Uno de los elementos más singulares e ilustrativos de la tragedia de la ciudad romana de Pompeya son sus "vacíos", los huecos que dejó la materia orgánica —cuerpos de humanos o animales y objetos de madera, por ejemplo— entre los materiales volcánicos compactos al descomponerse. La forma de los cadáveres de centenares de víctimas de la feroz erupción del Vesubio en el año 79 d.C. se han podido documentar gracias a la técnica de los calcos de yeso, un método inventado por el arqueólogo Giuseppe Fiorelli en la segunda mitad siglo XIX.
Sin embargo, los cuerpos de los habitantes del asentamiento aledaño de Herculano, también arrasado por el volcán y sepultado por una veintena de metros de ceniza, no se han podido identificar con tal grado de detalle, con sus agónicos escorzos. Las excavaciones en las viviendas de esta ciudad han sacado a la luz muy pocas evidencias de víctimas humanas. Solo en los fornicis, una docena de almacenes portuarios construidos frente a la playa, apareció un contundente testimonio de la catástrofe: más de trescientos esqueletos de los aterrados individuos que habían tratado de escapar vía marítima.
Un nuevo estudio realizado por un equipo de geólogos y antropólogos italianos ofrece ahora una respuesta científica a ese misterio de dónde están los cadáveres de Herculano. Los análisis de restos de madera carbonizada recuperados en cinco zonas del yacimiento han desvelado que el primer flujo piroclástico que golpeó la ciudad momentos después de la erupción del Vesubio alcanzó una temperatura de al menos 550ºC e incineró y vaporizó a la gente que se encontraba allí. Los resultados de esta investigación se acaban de publicar en la revista Scientific Reports.
A principios de 2020, los científicos ya dieron a conocer el hallazgo del cerebro vitrificado de uno de los vecinos de Herculano, probablemente un guardián de la sede de los sacerdotes augustales. Según la explicación que ofrecieron, el individuo fue fulminado de forma instantánea: su grasa y sus tejidos corporales se quemaron, mientras que su cráneo explotó y la materia cerebral se convirtió en vidrio por efecto de las altísimas temperaturas.
El equipo liderado por Guido Giordano, de la Universidad de Roma Tre, y Pier Paolo Petrone, de la Universidad Federico II de Nápoles, ha logrado ahora reconstruir con mayor grado de precisión los eventos térmicos asociados a la erupción del Vesubio. El estudio muestra que ese primer flujo piroclástico o corriente de densidad (PDC por sus siglas en inglés), una nube de gases volcánicos calientes que viajan muchísimo más rápido que la lava, acabó de forma inmediata con toda forma de vida en su avance hacia la costa, hacia el mar Tirreno. La nube volcánica redujo su temperatura al alcanzar el agua, provocando que los refugiados de los fornici fuesen cubiertos por ceniza más fría, lo que favoreció la conservación de los restos orgánicos.
La ciudad fue golpeada gradualmente por varios flujos piroclásticos posteriores a temperaturas relativamente más bajas, entre 465 y 315 ºC, según han desvelado los análisis en el laboratorio de los vestigios de madera. En la sucesión de estos eventos se encontraría la explicación a la vitrificación del tejido cerebral del guardián mencionado anteriormente. La extrema brevedad de la primera nube de ceniza habría impedido que el tejido cerebral se vaporizara por completo, permitiendo su rápido enfriamiento para transformarse en vidrio antes de la llegada de la siguiente corriente de densidad.
En Pompeya, construida a mayor distancia del Vesubio, sus habitantes esquivaron esa suerte de llamarada infernal, pero quedaron igualmente sepultados por una enorme nube de cenizas. Muchos cuerpos han desvelado una actitud que los investigadores han comparado con la posición defensiva de un boxeador, con los codos y rodillas flexionadas y los puños cerrados. Esta escena es el resultado de someter a un cuerpo a altas temperaturas, ya que los músculos y los tejidos se deshidratan y se contraen. En Herculano el calor fue tan extremo que los cuerpos se evaporaron.