Aira y la vanguardia
Días atrás anduvo César Aira por Madrid, visitando museos, soportando homenajes, padeciendo entrevistas. El pretexto para traerlo fue la reciente creación, por parte de Literatura Random House, de la Biblioteca César Aira, marca con la que la editorial proyecta dar común envoltorio tanto a la docena y media de títulos que lleva publicados de este autor como a los que lance en un futuro. La iniciativa no deja de tener una dimensión utópica, dada la conocida tendencia de Aira a dar a la luz, con incontrolable frecuencia, libros de pequeño tamaño, que encima tiende a dispersar en todo tipo de sellos editoriales, algunos casi hipotéticos. Él mismo se ha referido alguna vez a sus “novelitas” como “fascículos” de una Enciclopedia imposible de compilar. Su particular estrategia “comercial” ha sido interpretada, como casi todo cuanto a él se refiere, como un gesto vanguardista. Pero Aira es el primero en manifestar sus escrúpulos en relación a este concepto -el de vanguardia-, que parece asumir con más resignación que convencimiento, como si en su caso se tratara de una especie de fatalidad.
“No tengo pasta de vanguardista, me gusta demasiado la literatura convencional. Deliberadamente quiero crear lo nuevo, pero instintivamente sigo amando lo viejo”, declaraba en una ya vieja entrevista. Y en la muy reciente de Alberto Gordo en El Cultural lo ratificaba: “Siendo un escritor al que califican de vanguardista, mis relatos son, como relatos, perfectamente convencionales en la superficie, aunque por debajo pasen cosas más raras. Creo que ese es el camino: hacer algo legible, como eran legibles los viejos libros y las viejas novelas, pero saboteado por debajo”.
La relación de Aira con la vanguardia se ilumina conectándola con la que mantiene con el arte en general. Preguntado en otro lugar acerca de qué es lo que le atrae tanto en el arte, Aira replicaba: “No habría que decir que me atrae el arte. Estoy adentro. Sí, porque atraer sería como estar allá y yo voy, atraído. Yo estoy adentro del arte”.
Con toda su imprecisión, esta réplica contribuye excelentemente a reconocer la peculiar “posición” de Aira como escritor, persuadido como está (así lo manifiesta en uno de los apuntes de Continuación de ideas diversas) de que “la superioridad de la literatura sobre las demás artes radica precisamente en las demás artes: la literatura las incluye, trabaja con sus mecanismos, con las claves de sus mecanismos, los que las demás artes emplean a ciegas y la literatura expone en toda su belleza, en sus asimetrías, en su ingenio”.
Puede que la cuestión de la vanguardia sea, en definitiva, la cuerda floja sobre la que, todavía hoy, avanza -ya sea con los ojos vendados, ya contemplando horrorizada o con fascinación el abismo abierto a sus pies- la literatura latinoamericana. Para hacerse cargo de ello, quizá no sea gratuito confrontar las obras y las trayectorias de César Aira y de Roberto Bolaño, dos narradores en absoluto antagónicos que sin embargo constituyen en la actualidad el polo y contrapolo del campo magnético que dicha literatura genera.
Tanto Aira como Bolaño -los dos significativamente atraídos por la figura del artista- se construyen como narradores forcejeando con la vanguardia, que ejerce sobre ellos una atracción de muy distinto signo. Mientras Bolaño la tematiza, convirtiéndose en cronista y mitógrafo de la diáspora que sucedió a la derrota de la utopía en que militó él mismo, Aira sigue operando con sus procedimientos, buscando una y otra vez la salida, la solución, el milagro que permita, por así decirlo, “normalizarla”. También él se exalta contemplando “el valiente extremismo” de las actitudes de los vanguardistas, “sobre todo en vista del enemigo al que apuntaban, que sigue siendo nuestro enemigo: el pasatismo, la demagogia, la apropiación comercial del arte”. Pero la vanguardia no es para él ni una patria perdida ni un motivo de elegía. Cautivo, en cierto modo, de sus leyes, él se pregunta “si no sería posible ‘traducir' esas actitudes, sin traicionarlas (y hasta radicalizándolas más todavía), al idioma de la vieja literatura que decidió nuestra vocación”. Y concluye: “Me gustaría pensar que es lo que he venido haciendo todos estos años”.