Suites imperiales
Si no puedes amar un libro, intenta comprenderlo, pero si lo amas, no intentes justificarlo. Amar un libro no significa ignorar sus limitaciones. Amar un libro significa que ha surgido una complicidad indiferente a cualquier objeción. Suites imperiales es una obra que enamorara a los lectores nacidos a principios de los 60. Es imposible avanzar sin experimentar que estás leyendo una versión profunda y atinada de tu propia vida.
Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 1964) traspasó el pórtico de la gloria cuando publicó en el año 1992 American Psycho, terrorífico retrato de la América real, que esconde su rostro bajo la exaltación del trabajo y la religión. Leatherface, protagonista de la truculenta y mediocre La matanza de Texas (1974), es la quintaesencia de la sociedad norteamericana: despiadado, tenaz, infantil, obtuso. El ejecutivo de American Psycho añadía los rasgos que faltaban para completar el retrato: hipocresía, perversidad, ensañamiento.
Suites imperiales narra la peripecia de unos cuarentones que trabajan en la industria del cine: guionistas, productores, novelistas, actores, actrices. No hay una moto sierra, pero la crueldad está presente en cada página. Ellis nos admira por su comprensión de la América contemporánea. Nos admira por su valentía al estudiar el perfil de su generación. Los que nacieron en los sesenta, no han madurado. Y ya no lo harán. Se tiñen el pelo, esnifan cocaína, se acuestan con jóvenes que han nacido a finales de los ochenta, pero nada de eso les rejuvenece. El tiempo no se ha parado para ellos.
Ellis encabeza su novela con dos citas. Dado que sus tramas tienden hacia el género policíaco, rescata una frase del inmortal Raymond Chandler: “No hay trampa más mortífera que la que uno se tiende a sí mismo”. Podría ser el lema de los que nacieron en los sesenta, incapaces de convertirse en adultos porque se atribuyeron una breve expectativa de vida. Los personajes de Ellis son los hijos extraviados de The Factory, que aún creen en las monsergas de Andy Warhol. Pensaron que podían escribir novelas, poesía, hacer cine o fotografía. Pensaron que la vejez no les afectaría.
Ellis cita a Elvis Costello: “La Historia repite los mismos presupuestos, el charlatán responde con las mismas derrotas...”. La generación de Ellis no es tan autodestructiva como la de Jim Morrison o Janis Joplin, pero siempre han seguido la estela de “una negrísima luz” que les empujó hacia el sexo venal, el spedball y la metanfetamina. Ellis muestra a sus personajes codeándose con chaperos y jovencitas que entregan su cuerpo a cambio de aparecer en una secuencia.
'Suites imperiales' es el retrato de una generación defraudada por su incapacidad de enfrentarse al mundo y hacer algo para aliviar el dolor ajeno
El escritor no se plantea cuestiones éticas. Sólo apunta que la juventud es un territorio ajeno. “Un lugar al que ya no pertenecemos”. Ser viejo es una derrota para una generación que concibió la vida como una fiesta inacabable, donde el sexo y las drogas producían un efímero éxtasis que abolía el tiempo y sus fatigas. Esa generación no es la generación beat. No ha surgido ninguna figura de la envergadura de Burroughs o Ginsberg. Ellis es un buen narrador, pero carece del impulso poético de Burroughs o Lowry, que prefiguró lo que vendría más tarde con Bajo el volcán (1947).
Ellis no pretende trascender los límites del lenguaje. Su prosa se acerca más a las canciones de los grupos de los ochenta. Ellis no pertenece a la generación de los Stone, sino a la de London Calling y Siouxsie and the Banshees. Incluso se desliza hacia territorios más comerciales, permitiéndose citar a U2 y a Counting Crows. Ambientada en Hollywood, Suites imperiales es el retrato de una generación que jamás consiguió aprobar el carnet de conducir, resignándose a compartir su intimidad con taxistas hostiles.
Suites imperiales refleja la perplejidad de los que han comprando un iPhone y apenas saben utilizarlo. Están rezagados, aunque envíen SMS, y transiten por las redes sociales, enfermos de Twitter y Facebook. Ellis establece el arco generacional comprendido entre 1985 y 2010. En esos veinticinco años, se impuso la indiferencia y el nihilismo. “Nunca me ha gustado nadie y me da miedo la gente”, escribe Ellis. No son una generación perdida, sino una generación defraudada por su incapacidad de enfrentarse al mundo y hacer algo para aliviar el dolor ajeno.