David Wagner. Foto: Alexander Janetzko

Durante años el escritor alemán David Wagner (Andernach, 1971) fue escribiendo sin darse cuenta un libro sobre Berlín. Lo hacía en ensayos breves que publicaba en algunos de los principales diarios de su país, y que están reunidos en De qué color es Berlín, segundo de sus libros que pública Errata Naturae en España, tras Cosas de niños. Los textos hablan de cómo el tiempo ha ido moldeando una ciudad que ya fue "escrita" por autores como Walter Benjamin o Franz Hessel en el periodo de entreguerras. Ahora es Wagner quien, insertado en esa fructífera tradición de flâneurs, se deja ir en un interminable paseo jovial y despreocupado.



Pregunta.- ¿Han sido para usted los flâneurs clásicos una referencia?

Respuesta.- Este es un Berlín muy distinto al que retrató la literatura flâneur de los años veinte. Desde 1989 Berlín ha cambiado tanto que hay una auténtica necesidad de escribir sobre esos cambios. Hay que volver a describir la ciudad porque la ciudad ya es otra. Los cambios que se vienen produciendo en Berlín en las últimas décadas recuerdan a los que vivió a principios del siglo XX.



P.- Una de líneas de tensión que atraviesa libro es precisamente el muro. ¿Todavía hay una brecha sociológica entre Berlín este y oeste, o entre berlineses del este y del oeste?

R.- Todavía hay diferencias, pero son superficiales. Lo irónico es que ahora da la impresión de que el este es más moderno, más bonito y más renovado que el oeste. Yo tenía 18 años cuando cayó el muro, y me crie en el oeste, así que todavía percibo las diferencias. Pero los más jóvenes ya no reparan tanto en esto. Además, en Berlín hay muchísima gente que ha venido de fuera, que no es de la ciudad, y que no se preocupa por esa dicotomía del pasado.



P.- En Paseos por Berlín, Hessel hablaba de la resistencia natural que el alemán de los años 20, con su ética protestante, tenía ante ese vagabundeo del flâneur. ¿Queda hoy algo de eso?

R.- Creo que no. En los tiempos de la RDA, la gente que vivía en Berlín Oeste recibió muchísimas ayudas, así que no se trabajaba mucho. Si uno quería trabajar de verdad desde luego no iba a Berlín. Así la ciudad se convirtió en un espacio ideal para dejarse llevar, para pasar el tiempo y pasear. Si uno sustrae el PIB de la mayoría de las capitales del mundo, lo normal es que el país sea más pobre. En Alemania pasa al revés: si uno sustrae el PIB de Berlín, Alemania es más rica. En Berlín uno se lo pasa bien, pero no se gana dinero.



P.- Sebald siempre lamentó que la reconstrucción de Alemania desproveyera a sus ciudades de identidad. ¿Usted qué opina?

R.- En Berlín eso no ha pasado tanto porque, aunque se destruyó mucho durante la guerra, también se conservó muchísima arquitectura antigua. Creo que eso fue parte de la fascinación que ha despertado siempre Berlín, incluso en la época en que estaba dividida.



P.- ¿La tendencia en Berlín, tras la guerra, fue reconstruir lo que había o construir una ciudad nueva?

R.- Depende. Hay un ejemplo de actualidad: la reconstrucción del antiguo Stadtschloss, un edificio de la época Guillermina que fue derribado por orden de las autoridades de la RDA en los años cincuenta. Las razones fueron políticas. Ahora se está reconstruyendo no sólo ese, sino también otros edificios del mismo tipo. Hay una tendencia a construir una especie de parque temático de la época prusiana, como si la guerra no hubiera tenido lugar.



P.- Ciudades como Varsovia se han reconstruido, al menos el centro histórico, como si la guerra no hubiera pasado. ¿Tampoco está de acuerdo en ese caso?

R.- La reconstrucción de Varsovia, que fue destruida por los alemanes, a diferencia de lo que ocurre en Berlín, estaba justificada. En Polonia hubo una justificación moral para reconstruir las ciudades; en Alemania es mucho más dudoso. Además, los berlineses podemos estar agradecidos a las bombas que destruyeron verdaderos engendros de la arquitectura historicista.



P.- ¿Qué le parecen los montajes del artista israelí Shahak Shapira con los selfies de los turistas en el monumento conmemorativo del Holocausto y las imágenes de los campos de concentración? ¿Cree que es una buena manera de denunciar la banalización de ciertos espacios?

R.- Ese monumento ya tiene unos quince años y es un poco víctima de su propio éxito. No creo que sea bueno que se prohíba hacer fotos ahí. Las cosas se construyen por una razón y la deriva que toman después es impredecible. Yo estuve involucrado en el concurso que se convocó para ese monumento. Recuerdo los proyectos de dos artistas que estuvieron a punto de ganar. Uno consistía en crear una línea de autobuses desde la puerta de Brandenburgo hasta los distintos campos de concentración. Esa es la que a mí me hubiera gustado que ganara.



P.- En ciudades como Barcelona ha habido protestas y hay una política activa ya contra el turismo. ¿Cree que Berlín terminará llevando a cabo medidas para restringir el turismo?

R.- El impacto del turismo en Barcelona es mayor que en Berlín porque es una ciudad más concentrada. En Berlín se nota ese impacto sólo en determinados barrios populares, como Kreuzberg. Acaban de aprobar una ley que prohíbe convertir los pisos habituales en pisos de alquiler para turistas, pero no creo que resulte bien. Es difícil controlarlo. Hay muchos debates sobre la gentrificación de los barrios. Los berlineses todavía tienen que asimilar este fenómeno, que es relativamente nuevo para ellos. Yo también recuerdo ese Berlín de los años 90, una ciudad melancólica, vacía, que ya no existe.