Image: Comienzo de Paul McCartney

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Letras

Comienzo de Paul McCartney

por Peter Ames Carlin

23 julio, 2010 02:00

Paul McCartney

VICEVERSA

Más que una estrella de rock, más que una celebridad, Paul McCartney es un hito cultural. Como una de las dos mitades del legendario dúo de compositores Lennon-McCartney, contribuyó a transformar la música popular, avanzando desde el simplista pop de 'Love Me Do' al sinfonismo vanguardista de A 'Day in the Life' y a los himnos intergeneracionales como 'Hey, Jude' y 'Let It Be'. En el ínterin, los Beatles fueron ascendiendo desde los húmedos sótanos del Liverpool proletario hasta alcanzar unas cotas de fama y riqueza nunca antes imaginadas por un artista. Sin embargo, los mismos deseos que condujeron al grupo hasta su apogeo creativo y comercial, también sirvieron para separar a sus miembros, aunque no los lazos que los unían. En esta biografía definitiva, Peter Ames Carlin analiza toda la vida de McCartney, arrojando una nueva luz no sólo sobre la época de los Beatles, sino también en su etapa con los Wings y su relación de treinta años con su esposa, Linda McCartney.

Paul McCartney está prácticamente en casa.

Está en Liverpool, la ciudad donde nació y creció. Y no sólo eso, está en Anfield, el distrito de Liverpool donde se crió su padre y su abuelo vivió, trabajó y sacó adelante a su familia allá por el siglo XIX. No es sorprendente que Paul esté radiante. Quedan sólo semanas para que celebre su sexagésimo sexto cumpleaños y en este momento se encuentra en el lugar en el que siempre ha estado su gente. En familia. Rodeado de amigos. En plena fi esta. Joe McCartney estaría haciendo lo mismo, a escasos dos kilómetros de distancia, en 1908. Jim McCartney lo hizo a su manera en 1928. Y ahora, al cabo de casi una década del siglo XXI, el hijo de Jim está en las mismas.

Tiene las mejillas coloradas y los ojos le hacen chiribitas. Abre la boca de par en par cuando echa la cabeza hacia atrás y suelta un agudo alarido de placer: «¡Ahhhhhhh!».

Decenas de miles de voces le responden gritando.

Paul lleva un traje oscuro con el cuello levantado y, debajo, una camisa blanca con los faldones por fuera. El color de su pelo es de un castaño sobrenatural, lo que le hace parecer más joven, aunque de una manera un tanto surrealista. Pero lo más importante es que tiene su bajo Höfner colgado del cuello, y esto hace que parezca -y que a todas luces casi se sienta- eternamente joven. Como bien sabe él, es el instrumento lo que le ves sujetar cuando cierras los ojos. Si el rock and roll tiene algún símbolo icónico, el bajo Höfner con forma de violín de Paul es uno de ellos. Es su Rosebud, su Excalibur. No es que sea exactamente la clave de su pasado, pero que lo conserve y que lo exhiba con tanta frecuencia te indica algo.

En sus manos, el Höfner se ve ligero, moviéndose sin embarazo sobre su cintura cuando Paul se da la vuelta y le arranca algunas notas. Detrás de él, el batería golpea suavemente el charles, marcando el ritmo. Paul gira en redondo sobre sus talones, se acerca al micrófono y grita un saludo a las decenas de miles de caras que se extienden ante él.

«Faw goodness' sake -I got hippy hippy shake…».

Un estallido de percusión, guitarras y teclados se une al rugido de la multitud, y en ese momento Paul llega realmente a casa. Esta canción no la escribió él, pero la hizo suya hace casi cincuenta años al tocarla con unos amigos en un frío y húmedo sótano atestado de muchachos del barrio. Nadie hablaba entonces de historia, nadie pensaba en iconos ni leyendas. Pero ¿habría tenido alguna importancia hacerlo? Tenían tres acordes, una batería y cierta idea tonta y desenfrenada sobre menear la cintura a la izquierda, y luego a la derecha, y agitar las caderas con todas tus fuerzas. Y eso era realmente todo lo que necesitaban, lo único que de verdad posiblemente importara.

Allí fue donde empezó todo para Paul y sus amigos. Y luego llegaron los demás sitios: un sótano más grande y un club nocturno encharcado de cerveza en Hamburgo, Alemania; un salón de baile; más tarde, un auditorio, y luego más auditorios. Y entonces se encontraron en Londres y en París y en la ciudad de Nueva York. Y a continuación por todo el mundo. Y de buenas a primeras los otros tres desaparecieron, y sólo quedaron él y Linda. E hizo todo lo posible para que ella lo acompañara sobre el escenario, a lomos de aquella oleada de energía. Pero también hubo una vida, un hogar, unos críos y todo lo demás, aunque siguieron las luces, las cámaras y la música en los estudios. Y siempre el puro estallido eléctrico de las guitarras, las baterías y los teclados y su voz dulce, clara y penetrante.

Ahora está ahí de pie, con el cuerpo retorcido como un muelle, los dedos bailoteando sobre los trastes del Höfner, la voz en un lamento, porque quiere contaros su historia. Aunque no en palabras, exactamente. No cabe duda de que a Paul le gusta hablar de sí mismo, organizar y reorganizar hechos e ideas para ajustar su sentido de la realidad siempre en evolución. Pero el corazón del hombre está en su música, así que es ahí donde radica la verdad. Escuchad. Ya ha acabado «Hippy hippy shake» y se avecina muchísimo más. Lo que está ahí arriba es toda su vida, pasando velozmente ante vuestros oídos, y los de él.

Ahora viene «Jet», y Paul y Linda en su apogeo. Jóvenes, enamorados, con hijos y perros a sus pies, con la dulce alelada de los fumetas. Ahora retrocedemos hasta «Drive my car», y ahí están John y Paul haciendo piña junto al piano, convirtiendo una idea vaga y cierta pose en un rock provocativamente sensual que habla de lujuria, dinero y poder. «I got no car and it's breaking my heart / But I found a driver and that's a start!». Componer toda la canción les llevó, ¿cuánto?, ¿dos horas? Incluido un descanso para tomar el té. Ahora un salto de treinta años hasta «Flaming pie» y una mirada retrospectiva a esa misma pareja predeterminada, con un destello de resentimiento dirigido a cualquiera que pensara que él podría haber sido el segundón: «I am the man on the fl aming pie!». Y sólo para demostrar que Paul sigue encima de la tarta, he aquí su nuevo sencillo, Dance tonight, quizá la invitación más melancólica al baile que jamás se haya editado.

Ay, pero ahora nos detenemos un momento para recordar a George en una versión para ukelele de «Something». Es dulce y aun extraña. ¿Un ukelele? Paul toca de forma bastante más seria sus clásicos «Penny Lane» y «Hey Jude»; y con aún más seriedad «Yesterday», ese regalo del inconsciente cuya melancolía parece brotar directamente de la pérdida que lo asoló en la adolescencia, que le hizo coger su guitarra con tanta fuerza que nunca la soltaría. «Let it be» cuenta otra versión de la misma historia -aquí, la madre, Mary, adopta su propia forma real-, y a continuación viene otro tributo, éste bastante más complejo emocionalmente, si tenemos en cuenta todo lo que ocurrió, y lo que no ocurrió, y donde lo está cantando, y que sabe perfectamente que Yoko Ono está allí, entre el público, observando todos sus movimientos.

«I read the news today, oh, boy».