Epistolario de Ramón y Cajal
Juan Antonio Fernández Santarén
13 febrero, 2015 01:00Ramón y Cajal
En uno de los capítulos de la estupenda serie americana The Big Bang Theory, su personaje más popular e interesante, Sheldon Cooper, se siente abrumado por la obligación de encontrar un regalo adecuado para su novia, la neurocientífica intoxicadora de micos Amy Farrah Fowler. Como tiene una asistente muy voluntariosa, lo descarga en ella y le pide una selección para elegir. Después de rechazarle con desdén diversos gadgets, cae arrobado ante un maravilloso dibujo de Santiago Ramón y Cajal. Le gusta tanto que sin el menor remordimiento decide olvidarse de su prometida y quedárselo para él sólo.Quién no sería egoísta con algo así. Esos dibujos van más allá de sus bellas e intrincadas formas: sabemos que representan un salto cualitativo en la comprensión de la sede de lo que una vez se llamó "el alma". Desde entonces no hay investigador que no cite a Cajal como el fundador de la neurociencia moderna. Por eso tenemos motivos para escandalizarnos cuando, leyendo este magnífico epistolario, nos enteramos de que no sólo placas fotográficas y otros objetos de gran interés fueron desatendidos por los responsables de su cuidado, sino que también dibujos originales se amontonaron hasta muy recientemente en cajas de galletas y en otras "de una conocida marca de vermut", Cinzano si quieren más detalles.
No corrió mejor suerte el epistolario del más grande científico español de todos los tiempos. Con indignación y perplejidad, el responsable de esta recopilación, cuando se planteó una edición a la que nadie en 80 años desde la muerte del Nobel se había animado, descubrió, según su relato, que no se inventarió hasta el 2008, y que su historia estaba plagada de abandono, desidia y, por encima de todo, expolio. Logró rescatar 3.510 cartas enviadas o recibidas por Cajal, pero estima que faltan otras 12.000, incluidas seguramente las más valiosas. ¿Qué sucedió con esas cartas? Tienen motivos para ser malpensados: cree que fueron robadas. Así, Antonio Fernández Santarén, biólogo molecular y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, uno de los mejores conocedores de la vida, la obra y el legado Ramón y Cajal, se encontró realizando un trabajo de tintes detectivescos que iba mucho más allá del primer propósito de su investigación. Dice el autor que averiguó que las cartas fueron sustraídas del Instituto Cajal del CSIC en 1976 y ofrecidas a una librería de viejo del centro de Madrid, la de Luis Bardón en la plaza de San Martín. Pero no está demostrado. Afortunadamente, el mismo librero se las ofreció a la Biblioteca Nacional de Madrid que las acabó por comprar. "Pero, de manera paradójica, gracias a eso se han conservado muchas, porque en el Instituto Cajal del CSIC, que es el depositario de los archivos que contenían el epistolario completo, quedan hoy muy pocas cartas", dice Santarén. Institución que demostró mejor trato y mantenimiento que su depositario legal, el Instituto Cajal, al igual que el Instituto Karolinska de Estocolmo, que las preservó con respeto durante un siglo, el museo Finley de La Habana o los Archivos Golgi de la Universidad de Pavía.
Este es un epistolario de gran interés para científicos e investigadores, pero quienes se pierden clamorosamente en el abigarrado bosque de las dendritas y los axones y siguen las disquisiciones técnicas y científicas de esta correspondencia con más voluntad que comprensión, se verán sumamente compensados por la muy emocionante posibilidad de atisbar en unos tiempos pasados -revueltos, pioneros y rompedores- de gran interés histórico y político.
La idea de patriotismo, el papel de España en el mundo, la consideración de las mujeres en la ciencia y en la sociedad son debatidas de manera extensa en unas cartas que el editor ha agrupado en nueve secciones imprescindibles: escuela histológica española, científicos españoles, comunidad científica internacional, literatos y artistas, políticos y personalidades, instituciones, periodistas, familiares y miscelánea.
Personajes como Benlliure, C. S. Sherrington, Ortega y Gasset o Unamuno discurren por la correspondencia de alguien que no estuvo confinado en un laboratorio, sino que mantuvo un contacto activo con la vida cultural española e internacional. Ramón y Cajal proclamó la singularidad y especificidad de las células nerviosas y estableció la base de la teoría neuronal. La escuela de Histología que creó se ha mantenido en el tiempo con el resultado de que un considerable número de científicos aportaron a la ciencia significativos avances. Leer estas cartas es una oportunidad para recordar la España más sobresaliente, la que nos señala en el mundo.