Amos Oz
Amos Oz (Jerusalén, 1939) es un hombre de costumbres. Se levanta a las cuatro de la mañana, se toma un café, da un paseo y antes de que amanezca se pone a escribir durante algunas horas. Así ha gestado sus obras y en su última novela, Judas, habla sobre la traición con su propia teoría sobre el rol que jugó Judas en la muerte de Jesús. Aunque más recientemente, en España se reeditó uno de sus primeros libros, Tocar el agua, tocar el viento. Pero en esta ocasión, el escritor israelí habla sobre sus lecturas favoritas.Pregunta.- Cuéntenos sobre sus escritores favoritos.
Respuesta.- No tengo una estantería con mis libros eternamente amados. Vienen y van. Algunos vuelven más a menudo que otros: Chéjov, Cervantes, Faulkner, Agnon, Brener, Yizhar, Alterman, Bialik, Amichai, El gatopardo de Lampedusa, Kafka y Borges, de vez en cuando Thomas Mann y, a veces, Elsa Morante y Natalia Ginzburg.
P.- ¿Qué es lo que más le conmueve en la literatura?
R.- La respuesta corta es que cuando una pieza literaria, de pronto, hace que lo familiar resulte desconocido, o al revés, cuando una obra convierte lo desconocido en íntimamente familiar, me conmueve (me hace llorar, reír, enfadarme, sentir gratitud o muchas cosas diferentes modos de excitación).
P.- ¿Qué tipo de lector era de pequeño? ¿Qué libros infantiles le marcaron?
R.- Omnívoro, lo leía todo. Me leí el manual de usuario de la caldera eléctrica, leía novelas que estaban fuera de mi alcance, poesía que solo me ofrecía la sonoridad de su lenguaje mientras el mensaje aún me resultaba lejano. Leía periódicos y revistas de todo tipo, panfletos, anuncios, manifiestos políticos, revistas porno, cómics. Todo.
P.- Si hubiese un libro que ha hecho de usted quien es hoy en día, ¿cuál sería?
R.- Casi todos los libros buenos me cambian de alguna manera. Pero quizá no hubiera reunido la valentía suficiente para enviar una historia temprana a un editor literario si no hubiera sido por lo que aprendí de Winesburg, Ohio de Sherwood Anderson, por In the prime of her life de Agnón y por los cuentos de M.Y. Berdyczewski. Winesburg, Ohio, me enseñó que en ocasiones la historia más local puede llegar a ser la más universal. Escribí sobre estas primeras epifanías en Una historia de amor y oscuridad.
P.- ¿A qué autor, vivo o muerto, le gustaría conocer?
R.- Me encantaría pasar media hora con Anton Chéjov. Le invitaría a una copa. No hablaría de temas literarios con él, ni intentaría siquiera entrevistarle o pedirle consejos útiles, tan solo hablaríamos de la gente. Incluso cotillearía con él. Me encanta su mezcla única de misantropía y composición. Y el chismorreo que es, aparte de una mezcla entre ambas, una prima lejana de las novelas y las historias, aunque no se saluden por la calle porque se avergüenzan de este miembro de la familia.
P.- ¿Qué libros tiene actualmente en su mesilla de noche?
R.- Hace unas semanas un amigo y colega, el novelista israelí A.B. Yehoshua perdió a su mujer por una enfermedad. Rivka Yehosua era una psicoanalista puntera y ambos eran amigos mías desde hace cinco décadas. Hace 30 años Yehosua publicó Five Seasons, una maravillosa novela sobre un hombre delicado que pierde a su mujer en la flor de la vida. La novela describe el primer año del protagonista como viudo. Lo estor releyendo con temor, entre lágrimas y con admiración. No puedo evitar temblar ante la idea de que la vida imita a menudo la literatura.
P.- ¿Cuáles son los últimos libros recomendables que ha leído?
R.- He leído Los besos de Lenin, una feroz, divertida, dolorosa y juguetona novela del escritor chino Yan Lianke. Es mucho más que una atrevida y conmovedora parodia política. Es, también, un estudio sutil del mal y la estupidez, la miseria y la compasión. He releído la biografía de Anita Shapira escrita por David Ben-Gurion redescubriendo la grandeza de este padre fundador de Israel que, a principios de los años 30 reconoció el surgimiento del nacionalismo palestino y su feroz resentimiento hacia el sionismo. Llevó a cabo una serie de minuciosas reuniones con los líderes palestinos tratando, en vano, de formular un compromiso de gran alcance entre dos movimientos nacionales legítimos que reivindicaban con justicia la misma pequeña patria.
P.- ¿Quiénes son los autores subestimados o pasados por alto? ¿Hay escritores israelís que no han sido traducidos tan internacionalmente como deberían? ¿Cuáles recomendaría?
R.- A dos escritores israelís; S. Yizhar y Yehosua Kenaz son poco conocidos fuera del reino hebreo. La obra de Yizhar tiene una calidad semejante a la Joyce mientras que Kenaz te puede hacer recordar a Marcel Proust.
P.- ¿Cuáles son los géneros que más le gusta leer? Y, ¿cuáles intenta evitar?
R.- Recientemente he desarrollado una creciente adicción hacia las biografías y memorias bien escritas, ya sean de artistas, estadistas o excéntricos fallidos. Stalin de Simon Sebag Montefiore, Kafka de Reiner Stach y Nikolai Gogol de Nabokov.
P.- ¿Tiene algún héroe ficcional favorito? Y, ¿antihéroe o villano?
R.- Don Quijote. El héroe y antihéroe de la primera novela moderna, que es también la primera novela posmoderna y también la primera novela deconstruccionista. Los genes de don Quijote se pueden encontrar en miles y miles de figuras literarias y cinematográficas. Quizá algunos de sus genes están en cada humano post-quijotesco.
P.- Si pudiera recomendarle al presidente y al primer ministro israelí un libro, ¿cuál sería?
R.- Desafortunadamente hay muchos líderes políticos en el mundo, también mi país, que me sorprendería descubrir que leyeran algún libro, del tipo que sea. Al presidente Obama le daría, como regalo de despedida y con admiración mi Una historia de amor y oscuridad. El primer ministro Netanyahu, quizá se beneficiaría leyendo Richard III.
P.- ¿Quién le gustaría que escribiera la historia de su vida?
R.- Todos mis hijos escriben muy bien. Cualquiera de ellos podría contar mi historia con una correcta mezcla de parentesco, empatía e ironía.