Manuel Vicent
El escritor y columnista castellonense publica Desfile de ciervos (Alfaguara), la última entrega de su trilogía sobre la historia contemporánea de España.
Estas, y muchas otras "historias de telediario" son la materia del nuevo libro de Manuel Vicent (Castellón, 1936), Desfile de ciervos, que, tras Aguirre, el magnífico y El azar de la mujer rubia, cierra su trilogía sobre el recorrido último de España. Historias reconocibles y cercanas, tanto que la novela comienza con el encargo del retrato de Antonio López, en 1994, y termina en otoño de 2014, fin de ciclo, confesión de Pujol y abdicación del Rey: "He llegado hasta donde he podido", dice el escritor y columnista, "pero es cierto que, en donde la historia termina, se advierte un final de etapa".
Si en el primer libro el referente era el duque de Alba (como aglutinante de todo un tejido social), y en el segundo, El azar..., Vicent se centraba en el triángulo formado por el Rey, Suárez y Carmen Díez de Rivera y, sobre eso, en la memoria del expresidente, en cuyo vacío se transformada (o se deformaba) la Transición, en ésta, escrita quizá con más crudeza, la fotografía es un cuadro tapado con sábanas cuyos protagonistas, congelados en un eterno boceto, envejecen y se corrompen en el mundo real. Esto es, como Dorian Gray, pero al revés.
"No hay novela más detonante que cualquier telediario. Lo que yo hago es tomar una capa política y social y elevarla a la categoría de literatura. Si enfocas un hecho anodino bajo la especie literaria, cambia de esencia". Vicent no le encuentra demasiado sentido a "la ficción por la ficción". "No me veo escribiendo historias de amores y pasiones; no me interesa", dice el autor de Son de mar. Así que escoge implicarse en la narración, censurar o aprobar según el caso: "El libro es casi como un juicio final"; y su veredicto, en general, es la condena.
Del esperpento se sirve para retratar España. ¿Por qué? "No hay nada más típicamente ibérico, esta cosa cómica y trágica, sangrienta y heroica". Son reveladoras las descripciones de los felices años noventa, cuando la prosperidad económica degeneró en el kitsch de Marina d'Or, Terra Mítica y el "bombardeo de hormigón sobre la costa". "Yo tengo la sensación de que si se sale de la crisis, que se saldrá, se volverá a repetir la misma feria, porque, aunque las personas aprendan, la humanidad, el conjunto, que es como una fuerza ciega, no lo hace".
¿Y en qué punto nos encontramos? ¿Vivimos, como dicen, una segunda transición? Lo último Vicent no lo tiene claro: "Vivir es una continua transición; ya vendrán los historiadores, dentro de cien años, los taxidermistas de la historia, que ven el tiempo disecado en compartimentos estancos, a decir lo que corresponda sobre nuestro tiempo". Y sobre lo anterior: "Existe en España una culpabilidad general, porque no es solo que la corrupción política exista y haya existido, es que nosotros hemos votado a los corruptos, y si no lo hacemos a partir de ahora tendrá lugar una especie de naturaleza caída; por eso el tono del libro es apocalíptico, como de final de un milenio".
Vicent, partidario del "sueño de la república", que es, dice, "una reserva moral, un sueño que incluye cultura, fraternidad, un anhelo de regeneración social y política o una educación laica", cree que el Rey Felipe "es un buen profesional, como su madre". Los reyes ya no se hacen retratar con armiños, montados a caballo, con la escopeta y con un lebrel a los pies; ahora son personas de carne y hueso, individuos de la clase media: "Si a un Rey se le exige algo es que sea un referente profesional y un referente moral -concluye el escritor-, porque la gente necesita saber que vale la pena que esté ahí".