Image: Antonio Muñoz Molina:La esperanza de la humanidad está en la rebeldía política

Image: Antonio Muñoz Molina:"La esperanza de la humanidad está en la rebeldía política"

Letras

Antonio Muñoz Molina: "La esperanza de la humanidad está en la rebeldía política"

El escritor publica Tus pasos en la escalera, una historia de amor y suspense psicológico con un apocalipsis inminente como ruido de fondo

19 marzo, 2019 01:00

Antonio Muñoz Molina. Foto: Iván Giménez/Seix Barral

“Me he instalado en esta ciudad para esperar en ella el fin del mundo”. Con esta frase rotunda que le vino de pronto estando en Lisboa comienza Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) su última novela, Tus pasos en la escalera (Seix Barral). La historia transcurre precisamente en la capital lusa, donde el escritor pasa parte del año y donde ya situó El invierno en Lisboa (1987), que le cambió la vida al obtener con ella el Premio Nacional de Narrativa, y Como la sombra que se va (2014), sobre la peripecia del asesino de Martin Luther King, James Earl Ray. El apocalipsis inminente que intuye el protagonista de Tus pasos en la escalera se basa en una larga lista de cataclismos en su mayoría relacionados con el cambio climático -ni uno de ellos es inventado, advierte el escritor, académico y Premio Príncipe de Asturias de las Letras-, y también está muy presente el 11-S, que el autor vivió de cerca, pero todo ello solo es el ruido de fondo para una bella y triste historia de amor narrada en primera persona. Los primeros compases de la novela parecen apuntar a la autoficción, ya que el protagonista y su pareja dejan Nueva York después de varios años para instalarse en la capital lusa. Él (Bruno, aunque su nombre solo se menciona una vez al final de la novela), jubilado forzoso, prepara con todo el esmero del mundo la llegada de Cecilia al nuevo apartamento lisboeta, una neurocientífica especializada en el estudio de la memoria y del miedo que aún se encuentra en Estados Unidos. La novela describe los pormenores cotidianos de quien no tiene más quehaceres que ir aclimatándose al nuevo entorno y acondicionar el nuevo hogar conyugal, ilusionado (“Las condiciones son inmejorables” es la segunda frase de la novela) pese a la debacle que parece cernirse sobre la humanidad, y acompañado por su perra y la presencia esporádica de un par de personajes secundarios. Las especialidades de Cecilia, el miedo y la memoria, son también dos factores determinantes de la personalidad del protagonista. Poco a poco un suspense de tipo psicológico se apodera del relato, y el lector empieza a sospechar que el punto de vista del narrador se aleja cada vez más de la realidad. El martes, justo antes de presentar el libro en Barcelona (el viernes lo hará en la Casa del Lector de Madrid), Muñoz Molina atiende a El Cultural. Pregunta. ¿Qué importancia tiene para usted la primera frase de una novela? Respuesta. Cuando tengo una novela en la cabeza, por mucho que la trabaje, sin ese comienzo siento que no tengo nada. En este caso la primera frase surgió de la nada, como si la hubiera leído, más que como si se me hubiera ocurrido a mí. No era un pensamiento mío, sino como una declaración de otra persona. Entonces me pregunté “¿y ahora que viene?”. Al principio no salía prácticamente nada, luego llega un personaje haciendo algo, aparece la espera, luego el recuerdo, sale la cuestión de los aviones que sobrevuelan constantemente Lisboa, y surge el recuerdo del 11-S. Poco a poco se fue hilando todo de manera natural, y surgió también esa resonancia entre Nueva York a Lisboa. Es algo que me pasó cuando nos mudamos de una ciudad a otra. Los aviones y el puente me recordaban a Nueva York, y el nuevo apartamento se parecía al otro, sobre todo porque los muebles, los libros, los discos y los cuadros eran los mismos. P. ¿Cuál de las dos ciudades le gusta más? R. Está claro que en Nueva York viví una etapa de mucho aprendizaje y descubrimientos. Me fui educando en cierta manera y tuve experiencias fundamentales que aparecen en este libro. El 11-S marcó mucho mi visión del mundo, también haber presenciado el comienzo de la crisis de 2008, la elección de Obama, y también haber estado allí cuando la de Trump. Todo eso es una parte fundamental de la educación de mi vida. Y ahora de pronto me he tenido que habituar otra vez a una ciudad nueva. Aunque ya conocía Lisboa y además está cerca, no es lo mismo estar de visita que acostumbrarse a la vida de allí. P. La primera persona le permite una gran libertad y jugar con el lector. ¿Son todo ventajas? R. Para mí lo fundamental en mis novelas es la naturalidad. La primera persona tiene sus ventajas y sus limitaciones. Entre las primeras está el aire de confidencialidad, la sensación de que el narrador te habla directamente a ti; y entre las segundas hay un problema técnico: tú estás viendo las cosas a través de ese punto de vista que es limitado, más en este caso en el que lo que va ocurriendo es un proceso de lenta enajenación. Tienes que ver, a través de lo que este narrador te cuenta, lo que él no quiere ver o no quiere que se sepa. P. La memoria y sobre todo su fragilidad y su escasa fiabilidad es un tema central de la novela. ¿Tiene buena memoria? ¿Le da miedo perderla? R. Desde el principio la novela reflexiona sobre lo precario de nuestra percepción de las cosas. Damos por supuesto que el mundo es tal y como lo ven nuestros ojos o como lo recordamos. Pensamos que, igual que te asomas a una ventana y ves el paisaje, te asomas a la memoria y ves el pasado. Por ejemplo, al salir del metro en un lugar conocido para mí, si me equivoco de puerta puedo sentirme perdido. Perder la orientación es más fácil de lo que parece. La percepción se altera muy fácilmente con una pastilla o unos gin-tonics. La mujer del narrador precisamente se dedica a estudiar esas cosas, y él piensa mucho en eso, en cómo ve el mundo su perra, por ejemplo. Los humanos vemos el mundo de acuerdo con nuestra sensibilidad al espectro electromagnético de la luz, en cambio los perros oyen mucho mejor y huelen mucho mejor, pero ven peor. P. La espera es otro tema principal. Cómo él espera ilusionado a su pareja, cómo la perra espera impacientemente a su dueño. En estos tiempos dominados por la prisa constante, ¿esperar es un acto de amor o de generosidad? R. Esperar está muy bien, prepararlo todo para la llegada de la persona amada, o cocinar para que vengan tus amigos o tu familia. Esa preparación para la llegada del otro es algo muy bonito y me gusta mucho escribir sobre eso. Es algo casi sacramental: todo tiene que estar dispuesto, limpio, con las flores puestas… Es una atención a lo real, a lo concreto, a lo inmediato. Me seduce mucho.

Un mundo frágil

P. El protagonista se comporta como si el mundo se fuera a acabar. ¿Comparte con él esa actitud? ¿De qué cosas haría acopio si se acercara de verdad el final? R. El mundo es más frágil de lo que parece. Nunca olvidaré, y aparece en la novela, ir al supermercado el 11-S y comprar pensando que se podía acabar el agua o la electricidad. Había una sensación general de derrumbe. Retrospectivamente sabemos qué pasó, pero esa mañana no se sabía si iban a venir más aviones. Es una sensación muy poderosa. Ahora leo crónicas sobre algo tan simple como los cortes de luz en Venezuela y entiendo el trastorno que puede generar algo así. Y, hombre, si tienes un poco de conciencia de las cosas, te das cuenta de que ese peligro existe y que hay fines del mundo parciales, como en Chernóbil o Fukushima. El personaje de mi novela es prisionero de su visión del mundo, pero esta tiene una parte de delirio y otra de realidad. P. ¿Todos los sucesos e indicios apocalípticos que narra han ocurrido de verdad? R. Sí, todos. Recuerdo que me impresionó mucho una vez que los aviones no podían despegar ni aterrizar en Hannover por lo caliente que estaba el asfalto. Y, por ejemplo, lo que escribo sobre los refugios antinucleares que están comprando los ricos en el desierto está sacado del Financial Times. P. De todas formas habrá quien encuentre tentador eso de atrincherarse y desconectar del mundo en esta época de la hiperconectividad. ¿Cree que estamos regalando nuestra privacidad? R. No es que lo crea, es que es cada vez más evidente. Tú ya no eres el cliente, sino el producto. Hay que luchar por tener un espacio de privacidad, un escondite, un refugio. Se habla de la tecnología como si fuera un viento que llega, una fuerza impersonal que hay que admirar porque representa la modernidad, pero detrás de la tecnología hay personas y empresas con negocios, intereses y poder. La tecnología en sí no es buena ni mala, pero detrás de ella están las empresas más poderosas del mundo, más que los gobiernos. P. ¿Cree que en algún momento la humanidad se pondrá en serio a luchar contra el cambio climático? ¿Se está haciendo demasiado tarde? R. Es muy difícil. El cambio climático es algo sobre lo que leo mucho y he escrito mucho. La situación es muy alarmante. Ahora me llama la atención este movimiento de gente joven en toda Europa. Es alentador, aunque no sé si puede haber algún tipo de remedio, porque este sistema de explotación controlada de los recursos y esta economía que se basa en la producción constante de basura no es sostenible. P. Aparecen muchas lecturas en esta historia, especialmente la de la aventura del almirante Richard Byrd, que pasó seis meses en una cabaña subterránea en la Antártida; así como los ensayos de Montaigne y muchas lecturas científicas. ¿Ha leído mucho sobre estos temas últimamente? R. Hace mucho que siento rechazo hacia la prosa palabrera, esa prosa de lujo, del ingenio, de exhibición verbal. Me he educado en la lectura de magníficos escritores de divulgación como el neurólogo Oliver Sacks. En los primeros 90 fui a trabajar a Estados Unidos y eso cambió muchas de mis ideas sobre la prosa. Adquirí la idea de que el conocimiento científico del mundo se puede explicar con una escritura literaria. Parece que lo literario, en la lengua española, es lo indulgente y nebuloso. Pero leyendo a estos divulgadores, o a Darwin, ves que usan un lenguaje de precisión máxima y de gran belleza. Es un antídoto a la tendencia hispánica a la palabrería. P. El protagonista echa pestes de su pasado entregado en cuerpo y alma a una empresa y en la que tuvo que despedir a gente de la misma manera que luego hicieron con él. Aparece en esos pasajes la crítica a un sistema laboral desalmado y en el que se fomenta la autoexplotación. ¿Se siente afortunado de no formar parte de esa rueda? R. Tengo amigos que se han dedicado a ese tipo de trabajos. Uno de ellos me habló de cómo tenía que enfrentarse a eso de despedir a gente. Por otra parte, cuando llegué al Instituto Cervantes de Nueva York [como director] en 2004, me sentí abrumado por la cantidad de trabajo. Yo que tenía antes una vida tranquila y era dueño de mi tiempo, me vi sumergido en un trabajo en el que no paraba desde la mañana hasta la noche. La presión de madrugar, ir en metro, tener reuniones y además en un idioma que en ese momento dominaba menos… Ese tipo de angustia la aprendí entonces. Pero todas las experiencias son útiles para un escritor.

Rebeldía interior

P. Aunque caiga mucha gente por el camino, dicen que a la larga la inteligencia artificial nos liberará de las tareas mecánicas y todo el mundo podrá dedicarse a tareas más organizativas y creativas, pero ¿seguiremos viviendo en un sistema de extrema competitividad? R. Hay un texto de John Maynard Keynes de principios de los años 30 titulado Las posibilidades económicas de nuestros nietos. Este hombre, que era el economista más listo de su época, especula en ella sobre cómo sería la vida económica de nuestra generación, y hacía la misma predicción: que se trabajaría menos gracias a las máquinas. Pero la tecnología es una herramienta en manos de intereses políticos y económicos. Es una pamplina eso de que la tecnología es liberadora. Que se lo digan si no a los chinos, que tienen un nivel de control como no ha existido nunca en la historia de la humanidad. No creo que las esperanzas de la humanidad vengan de la tecnología, sino de la emancipación y la rebeldía política. P. Hablando de política, ¿el panorama nacional e internacional le da ganas de encerrarse como su protagonista a esperar el fin del mundo? R. Yo he dedicado buena parte de mi vida a estar encerrado, no en plan monacal, pero si que tengo mis espacios de libertad y de intimidad para no sucumbir al atontamiento. Cada vez hay una necesidad más grande de esa rebeldía interior de cada uno. No es cuestión de echarse a la montaña, sino de levantarse a desayunar un día sin poner la radio, porque yo lo que quiero es que me informen de cosas fundamentales. Hoy [por ayer] he leído que la economía no está formando parte del debate político en esta campaña electoral. Entonces, ¿se va a hablar solo de ficciones? Si no se habla de economía, ni del medio ambiente, ni de educación, ¿qué interés tiene el debate? P. ¿Y qué motivos encuentra para el optimismo? R. Uno siempre tiene en su vida la posibilidad de hacer cosas que estén bien. No vivimos en un mundo abstracto, sino concreto, en el que tus actos pueden ayudar a mejorar o a estropear las cosas. Si tienes hijos o nietos o seres queridos, no hay lugar para el pesimismo ni el nihilismo porque quieres que esas personas tengan una buena vida. Ahí es donde uno tiene que concentrarse. @FDQuijano