José Saramago, el melancólico rebelde
El primer Nobel portugués muere en su residencia de Lanzarote a los 87 años de edad tras dejar una obra marcada por el pesimismo y la denuncia
18 junio, 2010 02:00José Saramago, en 1998, año en que fue galardonado con el Premio Nobel. Foto: AP
ELCULTURAL.esEl pasado mes de noviembre Saramago se dejó caer por Madrid para presentar su última novela, Caín, en la que volvía a reinterpretar, en clave crítica, la Biblia. Su rostro, consumido y grave, era un presagio de que el fin estaba cerca. Un caminar frágil y dubitativo añadía mayor carga dramática a la escena. La muerte le acechaba por los rincones. Hoy le ha asestado el golpe definitivo y nos ha dejado sin el primer Nobel de la lengua portuguesa, un autor cuya obra se vertebró a partir de la melancolía, la pobreza y la rebeldía contra las infinitas iniquidades de este mundo.
Todo empezó en Azinhaga, en 1922. En ese pequeño caserío del distrito de Ribatejo, a 100 kilómetros de Lisboa, vio la luz por primera vez Saramago. Y lo que encontró no era un panorama muy alentador. Sus padres, campesinos sin tierra, tenían muchas dificultades económicas. Cuando tenía tres años se trasladaron a la capital, en busca de mejorar su fortuna, pero ésta se mostraba esquiva. Las penurias continuaban cercándoles. Ese origen quedó grabado para los restos en la conciencia del futuro escritor, que siempre tuvo claro al lado de quién debía estar: su pertenencia al Partido Comunista portugués, que tantos reproches le ha ocasionado, se ha mantenido inquebrantable hasta hoy, día de su muerte.
Su carrera literaria estuvo soterrada durante décadas. La biblioteca pública de barrio amamantó sus afanes lectores desde que era un niño. Los primeros libros -poesía sobre todo-, publicados en la década de los 40, se estrellaron contra el ninguneo de la industria editorial, de los lectores y de la crítica. Nadie le prestó demasiada atención. Saramago entonces se agazapó en un trabajo gris como administrativo. Seguía escribiendo, pues su vocación le empujaba a hacerlo, pero sus esperanzas de ser alguien en la literatura portuguesa se habían evaporado. Su escritura se centró en el ámbito periodístico, como crítico literario.
Tres décadas transcurrieron hasta que retomó el pulso de la novela. En 1977 aparece Manual de pintura y caligrafía. Pero cuando realmente empieza a llamar la atención de los estamentos culturales del país luso fue cuando publicó, en 1982, Memorial del convento, en la que reconstruye los horrores que la Inquisición infligía al pueblo. Este libro incomodó a la Iglesia, que ya desde ese momento sería una tradicional enemiga de su obra. El desencuentro entre la institución eclesiástica y el autor se fue acentuando con la publicación de El evangelio según Jesucristo (1991). Los católicos portugueses lo consideraron una ofensa directa contra su credo. Los ataques contra el escritor se recrudecieron de tal manera que éste optó por abandonar el país e instalarse en Lanzarote, donde ha vivido desde entonces con su mujer, la periodista Pilar del Río. Caín, su última novela, insistía en remover los cimientos en los que se asienta la fe cristiana. Durante la presentación de este libro en Madrid llegó a decir que la Biblia era el "perfecto manual de las malas costumbres humanas" y un libro "donde reina la muerte y la violencia".
En su obra también sobresale una profunda introspección en la condición humana. Saramago refleja el alma de los hombres en muchas de sus novelas, y afloran sus virtudes y sus miserias: la avaricia frente a la generosidad, la integridad frente a la doblez, la tolerancia frente a los prejuicios... Ejemplos paradigmáticos de esta vertiente analítica son Ensayo sobre la ceguera (1995), adaptada al cine por Fernando Meirelles, y en la que todos los habitantes de una ciudad van progresivamente perdiendo la vista; La caverna (2000), en la que denuncia la desaparición del mundo rural y la eclosión de los megacentros comerciales en los que, poco a poco, es posible vivir sin necesidad de salir de sus muros; y Ensayo sobre la lucidez (2004), un tratado personalísimo sobre los límites y debilidades de la democracia.
El espaldarazo definitivo a su dedicación por la literatura lo recibió Saramago en 1998, cuando la Academia Sueca decidió concederle con el premio Nobel. En su discurso elogió el mundo campesino de donde procedía y en particular a sus abuelos: "Los hombres más sabios que he conocido, y eso que no sabían ni leer ni escribir". El autor portugués sacaba a colación a Gramsci cuando se veía obligado a definirse como hombre: "Pesimista por la razón y optimista por la voluntad". Y su obra suscribe esa afirmación. El tono desesperanzado de su narrativa esconde en el fondo un deseo de cambio, de mejorar, siquiera levemente, un mundo carcomido por la injusticia.