Vargas Llosa: "Vale la pena vivir aunque solo sea porque sin la vida no es posible leer y fantasear historias"
Por un momento, todos hemos llegado a pensar que Mario Vargas Llosa no podría leer este martes su discurso en Estocolmo, afónico como se había quedado y con el susto de una caída inoportuna. Pero, finalmente, una inyección a tiempo y la fuerza de voluntad del escritor han logrado que puedan materializarse sus palabras en una potente y emotiva charla en torno a la ficción que, hasta el último momento, se había mantenido en secreto.
Titulada Elogio de la lectura y la ficción, la disertación de Vargas Llosa se iniciaba con las siguientes palabras: "Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida". Desde ahí, el escritor ha paseado por sus orígenes lectores, por sus distintas patrias, por las ficciones que alimentaron su vocación lectora y las personas que lo animaron. Todo, en una turbadora reunión de palabras cuya base se ha fundamentado en la aceptación de que la lectura y la escritura, según descubrió el novelista, "convertían el sueño en vida y la vida en sueño".
Este peregrinaje por los libros de su vida ha arrancado con el recuerdo infantil, el de sus viajes con el capitán Nemo y de sus luchas junto a Dartagnan, y el de sus primeras fabulaciones, en las que, recuerda que le contaba su madre, escribía "continuaciones de las cosas que leía, pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final". En este sentido, ha admitido: "Y acaso ha sido eso lo que me he pasado haciendo toda mi vida".
Tras recordar a las personas que, como su madre, le infundaron la pasión por los libros, el peruano ha continuado elogiando la ficción, como un acto que "embellece lo feo, disipa el caos y torna la muerte un espectáculo pasajero", para, seguidamente, acordarse de los maestros y de las lecciones que cada uno le transmitieron del oficio de escritor: de Flaubert a Faulkner, de Cervantes a Dickens, y de Balzac a Camus y Orwell. "Si convocara en este discurso a todos a los que debo, sus sombras nos unirían en la oscuridad, son innumerables", ha agregado como reconocimiento a todos aquellos que le hicieron explorar "los abismos de lo humano", siendo sus "amigos más serviciales" y "los animadores" de su vocación.
Ha continuado reconociendo que "vale la pena vivir aunque sólo sea porque sin la vida no es posible leer y fantasear historias", así como que sin los buenos libros que leímos seríamos más conformistas, más sumisos, "peores de lo que somos". En la misma línea ha señalado que leer, como escribir, es "protestar contra las insuficiencias de la vida", una vida que tal como es, "no nos basta", razón por la que, ha concluido, "inventamos las ficciones, para poder vivir las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disfrutamos de una sola".
"Los fabuladores propagan la insatisfacción"
A la literatura también le ha atribuido la virtud de alertarnos contra toda forma de tiranía, ideología o religión extremas, dando aquí un giro su discurso, que desde ese momento ha recalado en asuntos históricos y políticos: "Quienes dudan de que la literatura también nos alerta contra toda forma de expresión extrema, pregúntense por qué todos los regímenes la temen y vigilan". En relación con esto ha expuesto que la tarea de los fabuladores es, así, propagar la insatisfacción y demostrar que "el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la cotidiana". Fabuladores capaces de trascender cualquier nacionalidad y de estremecer a lectores de toda índole, poniendo, como ejemplo de esto último, casos como "el estremecimiento que nos produce Pedro Páramo cuando descubrimos que todos están muertos". La literatura, ha rematado, "eclipsa las fronteras y crea fraternidad".
También ha disertado en torno a los males de nuestro tiempo, alertando contra el terrorismo y los fanáticos que creen que "matando se alcanza el paraíso", así como contra "las nuevas formas de barbarie". Pero, en cambio, su discurso, convertido ahora en arenga, ha animado a la audiencia a "no dejarse intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad". El escritor ha proseguido repasando su trayectoria política, desde sus tiempos de joven marxista hasta su tránsito al demócrata que hoy es, y se ha acordado también de los pensadores a los que debe su revalorización de la cultura democrática.
Perú y España han copado la parte central de su disertación, en la que ha recordado cómo de niño quería vivir en Francia creyendo que París le haría convertirse en escritor, cuando, paradójicamente, fue aquella ciudad la que le descubrió la grandeza de América Latina y de la "sabrosa lengua", en la que en esos mismos años se escribía una nueva literatura, época que le ha dado pie para recordar a Borges, Octavio Paz, Cortázar, Onetti y, también, a su antiguo amigo, Gabriel García Márquez. Todos ellos, ha agradecido, le enseñaron que América Latina era algo más que "el continente de los golpes de estado, las maracas y el chachachá". No obstante, ha opuesto, es una región a la que le queda "mucho por hacer", especialmente en países como "Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua", aunque, en el resto, "mal que bien", la democracia "está funcionando". En conclusión a este asunto ha expresado que si América sigue por el camino de la democracia dejará al fin de ser "el contienente del futuro y pasará a serlo del presente".
"Perú, como El Aleph, es en pequeño formato el mundo entero"
Él, que ha vivido en América, en Francia, en España... nunca se ha sentido extranjero, convirtiéndose, sin proponérselo, en un ciudadano del mundo, un hecho que, ha proseguido, no ha debilitado sus raíces ni los vínculos con su propio país: "Si así fuera, las experiencias peruanas no asomarían siempre mis historias. Vivir lejos del país donde nací ha fortalecido esos vínculos, ha añadido una perspectiva más lúcida y también la nostalgia", ha reconocido, aportando que al Perú lo lleva "en las entrañas". Y cuando habla de su país habla como "heredero de las culturas prehispánicas" y también de "los españoles que con sus alforjas, espadas y caballos trajeron a Perú Grecia y a Roma, Quevedo a Cervantes y Góngora y la lengua recia de Castilla que Los Andes dulcificaron", completando que su país, como El Aleph, es en pequeño formato el mundo entero".
A España, a quien ha admitido querer tanto como a su propia nación, le ha agradecido el haberse podido convertir en un escritor leído: "Allí se publicaron mis libros y recibí reconocimientos exagerados", ha recordado, citando a continuación nombres como los de Carlos Barral y Carmen Balcells, que "se desvivieron" por que sus historias se leyeran. España, ha ampliado, le dio una nacionalidad cuando estuvo a punto de perder la suya, hasta el punto de que para él este país y Perú son "el anverso y el reverso de una misma moneda".
El momento más emotivo del discurso ha llegado cuando ha mencionado a su familia: "El Perú también es Patricia, con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años", ha comenzado antes de echarse a llorar y de nombrar, entre sollozos, a sus hijos y nietos. "Patricia lo hace todo y todo y lo hace bien. Es tan generosa que hasta cuando cree que me riñe me hace el mejor de los elogios: 'Mario, para lo único que tú sirves es para escribir'".
Finalmente, y tras evocar a su primer amor, "el teatro", y recordar la experiencia que sobre las tablas le permitieron vivir Joan Ollé y Aitana Sánchez Gijón, el narrador ha vuelto al tema central de su discurso, la literatura, remontándose a tiempos pretéritos cuando el hombre, en las cavernas, el lenguaje recién descubierto, empezó a inventar historias y a contarlas: "Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, los hombres dejaron estar limitados a la supervivencia y su vida se volvió sueño y fantasía". Por ello, ha concluido su charla pidiendo que se repita sin tregua a las nuevas generaciones que la literatura "más que un entretenimiento, es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo", concluyendo que "un mundo sin literatura sería un mundo de autómatas". Y, rotundo, ha cerrado: "Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible".