Alberto Olmos. Foto: Luna Miguel

Alberto Olmos nació en Segovia (1975) y, según la solapa de Alabanza (Random House), su último libro, ha publicado ya, y no ha cumplido los cuarenta, siete novelas y tres misceláneas de artículos de Internet. "Una pila así de libros", dice, mientras levanta las manos y mira, de lado, la columna imaginaria. Nos comenta, de inicio, que ha escrito esta última novela "en un año y pico" para contradecir (en parte) todo lo escrito anteriormente. Podríamos decir, incluso, que él mismo es su peor crítico y que esa manía que tiene de escribir algo nuevo cada vez, algo por lo que no quepa decir otra vez la misma novela, procede de una autoexigencia muy severa. De que acaso juzga sus libros casi con tanta mala leche como los del resto. De que se da en su literatura una evolución constante, inevitable que le obliga a desdecirse: "En Ejercito enemigo [su anterior novela] había mucho Internet; aquí no hay Internet. En aquel el protagonista era un frustrado sin apenas relaciones sexuales; aquí se exhiben relaciones sexuales múltiples. En el otro había muchos tacos, una prosa muy áspera; y en este trato de que prevalezca un gran estilo, una prosa, si quieres, más burguesa, más anestesiante."



Olmos escribe, cuando quiere, a gritos, pero en este, dice, ha buscado el reposo: "Esta vez me ha salido un libro más redondo, o eso creo, y me gusta ese estilo que tiene y que a mí, al leerlo, me da como ganas de decir tacos, ¿no?, de ser bruto; pero luego pienso [y sonríe, como si lo que va a decir estuviera pensado de antes y le pareciera, ya en su mente, una salida de tono]: ¡Dios mío, lo que es literatura de verdad es Goethe, es La Ilíada, es Javier Marías y no estas tonterías que escribo yo!".



Alabanza está recorrida de sexo, de sexo explícito y variadito. El argumento es sencillo: Sebastian, el protagonista, es un escritor de culto que un día se pasa al best seller y arruina su vida. Arrumbado por la crítica y en pleno bloqueo artístico, huye a un pueblo sin internet en donde planea reencontrarse con las musas y, de paso, con sus orígenes. Él es de allí, del pueblo, como Olmos. A Sebastián lo acompaña su novia, que pasea, sola, mientras él escribe. Los relatos que Sebastian planea escribir, y que agrupará, si le salen, en un libro llamado Las amadas, van de todas las mujeres con las que se acostó. Miles de folios en blanco y una excusa para pensar en el sexo (Sebastian) y otra para hablar de sexo (Olmos), de encuentros tórridos y de amor: "Tenía muchas ganas de escribir este libro y como quería hacer una novela sin internet me venía bien el pueblo. Y como también quería hablar de amor, y de sexo, la idea de la naturaleza como marco para las relaciones sexuales me pareció estupenda". Una pareja, dos personas cuyos pasos, a veces, se entrelazan. Claudia y Sebastian, Sebastian y Claudia. Sebastian da un paseo por el pueblo, memorable paseo walseriano en el que recuerda toda su infancia. En paralelo, ella, Claudia, va y viene, conoce a este y a aquel vecino, e investiga un misterio. "Quería -dice Olmos- que hubiera una trama [un misterio], un sentido, que es algo que yo creo que los autores de mi generación desprecian a la ligera, como si contar historias fuera fácil, cuando es pura artesanía, y la artesanía es más compleja y más meritoria que la genialidad, porque la genialidad te sale y ya está. Lo que pasa es que la mayoría de los que desprecian en sus novelas las historias ni las sabrían escribir ni, por supuesto, son genios".



Alberto Olmos, decimos, es de un pueblo de Segovia que sale en este libro de perfil y de frente, en foto y en profundidad. ¿Le preocupa la reacción en el pueblo? "No demasiado". ¿Diría que es su novela más personal? "Pues sí, aunque yo siempre soy muy autobiográfico".



-¿Y la autoficción funciona?

-Es algo facilón, porque está a mano, pero a la vez difícil, porque has de abrirte. Yo procuro, por ejemplo, no hablar de mis hermanos, porque me parecería muy fuerte. Pero por otro lado estaría bien. No sé. Recuerdo cómo Jonathan Frazen, hablando de su único libro realmente bueno, que es Las correcciones, decía que había tenido problemas con su hermano, porque salía. Claro, tú luego lees Movimiento fuerte y se te cae, se nota que ni al autor le interesa. Quiero decir que si tú escribes sobre algo cercano esa pasión se nota, y de ella se beneficia el libro. En esta novela no salen mis padres directamente, pero sí salen cosas de ellos, de mis amigos, del pueblo; que no sé si tienen interés para el lector, pero sí para mí. Mucho.



Los escritores e internet

Además de escribir novelas, la actividad de Olmos en internet es abundante, prolija. Su nombre, asociado ya por siempre al de su iracundo alter ego digital, Juan Mal-Herido, fue en cierto modo un origen, un punto de partida para los muchísimos blogs de reseñas literarias que hoy se reparten por la red: "En lo fundamental, los blogs hacen su labor, que es la de garantizar que no haya nadie en España, como diría el otro, capaz de cargarse un libro", comenta el escritor.



-En ese sentido, el libro nos plantea un futuro sin literatura, de cuyo fin tienen mucha culpa la crítica y a los medios de comunicación tradicionales.

-No querría que eso se interpretara como una profecía. Plantear el fin de la literatura me pareció simplemente sugerente. Aunque sí que pienso que la crítica literaria oficial está muy desprestigiada porque el lector no es tonto y nota que tú estás criticando a tu amigo o a tu editor, o al editor que quieres que te publique a ti. Yo nunca reseñaría en un periódico a alguno de mis cuatro amigos -porque tengo cuatro- del mundo de la literatura. A Rafael Reig, por ejemplo. En mi blog puedo hacer lo que quiera. ¿Pero para un suplemento o un periódico que me pague? Siempre diría que no: eso es básico. Pues eso, que es básico, es también inaudito en el mundo literario. Y da una imagen horrible: como los agradecimientos al final de los libros, a veces con cincuenta o sesenta nombres que a nadie interesan y que dan la imagen de que la literatura es, sin más, un nido de amiguismo. Vamos a dejarnos de tanto engañar a la gente, vamos a dejar de transmitir que la literatura está hecha para los amigos. La literatura no está hecha para los amigos, sino para los lectores.



Olmos, por último, dispara contra los premios, la tercera pata quebrada que, junto a crítica y medios, sostiene, temblorosa, la literatura: "Hace veinte años mi sueño literario era ganar el Premio Nadal y a mí el Nadal, hoy, me ofende personalmente. No sé, yo con veinte años estaba fascinado con ese premio: se lo daban a Umbral, a Sánchez Ferlosio, o incluso a Eduardo Lago, no sé. Y ahora ves quiénes lo ganan y dices: por favor, pero esta gente sabe su tradición, sabe esta gente quién es Carmen Laforet. Es increíble. Me da pena por ese premio y por algún otro y porque al final dañan a los potenciales lectores, señalándoles literatura donde no la hay".