Aleister Crowley
En los últimos tiempos, no hay editorial moderna y chic que se precie que no haya publicado algún libro de Aleister Crowley, el famoso ocultista británico. De las estanterías más polvorientas en las secciones de magia y ocultismo, Crowley ha saltado en España a las mesas de novedad más hípsters y rabiosamente modernas.
Precisamente El Libro de la Ley, que según el propio Crowley le fuera dictado, durante su estancia en Egipto, por la entidad sobrenatural que se diera a conocer como Aiwass (pronunciación en inglés de "I was", es decir: "Yo era" o "Era yo". A buen entendedor...), ha sido objeto recientemente en nuestro país de una lujosa y cuidada edición a cargo de La Felguera Editores, la editorial underground menos subterránea y más visible de nuestro país, en una tirada limitada de 777 ejemplares en tapa dura, profusamente ilustrada y que incluye, como es de rigor, el facsímil del manuscrito original de su autor. Con el beneplácito de la OTO, la Ordo Templi Orientis de la que Crowley fuera miembro desde 1912 y nombrado finalmente líder en 1925, esta es, sin duda, una edición canónica, a la que el prólogo de Servando Rocha añade un toque de entusiasmo digno de un adepto.
A estos dos libros, el de Valdemar y el de La Felguera, exquisitos en cuanto a catadura y dignos del más puntilloso coleccionista de crowleyana, hay que sumar otros que durante los primeros años del nuevo milenio han aparecido también en editoriales caracterizadas por catálogos tan refinados como los de Igitur, que diera a conocer Rodin en verso, testimonio de la amistad que unió brevemente al ocultista con el gran escultor simbolista francés; Melusina, que publicara Ocho lecciones de yoga, un texto delicioso y más complejo de lo que su título podría hacernos suponer, o Amargord, que ha conocido ya al menos una reedición de su Diario de un drogadicto, escrito autobiográfico centrado en las pioneras experiencias con diferentes estupefacientes del mago inglés.
Portadas de dos de las nuevas ediciones de libros de Aleister Crowley
¿Acaso no existían ya ediciones de Crowley en España antes de este sorprendente boom? Naturalmente que sí, incluso de algunas de las obras que ahora también han dado a prensa Valdemar, La Felguera, etc. Pero se trataba y se trata de publicaciones pergeñadas, a veces sin rigor alguno en cuanto a traducciones y acompañamiento crítico, por editoriales o colecciones estrictamente ligadas al mundo del esoterismo: Humanitas, Luis Cárcamo, Ibis, Edaf... Con la excepción de un par de títulos de selectas editoras de los años 80 del siglo pasado como Siruela y el cuasi fanzine Árbol de Poe, Crowley estaba reservado a catálogos sobre magia, alquimia, brujería, adivinación, cábala y demás parafernalia, procedentes muchos de Latinoamérica y con graves carencias en cuanto a traducción y edición. En ellos alternaba con Saint Germain, Papus, Gurdjeff, Allan Kardec, Uri Geller, Von Däniken y, en definitiva, con ese batiburrillo que incluye desde figuras dignas de interés tanto a nivel filosófico como literario hasta descarados farsantes, desde serios estudios sobre sufismo o paganismo hasta libros sobre cómo ganar la lotería o el poder mágico de las pirámides. ¿Cómo ha escapado Crowley de este gueto?Por si algún lector lo desconoce, cosa ya muy improbable, Aleister Crowley (1875-1947) es un personaje realmente biggerthanlife. A caballo entre el siglo XIX y el XX, fue conocido por sus detractores como "el hombre más perverso de Inglaterra", pese a lo cual consiguió no solo fundar una suerte de nueva religión mistérica, la Iglesia de Thelema, que cautivó a todo tipo de seguidores entre las clases altas y más cultas de su tiempo, sino frecuentar también artistas e intelectuales de la talla de Yeats -su enemigo declarado dentro de la Golden Dawn, famosa sociedad ocultista en la que comenzara sus andanzas-, D. H. Lawrence, el pintor Gerald Kelly, Auguste Rodin, Somerset Maugham -que le convirtió en villano de su primera novela: El mago-, Austin Osman Spare, el periodista Walter Duranty, H. H. Ewers, William Seabrook, la actriz Jane Wolfe, Frank Harris, Fernando Pessoa -que solía jugar con él al ajedrez-, Alfred Adler, Aldous Huxley, Dennis Wheatley, Roald Dahl, Ian Fleming...
Aleister Crowley jugando al ajedrez con Fernando Pessoa
Músicos de pop y rock como los Beatles, David Bowie, Led Zeppelin, Ozzy Osbourne, Iron Maiden o Genesis P. Orridge, entre otros, adoptaron a Crowley y su filosofía como iconos, mientras la literatura, el cine y el cómic encontraban también en su obra y persona fuente de inspiración para todo tipo de argumentos. En realidad, ya tardaba mucho el mundo editorial español en comprender la naturaleza eminentemente contracultural, radical, cool y hip del mago más famoso del siglo XX.
Hoy, tras su reivindicación y casi reinvención por figuras como las del guionista de cómic y escritor de culto Alan Moore, el veterano cineasta experimental Kenneth Anger o el ya desaparecido teórico de la contracultura y autor de ciencia ficción Robert Anton Wilson, es lógico que Aleister Crowley se haya emancipado alegremente de las estanterías y secciones de Ocultismo y Nueva Era, aburrido por la compañía de cartomantes baratos, sanadores y canalizadores de espíritus, para codearse en editoriales como Valdemar o La Felguera con referentes de la modernidad tan diversos como Camille Paglia, William S. Burroughs, Stephen King, Lewis Carroll, David J. Skal o Adam Parfrey. No solo sus obras de ficción fantástica, sino también ahora sus libros más doctrinales, plagados de abracadabrantes e indescifrables sentencias, fórmulas y cábalas mágicas, que sin embargo pueden disfrutarse plenamente como textos visionarios en la tradición de William Blake, Rimbaud o T. S. Eliot, palimpsestos crípticos de una Tradición Hermética subterránea e inmortal, son lectura obligada para todo hípster que se precie de serlo, y El libro de las mentiras o El Libro de la Ley pueden ser el equivalente en los 2000 a lo que antaño fueran biblias de la modernidad como El lobo estepario, La náusea, Trópico de Cáncer o Manhattan Transfer.
Por supuesto, sería divertido saber qué pensaría realmente Crowley, paradójicamente todo un gentleman inglés chapado a la antigua, conservador y monárquico, de esta transfiguración en mesías hípster del siglo XXI. Seguramente se echaría unas buenas risas... y daría rápidamente su número de cuenta para que le ingresaran los royalties de unas nada despreciables ventas.