Javier Cámara y Ricardo Darín protagonizan Truman, la nueva película de Cesc Gay

El director presenta Truman en el Festival de San Sebastián. Una película que, con sus muchas virtudes, acusa un exceso de contención. Y no está muy claro si se trata de una forma de frialdad o de falta de coraje artístico.

En Truman, la última película de Cesc Gay presentada en el Festival de San Sebastian, Dos viejos amigos se reencuentran después de mucho tiempo. Ambos son maduros y sus vidas han seguido caminos muy distintos. Ricardo Darín interpreta a un actor de cierto éxito con un diagnóstico de cáncer que se enfrenta a los últimos días de su vida plagado de deudas y con la sensación de que lo más importante acaso se ha quedado por hacer. Javier Cámara es un ingeniero casado con hijos y bien situado que vive en Canadá. En Madrid, la ciudad que compartieron, se reúnen los dos amigos para decirse adiós por última vez. Cuatro días para despedirse en los que el actor aprovechará para quedarse en paz con sus seres queridos: su perro Truman, que da título al filme, para el que es urgente encontrar un nuevo hogar; su ex esposa, su prima y mejor amiga o su hijo de Erasmus en Amsterdam.



Cesc Gay es uno de los directores más inteligentes y con más talento de nuestro país y conocemos su pericia para manejar a sus actores y crear situaciones de conflicto creíbles y conmovedoras. Admiramos a Gay en películas como En la ciudad (2003), Ficción (2006) o en la reciente y exitosa Una pistola en cada mano (2012). En Truman el cineasta se vuelve a centrar en los actores para proporcionarnos un filme tan cálido como tierno en el que funciona bien el contraste entre el personaje un tanto pendenciero y desastre de Darín y la rectitud moral y sensatez de Cámara. Nadie duda que ambos son dos de los actores más destacados del mundo hispánico y en ocasiones su talento interpretativo logra salvar situaciones que no están tan bien escritas.



Hay vida y hay talento en esta Truman que encantará al público con su mezcla entre comedia y drama y plagada de frases ingeniosas y de duelos dialécticos. De todos modos, Truman es una película con muchas virtudes pero imperfecta. Por momentos, da la impresión de que no está del todo bien trabajado ese pasado en común de los dos amigos. Sorprenden las pocas referencias nostálgicas en dos personas que han compartido los mejores años de su vida y faltan elementos que nos ayuden a creerlos como ese lenguaje peculiar que siempre inventamos y compartimos con quienes nos son más cercanos. Tiene Gay tendencia a construir sus películas a partir de los gestos y las miradas, de detalles sutiles que esperan lo mejor de sus actores para llenar de significado los momentos de vacío. En todo ello en el mejor de los casos (y los hay) brilla un artista atento y observador de las pasiones humanas, en los peores (y también los hay) ese exceso de contención y de sugerencia parece revelar más a un artista que prefiere evitar entrar en materia como forma de ahorrarse el sentimentalismo.



Truman quiere ser la película sobre el cáncer que no se parece a ninguna película sobre el cáncer, con más lágrimas que risas y sin violines. Al final, no tengo muy claro si su contención es una forma de frialdad o de falta de coraje artístico. Como dice Alex de la Iglesia, al final, tiene que salir el monstruo. Y el monstruo nunca sale. Truman deja momentos en la memoria (la escena final de la cena es fantástica y la visita al hijo es conmovedora y está bien llevada) pero te da la impresión de que te está ocultando algo. Porque en la vida, la gente llora.



@juansarda