Adam Zagajewski, alabar el mundo herido
Adorno se preguntaba si era posible escribir poesía después de Auschwitz. Aunque originalmente se trataba de un comentario a la poesía de Celan, la frase se hizo famosa y el propio Adorno realizó algunas variaciones que, en el fondo, daban por buena una lectura originalmente errónea de su aserto. Claro que es posible la poesía después de Auschwtiz, pero no es posible del mismo modo. Después de contemplar las imágenes del horror de la II Guerra Mundial, en una época en la que además el desarrollo del documental puso el acento en las víctimas antes que en los vencedores de la guerra, el mundo perdió la inocencia, y con el mundo la perdió la poesía. Ya nunca más tendría sentido cantarle a una bandera, a una patria, ni al dictador de turno. Era posible la poesía después de Auschwitz, y lo demostró mejor que ninguna otra la poesía polaca: lo demostró Czeslaw Milosz con sus plegarias llenas de dudas sobre el destino del hombre, lo demostró Wislawa Szymborska con su cercanía irónica, riéndose antes que nadie de sí misma por haberse creído las mentiras de la dictadura comunista, lo demostró Zbigniew Herbert, que se paseó por los paisajes de la Europa de posguerra disfrazado de griego, viendo en todo remedos de historia antigua de una especie incapaz de aprender de sus propios errores. Adam Zagajewski, algo más joven que todos ellos, recogió su herencia en una poesía que tiene algo de rezo, o, más bien, de informe de la búsqueda de algo a lo que rezar. De entre los escombros del horror, estos poetas intentan rescatar la humanidad. Así dice "Intenta alabar al mundo herido", uno de los poemas más conocidos de Zagajewski:
Intenta alabar al mundo herido.
Recuerda los largos días de junio,
fresas silvestres, gotas rosadas de vino.
Los hierbajos que metódicamente invadían
las casas abandonadas de los desterrados.
Debes alabar al mundo herido.
Mirabas yates y barcos,
uno de ellos tenía que emprender un largo viaje,
al otro le aguardaba sólo la salobre nada.
Veías refugiados caminar hacia ninguna parte,
oías a los verdugos cantar
alegremente.
Deberías alabar al mundo herido.
Recuerda aquellos momentos, en la habitación blanca,
cuando estabais juntos y el visillo se movía.
Vuelve con la mente al concierto, cuando estalló
la música.
Recogías bellotas en el parque en otoño
y las hojas sobrevolaban girando las cicatrices de la tierra.
Alaba al mundo herido
y la pluma gris perdida por un mirlo,
y la luz delicada que vaga y desaparece
y regresa.
Cito la traducción de Elzbieta Bortkiewic, incluida en los Poemas escogidos (Pre-Textos) que yo mismo seleccioné y prologué hace doce años. Xavier Farré ha ido traduciendo libro a libro para Acantilado la poesía de un autor que sigue en activo, recordándonos que el mundo ha sufrido, pero aún tiene a Bach y a Vermeer, aún es capaz de la risa y del amor, de la amistad y de la canción. La poesía de Zagajewski, como la de su maestro Milosz, inaugura una nueva celebración: una que lleva dentro todo el dolor del mundo y aun así está decidida a emplear su último aliento en cantar.
Zagajewski comenzó como poeta político, pero poco a poco derivó hacia una poesía que quiere levantar testimonio de un tiempo duro, ni más ni menos que otros, de su dolor y de sus consolaciones. Pero no por ello permanece ajeno a las tribulaciones del día a día. Hace poco publicaba este poema, que ha causado no poco ruido en su país, sobre el nuevo gobierno (cito ahora la traducción de Xavier Farré):
Tenemos un nuevo gobierno.
En la composición del nuevo gobierno hay muchos ministros brillantes.
Uno de nuestros ministros habla en inglés.
Nuestro nuevo gobierno se ha puesto a trabajar enérgicamente.
Por desgracia, no es lo suficientemente decidido cuando aún sigue habiendo
tantos liberales incorregibles; en algunas ciudades incluso son más numerosos
que las familias católicas tradicionales.
¿Qué más podría hacer nuestro gobierno?
No puede guiarse por consideraciones sentimentales
que son típicas de los políticos de Occidente.
Deberían fusilar por la noche a algunos directores
de cine, sin descartar a las mujeres.
A todos los profesores de Derecho Constitucional
los deberían encerrar a cadena perpetua.
A los poetas pueden dejarlos tranquilos,
a fin de cuentas, tampoco los lee nadie.
Son necesarios campos de aislamiento, pero no muy severos
para no contrariar demasiado a la ONU.
Deberían enviar a casi todos los periodistas
a Madagascar.
Entre tanto, a Hungría hay que cogerla delicadamente con unas pinzas
y desplazarla en el mapa, entre Polonia y Alemania.
Y después, cuando la reacción de la masonería internacional
ya haya menguado, sin que se note, poner a Alemania
entre España y Portugal.
Este gobierno ahora no debería tener ningún escrúpulo.
Tiene una oportunidad histórica.
Sería un pecado no aprovecharla.
Premiando a Adam Zagajewski, el jurado del Princesa de Asturias ha alabado al mundo herido, recordánonos una de las funciones esenciales de la poesía; ser acicate y consolación, memoria proyectada hacia el futuro, informe de la realidad escrito con esa lógica de la que sólo es capaz la poesía. Si un jurado piensa que es necesario premiar a Adam Zagajewski en vez de a un mediocre narrador norteamericano cualquiera más, es que no todo está perdido. Hoy los periódicos se llenarán de Adam Zagajewski; de historia, de memoria, de inteligencia bondadosa y de bondad inteligente. Alabemos al mundo herido. Hoy ha tenido una alegría, y eso no pasa todos los días.