Image: Ataduras

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Letras

Ataduras

20 julio, 2018 02:00

Domenico Starnone. Foto: Italian Studies Princeton

Domenico Starnone Traducción de Celia Filipetto. Lumen. Barcelona, 2018. 184 páginas, 17,90 €. Ebook: 8,99 €

Ataduras no es solo la novela más delgada, más sutil y más poderosa en el plano emocional de Domenico Starnone (Nápoles, 1943) -el menos conocido de los principales novelistas de Italia en el resto del mundo, un postmodernista consciente de sí mismo al estilo de Italo Calvino, con una tendencia para las bromas literarias y las metanarrativas-, sino que es también un texto clave en el candente misterio literario de qué novelista está tras el seudónimo de Elena Ferrante. Se da la circunstancia de que Starnone está casado con Anita Raja, la traductora literaria que fue identificada como Ferrante en un reportaje del periodista de investigación italiano Claudio Gatti, quien desató la furia entre muchos de los admiradores de la autora, que no querían saberlo. Gatti basó su trabajo en registros financieros, en concreto un aumento en los pagos a Raja de la empresa matriz de Europa Editions, la editorial de Ferrante que ha publicado Ataduras. Pero en literatura, a diferencia del periodismo de investigación, contar algo es más importante que la moraleja. Ataduras responde a la novela de Ferrante de 2002, Los días del abandono -el segundo libro publicado con el nombre de Elena Ferrante, tras El amor molesto 10 años antes- y la vuelve del revés. Los libros comparten la misma trama universal: un hombre deja a su mujer e hijos y se va con una mujer más joven. Pero los dos autores dan diferentes direcciones a la historia y tienen estilos de prosa diferentes. Ataduras es, en algunos aspectos, una secuela de Los días del abandono, y en otros, una pieza más del puzle u otra voz en una conversación más dilatada. Los días del abandono está narrada desde la perspectiva de Olga, una mujer cuyo marido, Mario, acaba de dejarla a ella y a su hijo e hija pequeños por otra mujer. La historia se desarrolla a base de pinceladas psicológicas a menudo tediosas, a medida que Olga se desmorona y después se recompone. Tenemos poco acceso a la vida interior de Mario. Ataduras pasa los mismos elementos de la trama por un caleidoscopio, contando la historia desde tres perspectivas diferentes: primero la de la mujer, Vanda, después la del marido, Aldo, y, finalmente, la de sus hijos ya adultos, saltando hacia delante y hacia atrás en el tiempo por un arco de varias décadas. “Por si se te ha olvidado, muy señor mío, ya te lo recuerdo yo: soy tu mujer”, empieza la novela. Estas son las palabras de Vanda, escribiéndole a Aldo, quien la ha dejado después de 12 años de matrimonio para mudarse con Lidia. “Nos ves como un obstáculo para tu felicidad, una trampa que reprime tus ansias de placer”, escribe. Estamos en 1974 y de fondo está la política. “Te topaste con una joven respetable a la vuelta de la esquina y, en nombre de la liberación sexual y la disolución de la familia, te convertiste en su amante,” afirma Vanda. En el momento en que tiene lugar este enfrentamiento, Aldo solo le dice a Vanda que ha “estado con otra mujer”, no la verdad más dolorosa de que está profundamente enamorado de Lidia. Sabremos años más tarde que le falta el valor. Varios años después de su dramática ruptura, Aldo y Vanda vuelven a estar juntos, un proceso doloroso que requiere tiempo; su nuevo equilibrio exige que se oculten cosas uno al otro. Viven juntos durante décadas. Un día, regresan de unas vacaciones en la playa y encuentran su apartamento en Roma desvalijado. En medio del caos, el pasado irrumpe en el presente. Se cae una caja en la que Aldo había guardado fotos de Lidia y la carta de Vanda que abre la novela. Él rememora ese periodo difícil, el día en que le dijo a su mujer que se iba. “Traté de explicarle que no se trataba de traición, que la tenía en mucha estima, que la verdadera traición era traicionar el propio instinto, las propias necesidades, el propio cuerpo, a uno mismo”, rememora Aldo, pero Vanda, rabiosa, no quería saber nada.
No consigo pensar en dos novelistas cuyos libros conversen de forma tan inteligente y cómplice como los de Starnone y Ferrante
Los niños crecen. Nos enteramos de cómo la separación de sus padres ha forjado sus “yo” adultos. Pero, en Ataduras, nadie tiene la última palabra. Todas las diferentes verdades se presentan ante nosotros, cada uno recibe lo que se merece y cada personaje queda plenamente plasmado, con la empatía y la perspicacia de una novelista con talento. La prosa de Starnone es sumamente competente sin llamar la atención sobre sí misma. En esta novela, a diferencia de otras suyas, la inteligencia no obstruye el impacto emocional. No por casualidad, Aldo y Vanda son ambos de Nápoles. Al igual que Aldo, Starnone también fue un profesor de instituto que con el tiempo alcanzó el éxito como escritor para la televisión italiana. En entrevistas con la prensa italiana, Starnone ha contado que su madre era costurera y su padre un hombre hosco y celoso que trabajaba en el ferrocarril. Estos son también los antecedentes del narrador de su novela Via Gemito, con la que ganó el prestigioso premio Strega. Si esta biografía parece familiar, es porque repite el parentesco que reivindica Elena Ferrante en La Frantumaglia: un viaje por la escritura, una recopilación de entrevistas. Por otro lado, en otro punto de La Frantumaglia, Ferrante cita a Calvino, quien dijo una vez: “No doy datos biográficos, o doy unos falsos, o bien trato siempre de cambiarlos de una ocasión a la siguiente”. Ataduras es la única novela reciente de Starnone que no se convierte en metaficción. En vez de historias dentro de historias, tenemos “una serie de cajas chinas”. El título italiano es Lacci, literalmente “lazos”, y hay una escena clave en la que Aldo le enseña a su hija a atarse los cordones de los zapatos. Pero la palabra también significa lazos que atan, un significado que evoca el deseo de Aldo de liberarse de sus ataduras conyugales y después volver a dejarse aprisionar por ellas. Toda pareja es un enigma para quien los ve desde fuera y a menudo incluso para sí misma. Ataduras también trata de esto, de los misterios tácitos que nos atan, que nos alejan unos de otros y nos reúnen. Quizá no sepamos nunca qué habas se cuecen en la cocina de Starnone y Raja. Pero no consigo pensar en dos novelistas, de los que escriben actualmente, cuyos libros conversen de forma tan inteligente y cómplice como los de Starnone y Ferrante. Tal vez no haya aquí una prueba irrefutable, pero, por fortuna para nosotros, hay muchas cajas chinas. © New York Times Book Review