La glorieta de los fugitivos
José María Merino
4 octubre, 2007 02:00José María Merino. Foto: Montse Álvarez
Tanto en momentos de crisis como en situaciones de creatividad literaria escasa se producen movimientos que tratan de remover aguas estancadas. Tal vez por eso, o también además por conveniencias del mercado, siempre deseoso de encontrar filones comerciales nuevos, llevamos una temporada de florecimiento de las formas más pequeñas del relato, textos como píldoras de pocas líneas. Declararé, para evitar equívocos, mi poca simpatía por microrrelatos y especies familiares. Casi siempre me parecen greguerías más o menos afortunadas, ocurrencias con desigual nivel de acierto y en algún caso sospecho (lo confieso a riesgo de que se me acuse de malpensado) que esconden dosis de vagancia o incapacidad. Ni siquiera aprecio mucho el afamado dinosaurio de Monterroso suelto, porque su valor está en el conjunto de la obra de un escritor que sostiene su visión del mundo sobre una concisión expresiva gracianesca y no en el gracioso textito como pieza aislada.Este renacimiento lleva camino de convertirse en una auténtica moda jaleada en medios académicos en la que hay de todo, bueno y malo, aciertos equivalentes a reveladoras metáforas y trivialidades. No es José María Merino (La Coruña, 1941) un caso de advenedizo porque desde antes de la moda ha hecho estas formas reducidas, relatos hiperbreves o microcuentos. Ya las había agavillado en dos libros y ahora las junta en La glorieta de los fugitivos.
La lectura produce la impresión de que Merino se toma el relato liliputiense en serio, tanto que se atreve a lanzar una etiqueta nueva, el "nanocuento", y a la vez adopta un humorístico distanciamiento creando el "cuentín" y la "cuentina". Solo desde la convicción se puede acometer esta trasgresión amable. Y se lo toma en serio porque tiene una base que no es otra sino la proclamación de la importancia antropológica (discúlpeseme la solemnidad) del cuento. Lo leemos en la segunda parte del libro, inédita y que le da título: "La ficción fue la primera sabiduría de la humanidad".
Vale, pues, esta recopilación para revisitar el peculiar orbe imaginativo de Merino. Un buen número de minicuentos muestran las mejores cualidades del subgénero: novedad anecdótica, esclarecimiento de un hecho, situación o carácter como en un fogonazo, ritmo expositivo, sorpresa en la resolución, y en ellos se aprecia asimismo el requisito indispensable de esta forma, la adecuación entre la idea y la medida. En suma, salta a la vista la buena mano del autor como contador de historias. Especial interés tiene la citada segunda parte, donde reaparece una personal invención de Merino, alguien con aspecto de heterónimo suyo, un tal profesor Souto, a quien aprovecha como médium para muy jugosas y nada envaradas explicaciones que constituyen una auténtica poética y una vindicación de la necesidad existencial de la fábula.
El libro paga un peaje achacable a la forma y no a Merino: a mí me resulta cansina la lectura encadenada de piezas semejantes. Aunque muchas tienen su buen mérito y garantizan un noble entretenimiento, me quedo con sus ficciones largas.