Jean Baudrillard
Hoy no hay moral sino reacciones. Y una sociedad sin moral es intrascendente
22 mayo, 2002 02:00Jean Baudrillard
Desde hace más de un cuarto de siglo, Jean Baudrillard, de ojos melancólicos y voz de barítono, solitario, posnietzcheano y posmoderno a su pesar, lanza al mundo los diagnósticos más peculiares de nuestra época. Entre unas conferencias en Rusia y un seminario en Brasil, este impenitente viajero, que no se reconoce ni como filósofo ni como sociólogo sino como un simple pensador, nos recibe en su casa, en un elegante inmueble cerca del boulevard de Saint-Germain, decorada étnica y minimalmente. Allí nos habla de su ultimo libro, Contraseñas (Anagrama), dieciséis capítulos que ayudan a comprender el dialecto jeanbaudrillard y resultan un "resumen" de toda su obra.Desde la palabra "objeto" a "la palabra del fin" pasando por "valor", "obsceno", "la transparencia del mal" o "la seducción".
-Contraseñas recorre todas sus obras. ¿Por qué ahora? ¿Cómo ha seleccionado cada palabra?
-Se trata de capital simbólico, un resumen de la civilización a modo de glosario de mi obra. Es arbitraria, como todas las selecciones, pero fue pensada para un filme que realizó un amigo. El libro vino después.
-Leyendo su libro y su obra, la visión que se obtiene del mundo es terrible: vacío, inhumano, clonado, sin sentido. ¿Hemos llegado a ese estado de nausea?
-Yo no veo el mundo con los ojos de un analista ni de un sociólogo, sino de forma conceptual. Planteo un modelo de aquello en lo que virtualmente el sistema se está convirtiendo y al analizarlo me gusta llegar hasta el límite. Y el límite siem-
pre está rozando la desesperación.
-¿Es usted el nihilista y pesimista que suponen algunos?
-Nunca he pretendido ser pesimista; es más, estoy convencido de que hay siempre una fuerza indestructible que rige la naturaleza humana y el mundo. En el mundo hay un constante antagonismo a la fuerza totalizadora del sistema por el que se respira. El mundo funciona a dos niveles opuestos sin reconciliación posible: uno es el de la simulación, el virtual, el clonado, que es la evolución del sistema. El otro paralelo es lo simbólico, la muerte, el amor, la singularidad y éste es el que permite reflexionar. De una parte está lo fatal y de la otra lo banal, y la lucha entre ambos puede resultar dramática, pero al sistema nunca le falta la esperanza.
La fascinación de la vida
-Pero esos dos niveles, sostiene, son irreconciliables.
-ésa es la fascinación de la vida. Vamos del uno al otro. El problema es que la dimensión de la singularidad está amenazada por la homogeneización del conjunto. El colmo es el deseo de eliminar la muerte y combatir todas las fuerzas del mal. Son formas de energía y suprimirlas sería catastrófico.
-Por ello señala en Contraseñas: "La sociedad funciona por sus vicios", evocando a Mandeville...
-Sí, pero no me refiero a una dimensión moral. Nuestra sociedad está movilizada por el progreso científico.Y el vicio es una especie de fuerza del mal que resiste a esta maximalización. Vivimos en una sociedad donde virtualmente todo es posible: viajar sin moverse del sillón, cambiar de identidad. Contra todo ese mundo virtual, defiendo la metáfora del vicio donde el intercambio resulta imposible. Defiendo la necesidad de equivalencia, de comunicación... De una forma un poco maniquea, nuestra sociedad funciona gracias a los principios del mal.
Más allá del bien y del mal
-Algo así como que no hay mal que por bien no venga. ¿Nos puede dar algunos ejemplos?
-No sé... Cuando la televisión se estropea, la gente se siente obligada a a comunicarse y de pronto se reencuentra en una relación dual, original, en la que tiene que hablar, algo hoy arcaico pero más enriquecedor. Creo que incluso la cuestión del terrorismo debería ser revisada; sin fuerzas negativas, antagónicas y perversas, la sociedad llegaría a una especie de encefalograma plano. Todo iría bien. Como decía Victor Hugo, el siglo XX será feliz y no habrá más acontecimientos.
-Se equivocó. Acontecimiento es la palabra más deseada hoy.
-Sí, pero ¿qué es lo que transforma algo en acontecimiento? Desde luego, no las pequeñas insignificancias de la política. Un acontecimiento implica una ruptura imprevisible que provoca un disfuncionamiento del sistema.
-Hablaba usted de moral, y cuando lo hace de "simulación", alega: "se ha desvanecido la diferencia entre el bien y el mal". Una sociedad sin moral ¿va al declive?
-Creo que el sistema no sólo está más allá del bien y el mal sino también por encima de lo verdadero y lo falso. Soy moralista sólo en parte; el individuo actual dispone de una gran libertad pero tiene aniquilada su capacidad de distinguir entre el bien y el mal. No hay moral porque no hay tiempo ni distancia suficientes; nuestra civilización no se interrumpe. No hay moral sino reacciones encadenadas. Creo que una sociedad sin moral es una sociedad intranscendente, irresponsable. Y al no existir ninguna forma simbólica de moralidad, hay un confusión de valores total. Sin embargo esa pérdida de valores crea una situación original, quizá inmoral, pero original, porque a partir de ella se puede crear algo nuevo. Quizá es el comienzo de una sociedad de tipo poético.
-La falta de valores no le aterroriza, y preconiza lo que llama "sociedad poética". ¿En qué sentido?
-No es que vea el mundo de hoy poético y original pero se ha creado una situación radicalizada al extremo, casi obscena, en donde se tiene que producir una inversión que llamo poética por su singularidad y banalidad extremas. Pero poética es una metáfora. Es como el lenguaje. El lenguaje en sí tiene un valor poético. En el fondo la pérdida de coordenadas racionales puede dar la posibilidad de otro mundo. De todas formas, el sistema está muy por delante del ser humano.
En el mundo del exceso
-Por eso afirma que nuestro sistema se basa en unas estructuras tecnológicas hipersofisticadas y unas mentalidades nada sofisticadas.
-El sistema va mucho más rápido en un único sentido, eliminando la parte más sombría, la vida real, las singularidades y todo sentido crítico. Es como un monstruo que no sabe a dónde va y nos engloba en una dimensión virtual tan vertiginosa que puede explotar.
-¿Es lo que llama estrategia fatal?
-Sí, debido a que vivimos en el mundo del exceso. Exceso de información, de tecnología, de comunicación, de conocimiento, incluso de libertad. Ya hemos vivido todas las utopías. No hay un valor absoluto, todo está bien.
Desaparición del "yo"
-Volviendo a su libro, el primero de los términos es "objeto" en oposición al "sujeto". ¿Por qué?
-Siempre me ha fascinado el objeto, hoy más enigmático, inatrapable y misterioso que nunca. Creo que hay una reversibilidad del sistema subjetivo a un sistema objetivo. Antes el sujeto era el privilegiado, pero ya ha pasado su suerte y su tiempo. El "yo" que ha descifrado el mundo ha desaparecido.
-Y sin embargo, al final de su libro señala que el pensamiento debe permanecer humanista sin olvidar su reversibilidad de lo inhumano. ¿Qué papel le atribuye al ser humano?
-Como hay que volver a encontrar el equilibrio entre el bien y el mal, hay que encontrarlo también entre lo humano y lo inhumano. Hemos querido dogmatizar con la cultura de los valores humanistas, anulando lo inhumano, algo que equi-
valdría a eliminar todas las culturas primitivas, otras razas, incluso los animales. Estamos creando una especie de antropología totalitaria a la que hay que poner fin. El concepto de lo humano es algo muy occidental y al límite, muy moderno. Es nuestra cultura y queremos mundializarla, imponer una dictadura mental y también político-económica. Este modelo único es casi un modo de terrorismo. Así que no hay que sorprenderse porque otras fuerzas se opongan de una forma violenta, que no acepten ese conformismo mundial de los occidentales. Y lo más paradójico es que no son valores porque en Occidente ya no tenemos valores. Estamos sumidos la dictadura del no valor.
-¿El no-valor es el dinero?
-Sí, el único criterio es el dinero o el mercado. Pero con el no-valor me refiero a todos los valores transcendentes que han sido reemplazados por los valores inmanentes. Es una ruptura que da lugar a la cultura de la indiferencia, que se ve forzada a liquidar las otras diferencias que no puede soportar. El aniquilamiento de las culturas diferentes es la tragedia de nuestra época.
-Compara esa mundialización con un holocausto. Ahora se habla mucho de poshumanidad. ¿Cree que ese es el futuro?
-Creo que la evolución de la especie llegará a su fin para estabilizarse bajo una forma perfecta mejorada. El futuro de la especie no es político ni histórico sino biogenético. Filósofos como Sloterdijk se manifiestan en esos términos filosóficos, proféticos, de poshumanidad, como si todavía tuviéramos una alternativa. Pero no la hay porque nuestra especie se opone a su desaparición, a su destino. Cuando hablo de "intercambio simbólico" me refiero a la necesidad de ver la reversibilidad de la vida en la muerte. No se puede tratar de salvar la vida y descartar la muerte.
-La poshumanidad, ¿es vivir en la virtualidad?
-Ciertamente hay una profunda fascinación por lo virtual. El hombre está sumido en la virtualidad y atraviesa su espacio mental en un ordenador; virtual e inmóvil, hace el amor a través del ordenador y sus cursos los da por teleconferencias. Es como un motor con cerebro minusválido. La inteligencia artificial no es inteligente porque no tiene artificio. El verdadero artificio es el de un cuerpo con pasión, con signos de seducción, con una máscara en el rostro y que por esa razón llamamos espíritu. Y la virtualidad ha liquidado la carga de la cultura del pensamiento moderno.
-Esta sociedad permisiva, ¿es realmente tolerante?
-Nuestra sociedad es mucho más intolerante que en otras épocas. La tolerancia es una coartada, un simulacro. La intolerancia que vivimos hoy no es represiva ni política sino integrista, totalitaria y se ampara en las leyes y la legalidad.
Seducción contra producción
-En otro de los capítulos defiende usted la seducción en oposición a la producción.
-Defiendo el juego de la seducción como comportamiento paralelo a las leyes, puesto que la seducción sola equivale al desorden. Creo que producción y seducción podrían mantener una relación similar a la de dos enamorados. La seducción habla de la no identidad. No es algo racional como la producción, sino el juego del deseo en el sentido más noble del término.
-¿Y hasta cuándo cree que los Estados Unidos pueden "seducir" a las otras culturas?
-Más que seducción hablaría de fascinación. Y la fascinación no ha ido nunca sola; paralelamente, se desarrolla una contrafuerza violenta que ahora es el Islam, antagonista de valores occidentales; pero en el fondo ese rechazo total está incluso en nuestros países. Está claro que ese modelo no nos hace felices. Curiosamente, cuanto más se perfecciona el sistema más pierde su fundamento simbólico. Hay una fractura simbólica dentro del sistema que adquiere las más diversas formas -desde el resentimiento cotidiano al terrorismo. Pero son todo reacciones contra el sistema y su virtualidad.
-Los últimos meses ha viajado por todo el mundo analizando el 11-S. ¿Cuál es su transcendencia real?
-El 11-S supuso una fractura. Hoy se percibe un doble sentimien-to, extraordinariamente contradictorio, de fascinación y rechazo. Era impensable, inexplicable, y la gente trata de encontrar justificaciones. A mí me resulta interesante más allá del terreno moral o político. Se ha pretendido reducir el Islam a un asunto ideológico pero no tiene que ver con nada de eso. El Islam es la contrapartida más fuerte al sistema integrista de valores occidentales. Lo esencial es que hay que respetar la globalizacion y lo singular. Los verdes son una forma de colonización que quiere racionalizar las fuentes del mundo según nuestros criterios al servicio de una determinada producción. El sistema occidental de valores humanistas universales es tan sólo una ilusión. Por eso somos tan víctimas como los otros.
-Finalmente, en una sociedad inventada para intentar que todo el mundo sea feliz, sucede lo contrario.
-Pero ¿qué es la felicidad? No creo que sea la realización de las necesidades ni la seguridad. Y si eso es la felicidad, desde luego no funciona. Por otra parte, no hemos probado que la exigencia del hombre sea la de ser feliz. Es un postulado que viene del siglo XVIII, una mera hipótesis que no quiere decir nada. La persecución del bien o de la felicidad ha degenerado terriblemente. El bien es un valor moral y la felicidad un valor existencial.
-A estas alturas, ¿qué es para usted lo más importante?
-La verdad es que no tengo creencias religiosas. Para mí la vida tiene como objetivo alcanzar cierta lucidez. Creo que es importante no entrar en el juego de los fantasmas de ideologías; finalmente, pensar es una forma de riesgo; en todo caso no es la búsqueda de la verdad lo que me interesa sino todo lo contrario, es decir descubrir todas sus ambiguedades, los desequilibrios, toda esa parte maldita de la que hablaba Bataille. Mi pasión no es la de saber sino de identificar la fragilidad de las cosas, la reversibilidad de la ilusión, las contradicciones de la existencia. Y la escritura y el lenguaje son una forma de jugar con eso, pero no la única.
-Descartes decía: pienso, luego existo, ¿y usted?
-No estoy seguro de pensar (ríe).