Letras

La colina del Mal Consejo

Amos Oz

8 julio, 2011 02:00

Traducción de Raquel G. Lozano. Siruela, 2011. 289 pp., 21'95 e.


"Cómo escribe Amos Oz (Jerusalén, 1939)? En El mismo mar, unos versos dan testimonio de su vocación: "Me gustaría escribir", dice, "como un viejo griego que invoca a los muertos / y envenena a los vivos". Esto es cierto casi siempre, aunque a veces el autor es traicionado por el niño que fue, ese que en sus magníficas memorias Una historia de amor y oscuridad definía así su trato con los adultos: "Mi deseo de fascinarles es mucho más fuerte que las ganas de perturbarles". Primera tentación peligrosa, pues, que se combina con otra: su condición de pacificador. No hablo de política, sino de arte. Aprecio que, en lo referente a la naturaleza humana, el novelista cubra el camino que lleva de la lucidez a la compasión, y sus novelas no son precisamente amables ni ingenuas. Pero en sus momentos menos descarnados, que en general se acumulan en fechas posteriores a No digas noche (1994), Oz amansa a la bestia en lugar de matarla.

Por eso entre sus libros, y con la excepción de las memorias citadas, que me parecen una obra maestra, los que más me gustan son los anteriores a los años ochenta, porque duelen más y en ellos la prosa es más misteriosa. Mi querido Mijael (1968) o las novelas cortas Hasta la muerte (1971) y Amor tardío (1971) son lo más seco -es una virtud- y exacto que ha escrito Oz. En esta línea se sitúa La colina del Mal Consejo, un volumen que reúne tres relatos, escritos entre el 74 y el 75, en los que se aborda explícitamente la relación de los judíos con la tierra de Palestina, con la Europa de la que han huido y con los árabes que los rodean. Situémonos: es 1946, o 1947; Palestina vive bajo mandato británico. No existe el estado de Israel, y las heridas del Holocausto están abiertas. Jerusalén, territorio de la infancia de Oz, es "una ciudad de inmigrantes en el desierto con sábanas ondeando en todas las azoteas" y está atravesada por la amenaza de la guerra. Ya no persecución: guerra. El presentimiento del desastre, ese tópico hebreo, pesa sobre los personajes y hace que los perros duden "entre ladrar o aullar".

Sin embargo, aquí y en toda la obra del autor, el gran tema es el de la relación con el otro. Qué poco sabemos del otro: estas son las palabras esenciales en Oz, repetidas infatigablemente en toda su obra. El matrimonio que protagoniza "La Colina del Mal Consejo" oculta unas tensiones insospechadas y es un resumen perfecto del universo familiar en el novelista; el niño de "El señor Levi"va perdiendo la inocencia mientras escruta a los adultos; en "Nostalgia", un hombre se despide de la vida reclamando "una especie de perdón". Son tres historias muy bien trabadas entre sí, en las que hay abandono y rabia. No hay inocencia, aunque sí nostalgia. Las pesadillas se han enseñoreado de la noche.

Amos Oz se ríe con sarcasmo y finalmente se compadece, pero lo que no hace es amansar nada. Convoca a los muertos de su memoria y envenena a los vivos. Aquí sí, como otras veces, con maestría.