilizarse de las áreas de mayor riesgo e incertidumbre... No hay nada en el ADN del sector público que lo haga menos innovador que el sector privado". El Estado no tiene ningún defecto salvo que "no ha dispuesto de un buen departamento de marketing y comunicación".
Esto no parece acertado, empezando por lo último: todos los Estados dedican vastas sumas precisamente a intoxicar a sus súbditos con propaganda. Pero para la doctora Mazzucato la única propaganda eficaz y nociva es la de las empresas privadas, que se aprovechan del Estado pero se resisten a pagar más impuestos para financiarlo. En su inquina contra las empresas, en especial las más dinámicas como Apple o Google, la autora ignora que las alianzas non-sanctas entre los empresarios no competitivos y el poder han sido denunciadas por los economistas desde Smith hasta Olson, e ignora también que el Estado se legitima precisamente alegando que sus gastos pueden ser aprovechados por todos.
Al desdén hacia los empresarios se une la divinización del Estado, el único con la adecuada visión de largo plazo que se preocupa por la sociedad y el crecimiento económico. Los empresarios privados, en cambio, serían impacientes e irresponsables, explotarían a los trabajadores y serían adversos al riesgo. El Estado, por el contrario, no tiene defectos, ni costes, ni externalidades, y nos garantiza de todo, desde la curación del cáncer hasta un aire purísimo.
No sólo la profesora da por supuesto lo que debe demostrar (¿cómo está tan segura de que sin el Estado nunca se habría inventado internet?) sino que no presta atención a lo que el Estado es realmente, cuando hay una importante corriente de economistas modernos que se dedica a estudiarlo, empezando por James Buchanan. Deplora la "socialización de pérdidas" sin observar que esto jamás puede hacerse en el mercado libre: sólo el Estado, su héroe, puede cometer esa villanía.
Ella hace caso omiso: asegura que el Estado es más emprendedor que los empresarios pero no explica cómo funciona, cómo son sus incentivos, cómo consigue sus recursos.
Hablando de recursos, el argumento es disparatadamente marxista cuando pulveriza la iniciativa privada individual: "es esencial concebir la innovación como un proceso colectivo". Por lo tanto, el poder ha de usurpar la propiedad privada con la excusa de que las empresas deben "devolver" dinero al Estado y a los trabajadores. Por fin, ya todo vale: nunca los Estados han sido más grandes, pero la profesora Mariana Mazzucato proclama: "Vivimos en una era en la que se está reduciendo el papel del Estado".