José-Miguel Ullán, los microcosmos
Miguel Fernández-Cid
5 junio, 2009 02:00José-Miguel Ullán. Foto: Manuel Ferro
El sábado 23 de mayo moría en Madrid, víctima de un cáncer maldito, el poeta e instigador cultural José-Miguel Ullán (1944). Una figura esencial por su sensibilidad inteligente y abierta, su originalidad, sus descubrimientos... a la que Miguel Fernández-Cid retrata y homenajea hoy.
En Ondulaciones, el volumen que reúne sus poemas hasta 2007, se lee una poesía que conviene ver, acudiendo a las primeras ediciones, pues su fidelidad a la forma de disponer los signos y ordenar ritmos y medidas es uno de los puntos en los que la poesía de Ullán se muestra vanguardista. Otra razón: si su fuerte es la palabra, inolvidable resulta su voz. Y de nuevo las dos vías: el lector voraz e intenso de los clásicos, y el instigador que, ágil, sabe dar espacio al giro anónimo y popular, o edifica una teoría desde la copla, o desde los restos, esas voces hacia las que no atienden la moda literaria ni la artística.
Los gustos plásticos de Ullán tienen un armazón difícil de seguir, que se podrá valorar cuando se entrelacen y ordenen sus escritos, sus conversaciones memorables. La hilazón es la de siempre: entrega a quien se entrega y látigo (en realidad espejo) a quien resume opiniones ajenas y las ofrece como dogmas. Porque al retrato de un Ullán implacable como rival (son siempre incómodos los inteligentes), se le contrapone su extrema generosidad hacia quienes estima.
Ullán ayudó como pocos a crear el perfil de los suplementos culturales españoles, convertidos a finales de los 70 y principios de los 80 en verdaderos núcleos de agitación. Al principio entraba desde la grieta del comentario ácido y breve, cáustico o mordaz, elogioso, siempre inteligente: el eco de tres líneas anónimas comentando un libro o una revista, tras las que se intuía el pulso de Ullán, convertía a la publicación en objeto de deseo (en los tiempos iniciales de Arte y pensamiento, el suplemento de El País). Cuando ideó Culturas para Diario 16, rompió con las reglas no escritas, dando a las páginas de un periódico la calidad de una revista cómplice y rigurosa.
Ullán consiguió seducir y ser temido. Lo primero lo hacía fácil, natural; y a lo último no le dedicaba tiempo: era la consecuencia de decir lo que pensaba y mantener sus opiniones, y su fidelidad le supuso ser objeto de más de un olvido. Con los años, cuando se le suponía un poder siempre en ascenso, relativizaba esas batallas.
Autoexigente en grado extremo, la imagen que queda de Ullán es su modo de perseguir el libro perfecto. Su empeño en reinventarse, en reiniciar el camino, tiene que ver con esa búsqueda. Como su modo de personalizar los libros: Ullán no los dedicaba, añadía un dibujo mínimo, un diminuto colage pensado para una página, para un momento que resumía al elegido. En eso también fue siempre preciso y generoso. Y queda una obra exenta de dibujos y colages, que se empeñaba en que no considerásemos plástica (un acompañamiento, y recordaba a José María Eguren: "la miniatura es el espejo de la infancia"), a la que habrá que volver sin prejuicios.Miguel