Es algo comúnmente aceptado por todos que hay unas características propias y definidas, una serie de rasgos particulares que unidos a ciertos ritos y símbolos conforman lo que podríamos llamar el carácter español. ¿Pero existen realmente? Durante mucho tiempo se presentó la formación de las naciones y del carácter y peculiaridades de sus habitantes como un proceso secular y paulatino en el que se iban desarrollando estos rasgos, pero el nuevo paradigma interpretativo de la historiografía actual nos sitúa en un planteamiento "constructivista", según el cual las modernas naciones surgidas en el siglo XIX son construcciones históricas que deben estudiarse en un contexto específico.
Recientes ensayos se enmarcan en esta tendencia como el sintético trabajo del reputado José Álvarez Junco Dioses útiles. Naciones y nacionalismos (Galaxia Gutenberg), que alude a este cambio radical que introduce la historiografía reciente en el examen del hecho nacional; o el libro España imaginada. Historia de la invención de una nación, también de Galaxia, donde Tomás Pérez Vejo analiza el papel que jugó la pintura de historia en la configuración de cierta idea de España.
En esta corriente se inserta por derecho propio El descubrimiento de España (Taurus), donde bajo el subtítulo de Mito romántico e identidad nacional, el historiador Xavier Andreu Miralles (Borriol, Castellón, 1979) estudia la imagen de España a través del papel de la literatura y de los estereotipos, y en concreto la influencia del mito romántico de España (como mito orientalista) en la construcción de su identidad nacional durante las décadas centrales del siglo XIX. "Los mitos forman parte de narrativas de la nación en las que es fundamental la literatura, las artes u otros géneros como la historia, que sirven para sintetizar las identidades, para que los sujetos históricos puedan identificarse con una nación, con una clase, con un equipo de fútbol, con lo que sea. La importancia que tienen es que estas identidades funcionan a través de mitos, que sirven para anclar, para dar un sentimiento de comunidad humana con lazos o vínculos comunes".
Y es que Andreu Miralles pone en escena la tensión que existió entre aquel imaginario que subrayaba la autenticidad y el primitivismo como marcas del carácter nacional y el afán de las élites liberales de integrarse en la modernidad, y plantea la tesis de que muchas de las connotaciones de lo que hoy consideramos español nacieron en esa época no tan lejana. "Ese mito del pasado andalusí, lo que sería el mito romántico en sí, la orientalización de España, se construye dentro de un proceso más amplio que es el del redescubrimiento del mundo oriental en Europa o la construcción de una idea de Europa que se define por contraposición con el Otro oriental, a lo largo de todo el siglo XVIII", explica.
Será ya durante el XIX cuando, dentro de esa corriente, se redescubra el pasado oriental español, pero con un problema añadido que otros países menos influenciados o más avanzados no sintieron. "Lo que será más problemático para los intelectuales españoles de entonces es que ese pasado se proyecta luego hacia el presente, con él se tratará de explicar los supuestos problemas, el retraso de la nación española o las características de su pueblo". En este contexto, una élite culta utiliza la literatura y otras artes para dar una nueva visión a mitos medievales y barrocos, una vuelta de tuerca para adaptarlos a esa construcción que se hacen los intelectuales de la época. "Esto es un fenómeno también europeo y en este mismo momento se está produciendo un proceso de construcción de las identidades nacionales del continente, que parte de una serie de memorias, de historias, de mitos anteriores, pero que reutiliza y recoge estos mitos y los reinterpreta. El elemento más importante de esta reinterpretación sería que todas estas tradiciones y elementos del pasado son leídos y reinterpretados en clave nacional o nacionalista".
Pensemos por ejemplo en el Rey Arturo británico o en todos los personajes de la mitología germánica rescatados por Wagner. Pero al hablar de España llama la atención el peso de la mirada extranjera en la forma de conformarse España como país, ese complejo que arrastramos un poco desde esa época de mirar cómo nos ven desde fuera. Andreu Miralles sostiene que la influencia de los países extranjeros a la hora de conformar esta España fue muy grande, "porque cuando los autores españoles se detienen a pensar su país, la situación de su país o qué país quieren, están constantemente comparándose con la percepción que tienen de los países extranjeros y con la propia percepción que de los españoles o de España tienen esos mismos autores extranjeros". Aunque asegura que este fenómeno tampoco es singular o exclusivo de España, sino que es común a todos los procesos de construcción nacional. "Tendemos a verlos como algo centrado en una nación, pero realmente en la mayor parte de los casos, los intelectuales de cada nación se ven obligados a compararse y a interpretarse a través de la mirada del otro, de autores de fuera de sus fronteras".
Paralelamente a esta corriente que habla de construcción, se encuentra otra visión que defiende la existencia de un relato nacional ininterrumpido que crece y se reactualiza constantemente. En este sentido de delimitar quienes somos y por qué, se inserta el ensayo divulgativo Por qué España. Una visión simbólica de la Historia (Ariel), en el que Ignacio Merino (Valladolid, 1954) bucea en los símbolos que a lo largo de toda nuestra historia han ido conformando la cultura e identidad de lo que hoy llamamos España. Un enfoque desde la psicología colectiva que se centra en los símbolos distintivos, multifacéticos y cambiantes, de un pueblo que sirven tanto para lograr la cohesión interna como para diferenciarse de los demás.
"Los símbolos, como nos enseñó Jung, se inscriben en los códigos de información genética, en la filogénesis, en lo que recibimos en nuestra herencia cultural y ayudan mucho a la construcción de un discurso inteligible, a comprender, y a transmitir". Merino plantea una relectura de todos los elementos que considera relevantes para comprender la España actual que parte de una objetividad de corte divulgativo más canónica y clásica que las corrientes más interpretativas. Aunque dentro del repaso, también se posiciona y propone símbolos, como por ejemplo dejar de hablar de la Guerra de Independencia y hablar de la Revolución española, "que es lo que fue, en consonancia con las de la época. Parece como que nos han querido quitar la revolución. La tuvimos y gorda, la liberal, que da pie al liberalismo político (uno de los movimientos más avanzados de la Europa de entonces como recoge la Constitución de 1812) y democrático de la conquista de derechos y libertades de todo el XIX".
Con este ejemplo, más allá de su análisis histórico, Merino advierte de un gran peligro, que es el de interpretar mal los símbolos o directamente tergiversarlos. "Tenemos que tener capacidad semiótica de nombrar las cosas bien. Hay símbolos, especialmente en nuestra historia reciente, que se han utilizado mal". Y es que según el autor, la política siempre va a tratar de reescribir la historia, "principalmente intentará convertirla en instrumento de defensa y ofensa contra el adversario. La historia con esas demencias que cuenta por ejemplo el nacionalismo, con Sabino Arana, o el actual nacionalismo catalán que intenta apropiarse de una historia que no les pertenece para denostar al contrario".
A la hora de criticar el nacionalismo, Merino no diferencia. "El español es igual de pernicioso. Por eso hay que diferenciar entre el patriotismo y el nacionalismo, algo que en España es crucial que distingamos", puntualiza. "Uno es el amor natural a tu tierra, local, universal, mediana, siempre una ligazón emocional que no tiene conflicto, pero el nacionalismo ya parte de un conflicto, de la ofensa y la agresión al contrario, de la exclusión y el odio, además al próximo". De hecho, asegura que uno de los grandes problemas de nuestro país es su capacidad para pervertir el patriotismo. "La izquierda ha perdido el paso, no supo reivindicar a tiempo el país, y no se reconoce en la España que ha sido dominada por las élites y las oligarquías conservadoras, y lo consideran como una impostura. Pero ser español no es una consigna exclusiva de la derecha, igual que la bandera no pertenece solo al ejército ni a la derecha. Ese error lo estamos pagando muy caro".
Precisamente en este aspecto incide Andreu Miralles al afirmar que el franquismo se apropió de los personajes de la mitología de lo español "convirtiéndolos en entes románticos y folclóricos. Y precisamente por esta apropiación y por esa asociación al Régimen franquista, estos personajes a partir de la Transición perderán mucho de su aura o de su peso porque se asociarán por una gran parte de la sociedad española con el franquismo". Sin embargo, asegura que se mantienen muchas de las cargas que estos estereotipos tienen. "Quizás muchos de estos elementos han ido perdiendo fuerza en la España actual pero sí han quedado determinadas ideas que quizá no están asociadas a estas figuras directamente, pero sí de forma más amplia, como el que los españoles son menos dados al trabajo, que les gusta vivir la vida, o que las mujeres españolas son más libres", asegura.
"Esta percepción de que existe un carácter nacional español que se define por estos rasgos, sigue estando presente y siendo muy popular e interiorizado por los españoles", lamenta, "pero debemos ser conscientes de que son eso, mitos, estereotipos, y que al referirnos a España o los españoles en este sentido ni les debemos dar más importancia de la que tienen, ni deben justificar según qué cosas.".
Para Merino también hay rasgos que nos definen, señas de identidad de las que debemos desprendernos definitivamente, como la insatisfacción. "Hay una insatisfacción histórica constante que lleva tanto a la rebelión como a la abulia o la apatía. Y por supuesto al cainismo, esa saña que aflora en los momentos trágicos. Somos un país emocionalmente inestable con muchas tensiones periféricas. Pero estamos en ese camino de satisfacernos de una vez". También alude al pesimismo, "el virus que inoculó la leyenda negra de la autoflagelación. Creo que nuestra tarea en la actualidad es superar esa tara freudiana para madurar, como otros pueblos con traumas mayores como por ejemplo Alemania, que goza de una disciplina individual y colectiva que a nosotros nos falta".