Una historia de amor y oscuridad
Amos Oz
16 septiembre, 2004 02:00Amos Oz. Foto: Carlos Miralles
Amos Oz (Jerusalén, 1939) había mantenido en la penumbra la existencia de sus padres. El pudor y la reserva le habían prohibido internarse en sus primeros quince años, pero ahora ha reconstruido ese período, transformando lo autobiográfico en literatura.Ha escogido la forma de la novela para hablar por primera vez de ese padre aficionado a lo sublime que no consiguió acceder a la docencia universitaria, pese a sus vastos conocimientos filológicos, y de esa madre melancólica que le inculcó el amor a la literatura con improvisados relatos en las horas previas al sueño, pero que una noche de enero de 1952 se quitó la vida con una sobredosis de barbitúricos. Dos años más tarde, Amos se marcharía al kibbutz Hulda, donde se esforzó en convertirse en un joven bronceado y robusto que postergaba su vocación literaria para contribuir en la construcción del nuevo estado. El recuerdo de la guerra del 48, que hizo de Jerusalén un escenario de muerte y destrucción, estimulaba la necesidad de identificarse con un proyecto que incluía la exclusión de otro pueblo (apenas medio millón de árabes), pero la conciencia de pertenecer a una minoría con una larga tradición de matanzas y discriminaciones impedía ahogar los escrúpulos cuando se planteaba el exterminio del adversario, abdicando de esa tolerancia que había caracterizado a los judíos europeos. De hecho, muchos judíos no habían descubierto su condición hasta que se desató el vendaval nazi, que convirtió en leyes los prejuicios históricos. En cualquier caso, parecía indudable la necesidad de sustituir al judío de la diáspora, con su resignación y fatalismo, por un nuevo tipo donde prevaleciera la voluntad de resistencia, la determinación de echar raíces o morir en el empeño.
Amos Oz muestra una enorme sensatez en su análisis del conflicto político, pero las mejores páginas del libro están reservadas a la recreación de su intimidad familiar. A pesar de crecer en un diminuto apartamento de treinta metros, el amor a los libros no desperdiciaba ninguna pared o hueco para alojar nuevos ejemplares que excitaban en el padre un placer sensual, ya que el libro no se percibía como simple conocimiento, sino como un objeto con tacto, olor y una peculiar identidad. De niño, Amos no quería ser escritor, sino libro, trasfundirse en esa particular ordenación de la materia donde confluían el saber y lo físico. Su tío Yosef, un erudito infatigable que rivalizaba con su vecino Agnón, futuro Premio Nobel, le enseñó que no existía nada más asombroso que crear una nueva palabra, ya que los libros se hunden poco a poco en el olvido y las palabras se mezclan con el caudal del idioma, asegurándose un nicho en la eternidad. Durante su estancia en el kibbutz Amos lee una y otra vez a Hemingway. Fascinado por su épica del machismo, sueña con emular a esos personajes que combinan el puñetazo, la seducción erótica y el impulso creador.
La referencia al Holocausto impregna su infancia. Su familia evoca los pogromos, el odio del populacho, que se desprendió de cualquier inhibición cuando la demagogia de Hitler se extendió por Europa, rescatando las hachas y las horcas que dormían en desvanes y graneros. Oz se aproxima a Canetti al estudiar las emociones de las masas, que trascienden la dispersión individual para unificarse en una voluntad común. Ese fenómeno justifica la teoría de Sartre, que identifica el infierno con el otro, pero con la salvedad de que el otro no es el más próximo, sino una multitud sin rostro. Este matiz no afecta al desconocimiento que nos separa de los más cercanos.
La madre de Amos sostiene que nadie sabe nada de nadie, pero esa ignorancia es preferible al conocimiento, pues cuando los secretos se esclarecen aparecen las tinieblas. Esas tinieblas que se cernieron sobre ella en sus últimos años, cuando el dolor psíquico se hizo tan insoportable que buscó el alivio de la muerte. Amos no esconde la frustración que suscitaban su tristeza, su insomnio o sus crisis de ansiedad. La compasión se mezcla con el odio. No puede dejar de amarla, pero es imposible no aborrecer al mismo tiempo a esa mujer que transitaba de la apatía a la ira, de la incomunicación a la verborrea, de la delicadeza a la obscenidad.
Una historia de amor y oscuridad es un libro extraordinario, con una prosa precisa y levemente lírica, que desbroza el pasado con el anhelo de comprender una tragedia silenciada por la necesidad de continuar viviendo. Al regresar a sus orígenes, Amos Oz ha descubierto que el dolor es la matriz de la escritura.
Cuatro cuestiones a Amos Oz
-En este libro ¿hay más amor o más oscuridad?
-Amor y oscuridad no son tan opuestos. El amor es un poder esencial de la naturaleza y por eso contiene oscuridad, dolor y muchos demonios.
-¿Y más poesía o más política?
-La política es algo muy íntimo. Está en nuestros sueños, en nuestos juegos, en nuestra sexualidad... No es posible trazar una linea divisoria clara.
-¿Cómo era Jerusalén en su infancia?
-Cosmopolita y culta. Pero yo me sentía allí como el niño que lleva dos horas en la ópera y dice: ¿cuándo empieza?
-¿Sigue siendo "un poco anarquista"?
-Sí, pero esto no es una gran hazaña, porque en nuestros sueños y fantasías todos lo somos. Tengo un lado anarquista, pero me comporto bien.