La historia pasa por Waterloo
La batalla de Waterloo, pintada por William Sandler (1815)
Una nueva historia (La Esfera) y la reedición de un clásico (Pasado & Presente) conmemoran el bicentenario de la batalla que conmocionó a Europa.
Para muchos europeos, sobre todo para quienes participaron en la gran coalición que, en dos ocasiones, consiguió expulsarle del poder, Waterloo es una fecha de enorme importancia y la zona rural en que sucedió la batalla un evidente lugar de la memoria, con una significación parecida a la del recientemente conmemorado desembarco aliado en Normandía. En ambos casos, los ingleses estuvieron en el bando vencedor, más amplio en la Segunda Guerra Mundial por la incorporación de los Estados Unidos, y con un cambio de papeles entre Francia y Alemania, enemigo a batir en un caso y miembro de la coalición en el otro. La cuestión no es meramente anecdótica, pues contribuye a explicar el destacado protagonismo de los británicos en ambas celebraciones, que responde también -en el caso de Waterloo- a la apropiación de la victoria que han hecho con frecuencia en los dos siglos transcurridos, olvidando el papel de otros aliados y especialmente la contribución decisiva del ejército prusiano al final de la batalla.
En el mundo editorial español dos libros han venido a recordarnos la efemérides. El primero de ellos: Waterloo. La última batalla de Napoleón, del historiador italiano Alessandro Barbero. El otro, obra del británico Gordon Corrigan, lleva por título Waterloo. Una nueva historia de la batalla y sus ejércitos. Dado que el de Barbero es en realidad la segunda edición de un libro publicado en 2003 y traducido al español al año siguiente, al que ya dediqué en su día una reseña en estas páginas, centraré mis comentarios sobre el segundo. Gordon Corrigan es un militar ya retirado que ha publicado diversos libros de historia militar. El que ahora nos presenta, editado originariamente en 2014 y traducido del inglés por José Miguel Parra, es un estudio de síntesis, destinado a un público no especializado y en cuyo prólogo el autor se pregunta si existe en las estanterías espacio para un nuevo libro sobre Waterloo, concluyendo -y estoy de acuerdo con él- que la batalla y quienes participaron en ella siguen fascinando pese al tiempo transcurrido. Lo malo es que, pese al exceso de libros al que alude, en sus escasísimas notas apenas cita alguno de ellos, llevando el afán divulgador hasta tal extremo que, a no ser por la citada pregunta, pudiera hacer creer que se trata de uno de los primeros estudios sobre tal acontecimiento.
Corrigan da pruebas en el libro de su extraordinario conocimiento tanto del ejército como de la historia militar, sobre todo en los aspectos más técnicos que suelen escaparse a los profanos. Lo mejor son así las páginas que dedica, en distintos capítulos, al análisis de las armas y el combate en la época de Napoleón y Wellington, la artillería, la capacidad de los mosquetes y fusiles, las complicaciones de la carga, las dificultades de hacer puntería sobre todo con los primeros, la cadencia de tiro, el reclutamiento y adiestramiento militar, las formaciones de combate y toda otra serie de cuestiones imprescindibles para entender la batalla. Otra cosa es que sus explicaciones no siempre son lo suficientemente claras y en muchos momentos se echan de menos algunas representaciones gráficas que hubieran ayudado a entenderlas. Algo parecido ocurre con el análisis de la batalla, siempre complejo y que habría requerido un mayor despliegue de elementos visuales. Su estudio de los mandos y los soldados muestra asimismo un gran conocimiento.
El libro aporta esencialmente eso: las reflexiones de un buen conocedor de los aspectos militares, lo cual no es poco. Todo ello sazonado con una buena y ágil prosa, adobada con un sentido del humor muy british, si bien en ocasiones con toques cuarteleros. El resto, la introducción histórica para situar la batalla y el análisis del periodo napoleónico resulta algo pobre, influido además por esa idea solipsista compartida por muchos británicos, o ingleses, de que todo puede entenderse fijándose únicamente en ellos, que le lleva a ignorar tranquilamente hechos en los que los ingleses no participaron -como la batalla de Bailén-, a no interesarse por bibliografías ajenas -solo así puede entenderse, por ejemplo, que escriba que el nombre de "Pepe Botella" se debía al gusto del rey José por las bebidas fuertes, ignorando que era abstemio-, o a la displicencia con la que se refiere a España o lo español en las ocasiones en que no tiene más remedio que aludir a ellos.
Baste un ejemplo, en el que muestra también su sentido del humor, cuando escribe que en los meses anteriores a las abdicaciones de Bayona las tropas francesas habían ido apoderándose de fortalezas y ciudadelas españolas "por lo general pretendiendo ir a reforzar las guarniciones existentes o, en ocasiones, simplemente esperando hasta la hora de la siesta, la consagrada costumbre hispana de irse a dormir durante la mayor parte de la tarde, para penetrar en ellas" (p. 48). Siempre me he preguntado si un libro español con una actitud semejante frente a los ingleses tendría alguna posibilidad de ser editado en Inglaterra.
El libro de Corrigan -quiero repetirlo- no carece de valor en lo relativo a los aspectos más propiamente militares de la batalla y las formas de hacer la guerra hace doscientos años. Pero el lector no debe olvidar tampoco el de Barbero, que se basa ampliamente en las numerosas cartas y relatos escritos por quienes participaron en la batalla y pudieron contarlo, no solo generales y oficiales, sino también buen número de soldados. Waterloo tuvo una importancia esencial en la conformación de la historia de Europa y el mundo, lo que la convierte en una batalla decisiva. Cuantos deseen conocerla mejor aprenderán sin duda de cualquiera de ambos libros, cuya aparición en el mercado ha sido uno de los pocos recuerdos que se han dedicado en España a la última batalla de Bonaparte.