Orhan Pamuk
La última novela del escritor turco, Una sensación extraña (Random House), recorre los últimos cincuenta años de Estambul a través de la historia de un vendedor ambulante. Premio Nobel en 2006, y autor de novelas como Cevdet Bey e hijos, El castillo blanco o Me llamo Rojo, Pamuk recibe a El Cultural en su estudio de la ciudad del Bósforo.
Pamuk publica nueva novela. Se titula Una sensación extraña, un nombre extrañamente específico dado su ambicioso planteamiento narrativo. Es una traducción no literal del turco: sería más exacto decir "Una mente extraña" o "Un punto de vista extraño", como se ha vertido a otras lenguas. Refiere la singular percepción que Pamuk, según dicen sus amigos, tiene de la realidad de su país. "Algo como la sensación de no pertenecer al lugar ni al tiempo en el que vives". E indica el carácter intimista de la obra, más un retrato de Mevlut, el protagonista, que un gran fresco de Estambul entre 1967 y 2012.
Mevlut Karata es un vendedor ambulante de yogur y boza; la boza es una bebida tradicional que prácticamente ha desaparecido de las calles de Estambul y que simboliza, en la novela, la implacable evolución de una ciudad que, en apenas treinta años, ha multiplicado por cinco su población. "Queda muy poco del Estambul que conocí de niño", reflexiona el escritor, pero sin amargura. Esa es también la impresión que tiene Mevlut en 2012; subido a una azotea, observa que la contaminación lumínica oculta el Bósforo y que la ciudad es un ente "poderoso", "indómito" y "aterradoramente real".
Pregunta.- Su libro parece reivindicar la perdurabilidad de un género que ha de estar, únicamente, al servicio de la historia que se quiere contar. ¿Es esa su idea de la novela?
Respuesta.- Sí, pero no es algo que me plantee demasiado. Esto iba a ser una novela corta que comencé a pensar mientras escribía El museo de la inocencia. Pero entonces me tuve que ir de mi país por problemas políticos, e interrumpí el proyecto. Tiempo después lo retomé. La idea era contar la historia de este personaje pero desde una perspectiva autobiográfica, es decir, como un reflejo de mi propia vida. Entonces comencé a hacerme preguntas: quiénes son estos vendedores ambulantes anónimos, dónde viven, cómo construyen sus casas. Y al final la novela acabó siendo lo que usted ve ahora [Pamuk coge la edición española, que está sobre la mesa, y mira el canto del libro]: una obra épica de más de seiscientas páginas.
El escritor vuelve a pedir permiso y se levanta. "¿Le puedo hacer una foto?", dice. "Es para mis archivos". Se vuelve a sentar. Cuando dice "problemas políticos" se refiere al asesinato en 2007 del periodista armenio Hrant Dink. Lo mató un fanático nacionalista, facción política a la que Pamuk se enfrentó al denunciar, en un periódico suizo, el negacionismo oficial turco del genocidio armenio. Dink era su amigo, pertenecía al grupo al que el gobierno, con un timbre de desprecio, llama "los intelectuales occidentalizados". El asesino, tras ser capturado, se dirigió a Pamuk: "Ten cuidado. Tú puedes ser el siguiente". Y Pamuk emigró a Estados Unidos.
P.- ¿Le ocurre a menudo que sus novelas acaben siendo algo muy distinto, y más complejo, de lo que tenía en mente cuando comenzó a escribir?
R.- Me ocurre todo el tiempo. En los primeros dos o tres años de escritura de una novela cambio continuamente la historia. Corrijo, vuelvo atrás. Aquí me ocurrió al desarrollar el carácter de Mevlut, al ir dotándolo de coherencia. Sólo se mantienen intactas las experiencias de su infancia y adolescencia, que están basadas en mis recuerdos. El verano pasado esta novela tenía más de mil páginas, y desde entonces solo he borrado, reescrito, corregido.
P.- Cada personaje involucrado en la historia cuenta su propia versión de lo ocurrido. ¿Qué efecto quería conseguir con este coro de voces?Mis personajes no están fascinados con Estambul. Su interés suele ser la mera supervivencia"
R.- Mi intención, después de ese tanteo inicial del que le he hablado, era escribir una novela épica. Entrevisté a muchísimas personas: camareros, vendedores de la calle, electricistas... Me metí en la piel de Mevlut y traté de interpretar lo que me contaban desde su punto de vista. Al organizar el material me di cuenta de que, utilizando la primera persona, la historia ganaba verdad. Y así lo hice. La parte más delicada es la que concierne a las familias conservadoras de clase media. Yo no viví eso porque mi familia era mucho más moderna, mis padres no eran religiosos y mi madre nunca llevó velo, pero en mi escuela sí había familias así. Por eso, para recrear los interiores, los ambientes familiares, tuve que recurrir en parte a testimonios.
Una ironía cruel
P.- ¿Cuánto hay en sus personajes de la fascinación que usted sentía, de joven, por la increíble evolución de Estambul?R.- No creo que mis personajes, no al menos la mayor parte de ellos, sientan fascinación por Estambul. Su interés suele ser la mera supervivencia. Me preocupa mucho no edulcorar a mis personajes, que no asistan con fascinación ni romanticismo a la evolución o al progreso de la ciudad. El emigrante, como Mevlut, tiene esa visión nostálgica o romántica pero de su aldea, de su mundo rural perdido. Yo hablo de Estambul porque he vivido aquí, pero mis historias tratan de seres humanos. Fuera de mi país soy el novelista de Estambul, pero para muchos turcos no soy más que un escritor burgués.
P.- Lo que sí le ocurre a Mevlut, su protagonista, es que es superado por el avance de la modernidad: sus oficios se van quedando obsoletos y él se ve obligado a reinventarse una y otra vez, como si la ciudad fuese una especie de animal voraz que va engullendo a sus habitantes. ¿A usted le entristece esta otra cara del progreso?
R.- Sí, me entristece pero lo asumo. Lo que le pasa a Mevlut ocurre en muchos barrios de Estambul, como Tarlabasi, que ahora es un barrio elegante en el que se ha llevado a cabo una especie de limpieza; donde había vendedores ambulantes, ahora hay gente guapa y distinguida. Es una ironía cruel. Estambul está construida por inmigrantes que vienen de las zonas rurales y levantan barrios; pero cuando estas zonas ya están perfectamente desarrolladas, entonces viene la modernidad y manda a esos inmigrantes al siguiente círculo periférico de la ciudad. Ahora hay unos quince millones de habitantes en Estambul. Muchos tienen unos salarios muy bajos y todos los días, para ir a trabajar, tienen que viajar en transporte público durante dos horas. Es una paradoja cruel.
P.- En la novela parece abogar, para Turquía, por un equilibrio entre pasado y presente: que la modernidad avance pero que no se olviden las tradiciones. ¿Es posible un equilibrio así?
R.- No me gusta ver cómo las tradiciones se olvidan, cómo el pasado se borra por completo. En los años 50 y 60 había barrios enteros de casas de madera que se destruyeron para construir edificios de dos o tres plantas en zonas pobres. Después se tiraron esos edificios para construir edificios de seis, siete plantas, como éste en el que nos encontramos. Ahora se están tirando estos edificios para construir rascacielos aún más altos. Mi sensación ante una ciudad que cambia tanto es que nada te pertenece. Yo me imagino una gigantesca ola de inmigrantes del interior del país que, al venir, destruye todo lo que construyeron los que vinieron antes.
El moralismo, en literatura, es un área muy problemática. Si juzgas a un personaje, lo estás matando".
R.- Sí, es posible. Pero no siempre es fácil. Para lograrlo siempre recurro a Tolstoi, que decía que, si un personaje es excesivamente malo, el novelista debe tomar medidas para hacer que parezca mejor de lo que es. Es mi manera de evitar el moralismo. El moralismo, en literatura, es un área muy problemática. Si juzgas a un personaje, lo estás matando. En mi novela Nieve, protagonizada por un terrorista fundamentalista islámico, esto se convirtió en un auténtico reto. La crítica internacional apreció que era un personaje convincente, y eso fue la parte de la novela en la que puse más atención. Hubo quienes me criticaron porque consideraron mi retrato demasiado benevolente. No estoy de acuerdo, no creo que se trate de eso: mi obligación como novelista es hacer personajes sólidos y matizados.
P.- Ha dicho alguna vez que para usted escribir tiene algo que ver con jugar, con ser niño. En este libro vuelve a hacer un gran retrato de la infancia del protagonista. ¿Cómo escritor qué le interesa de la infancia, o con qué mirada aborda esa etapa de la vida?
R.- Tengo la suerte -una suerte inmensa para un novelista- de recordar muy bien mi infancia. Cuando hablo de la niñez de Mevlut introduzco experiencias mías. Yo estuve, por ejemplo, un año en Ankara, yendo a una escuela gubernamental de clase baja en la que me daban aceite de pescado y la leche que enviaba la UNESCO. Son recuerdos que están en el libro tal y como vienen a mi mente. A finales de los años setenta, antes del golpe militar, cuando yo tenía 27 años, la mujer de un amigo mío trabajaba en un barrio pobre dando clases de inglés. Era una escuela muy conflictiva, con muchos estudiantes radicalizados políticamente. Esta mujer se quedó embarazada y yo la sustituí dando clases de inglés. Me lo planteé como un ejercicio de novelista, y es una experiencia que he utilizado ahora, mucho tiempo después en este libro.
P.- Su novela es también una novela política. Turquía es una joven república pero ya ha sufrido varios golpes de estado, y usted trata con minuciosidad los sangrientos enfrentamientos entre islamistas, marxistas... ¿Qué se dejó Turquía con toda aquella violencia entre compatriotas?
R.- Para explicar la evolución de Turquía la política es superficial, resulta insuficiente. Lo que ha habido es un gran movimiento demográfico que ha producido grandes cambios culturales. Y en Estambul hubo una lucha económica, entre clases, por disfrutar de la riqueza que ofrecía la ciudad y que ha atraído en las últimas décadas a inmigrantes de todo el país. Detrás de toda esa violencia siempre había objetivos más modestos que los meros ideales: poner la tienda en el mejor lugar, construir una casa en el barrio más agradable para vivir. Las grandes ideas no creo que hayan tenido importancia en la forja del país; ha sido una lucha del día a día. Solo los intelectuales luchan por las ideas elevadas.
P.- Manifestó en el pasado su deseo de que Turquía entrara en la Unión Europea, una idea que parece haberse diluido. ¿Cree que el país está preparado para dar ese salto?
R.- No estoy seguro. Desafortunadamente, no todo el país es como este barrio en el que yo vivo. En su conjunto Turquía es un país musulmán, y muy tradicional. Y esa es la posición oficial que defiende el gobierno, que se refiere a nosotros como unos intelectuales desarraigados que renegamos de nuestro país. No hace falta salir de Estambul para encontrar gentes que podrían pasar por iraníes, mujeres con burka y devotos y piadosos miembros de la comunidad islámica. Pero a mí esto no me preocupa, conozco mi país. Aunque, por supuesto, desearía una sociedad mucho más secular.
@albertogordom