Emilio García Gómez. Foto: Larry Mangino
Entre tanta celebración grandilocuente que arrastra este año mueve al asombro el imperceptible eco del centenario de uno de los últimos genios de la Edad de Plata española, Emilio García Gómez (1905-1995). Tímido y sabio, a don Emilio le horrorizaban las estridencias, ensimismado como estaba en su mundo. Y su mundo era el arabismo, la poesía, los zéjeles arábigo-andaluces, la historia... Cómplice y amigo de la generación del 27, impulsor de los estudios árabes en España y embajador en Iraq, Líbano, Arabia saudí, García Gómez fue ante todo un maestro ejemplar. El Cultural le rinde homenaje con unas notas inéditas destinadas a un discurso sobre los fastos del V Centenario del Descubrimiento de América, en el que apuesta por la historia en un texto especialmente significativo ahora que las Humanidades son puestas en cuestión. Además, Emilio de Santiago, su continuador en la Universidad de Granada, le evoca con nostalgia.
Las cenizas de la Historia
por Emilio García Gómez
Desde que existen los calendarios, quizás no haya habido un año como el de 1492, en que ocurrieran tantas cosas sensacionales en la larguísima, variada y fascinadora historia de España. En ese año, sin contar asuntos de menor monta, los españoles ganamos Granada, completando la unidad nacional, descubrimos un Nuevo Mundo, redondeando la tierra, expulsamos a los judíos, a la zaga de otras naciones, se publicó la
Gramática de Nebrija que consagró nuestra famosísima lengua en un código de amplitud ecuménica, ¡qué se yo!
En un mundo como el nuestro, que ahora conmemora centurias o partes de siglo transcurridas, el primer vagido de un príncipe, el primer catarro de un papa o la primera avería del émbolo de una locomotora, el año 1992 tenía que ser forzosamente para nosotros el de los centenarios, a los que se han añadido unos Juegos Olímpicos, una Exposición universal y la declaración de Madrid como Capital Europea de la Cultura.
¿Tienen relación unos centenarios con otros? Como en la mayoría de las cuestiones, se puede decir que sí o que no. El otro día, en Medina Azara, sufrí casi toda la jornada el acoso de una presentadora egipcia de televisión. Para ahuyentarla acabé prometiéndole que contestaría con contadísimas palabras dos solas preguntas. “¿Cuál es la relación -me dijo- entre los árabes y el descubrimiento de América?” Contesté: “Ninguna”. “¿Por qué entonces -insistió- intervienen ahora los árabes?” Repuse: “Porque han querido ellos”. Las respuestas -claro es- dándole muchas vueltas a las cosas, habrían podido ser bastante diferentes y ya que estoy hablando de mí, aunque no se debe, añadiré: No he querido intervenir en las conmemoraciones judías, porque, sin ser en modo alguno antisemita, no creo y así consta en las actas de los Jesuitas ordinarias de esta Casa, que dentro de la España medieval coincidieran “tres culturas”, sino sólo “dos”, con una tercera “visitante”. No he tomado parte en la glorificación de Nebrija, por falta absoluta de tiempo. Estaba dispuesto a hacer algo en el recuerdo de al-Andalus, pese a su relativa inoportunidad, pero mi salud, que ha sido siempre benévola, concediéndome llegar a los 87 años, se interpuso para que no fuera primero a Granada y después a Nueva York, y sólo he podido asistir, hablando en ella, a la sesión de clausura en Medina Azara, acaso por mi calidad de hijo adoptivo de Córdoba. Pero ¿y el centenario americano? ¡Ah! Eso es otra cosa. [...]
La Real Academia de Historia, fiel a su lema y a su trayectoria de siempre, al principio un poco contra marea y después bogando por mares más tranquilos de comprensión, ha contribuido al “Quinto Centenario”, con sus medios y con las ayudas que generosamente le han prestado tanto la Administración pública como beneméritas instituciones privadas, acabando por desempeñar el papel descollante que avala su estirpe y que sostiene su esfuerzo.
Voy a plantear una cuestión que puede parecer ociosa, porque una vez llegado el Centenario y siendo imperiosa su celebración, esta Real Academia tenía que colaborar en ella. La pregunta es: ¿Pero necesitábamos el Centenario? Los centenarios son muchas veces una espasmódica revulsión de la memoria, una rebusca entretenida en el archivo de las efemérides, una revisión del trastero para desempolvar algo que vuelve a brillar unos momentos, con reviviscencia artificial, para caer de nuevo en el polvo y en el olvido, añadiendo al recuerdo de lo que sea un recuerdo suplementario de que ha sido recordado. América no puede ser eso para nosotros. El Centenario no ha sido la “gran ocasión” (quizás, al revés) sino “una ocasión más”. No es el espolazo que necesita el rocín reacio y cansado, sino el acicate que se da gratuitamente y por rutina a un brioso corcel que no lo necesita. América no es para nosotros un “centenario”, es un “aniversario”, un “mensuario”, un “semanario”, un “diario”, una de nuestras razones de existir. Necesitamos de América continuamente: es parte de nuestra vida, y la suya va al par de la nuestra. Es nuestra propia cultura a la que nos asimos en los momentos de desfallecimiento. Es nuestra propia lengua, que ha dejado de ser “propia nuestra” para ser fraternalmente compartida con quienes la poseen con el mismo derecho y la hablan igual que nosotros, y muchas veces mejor. No sé si América puede vivir sin nosotros, pero sí que nosotros no podemos vivir sin América. Cuando me asomo a un Congreso como éste de ahora, y en este además, estamos forjando forjando sueños de mejorar, asisto -¡asistimos!- a este cotidiano milagro de una convivencia y de una supervivencia prodigiosas.
Sé que estoy abusando de vuestra atención, cuando me quedaría en el tintero una cuestión importante, si no es que, con una demora inconsciente, he procurado eludirla. Porque se trata de un tema arduo que con rapidez voy solamente a enunciar. últimamente, y en especial en este último año, aquí y allá, desde aquella y desde esta ribera del Océano, en nuestras tierras y en otras ajenas, la Historia (no una ni otra, sino la única con todos sus matices) viene saliendo malparada. Más aún: la iconoclastia reinante, que ha matado o dice haber visto morir a lo más alto, parece como si quisiera suprimirla, tornando a la Humanidad amnésica. Por lo largo de mi vida, he visto morir cosas que no había visto nacer, y he visto nacer otras que no veré morir. Todo cambia en parte. Pero cosas hay -nadie se engañe- que no pueden morir. Entre ellas, figura la Historia con mayúscula, la que trabajamos por depurar y vigorizar. Muchos de ustedes o -si no- sus sucesores y discípulos -verán cómo, mientras desaparecen sin huella unos detractores que hoy se creen eternos, precisamente porque la ignoran, verán renacer a la Historia como Ave Fénix, haciendo cuna de sus pretendidas cenizas.
García Gómez a los 100
Las cenizas de la historia, por Emilio García Gómez
Emilio García Gómez en tiempo de recuerdo, por Emilio de Santiago