El guerrero de la rica panoplia militar de la sima de La Cerrosa-Lagaña, en las inmediaciones del pueblo asturiano de Suarías, sigue sin resolver su gran misterio: si el depósito de sus restos en algún momento de finales de la Segunda Edad del Hierro, entre los siglos III a.C. y I d.C., fue el resultado de una ceremonia funeraria, un sacrificio humano o el asesinato de un enemigo. Pero mientras la investigación arqueológica-detectivesca continúa, las excavaciones en la cueva han sacado a luz más información relevante sobre la actividad que presenció este lugar único, convertido en espacio para depositar cuerpos humanos desde el Neolítico final hasta la época tardorromana, un arco temporal mucho más amplio de lo imaginado.
La última intervención realizada en el yacimiento subterráneo, dirigida por Susana de Luis Mariño (Museo Arqueólogico Nacional-Universidad Autónoma de Madrid) y Alfonso Fanjul Peraza (Asociación Española de Arqueología Militar), y que ha contado con la participación de un equipo multidisciplinar compuesto por investigadores del CSIC y de las Universidades de Santiago de Compostela, Oviedo y Complutense de Madrid, se ha saldado con el hallazgo de nuevos huesos humanos que amplían a ocho el número de individuos de distintas edades inhumados en la cavidad —descubierta por Alis Serna Gancedo— a lo largo de varios miles de años.
En concreto, se trata de los restos de un adolescente del que todavía no se ha podido determinar su género y la parte inferior (varias vértebras, la pelvis y dos fémures) de una mujer joven en conexión anatómica, es decir, tal y como fue depositada. "Esto es relevante porque la cueva es una pendiente muy pronunciada que ha provocado que los huesos encontrados se hayan desplazado y estén en posición secundaria", explica a este periódico Susana de Luis. Ahora buscan financiación para fechar con análisis de radiocarbono ambos cadáveres, documentados sin materiales asociados.
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Las pruebas de Carbono 14 y los estudios antropológicos realizados por Silvia Carnicero Cáceres han permitido a los investigadores establecer un amplio abanico temporal sobre el uso de la cueva como un espacio ritual único en el Cantábrico: hay una vértebra de un adulto del Neolítico final —"ha sido una sorpresa porque no esperábamos encontrar una datación tan antigua", confiesa la arqueóloga—, los restos de un bebé recién nacido del Calcolítico, en torno a 2400 a.C., los cráneos de dos sujetos femeninos de la Primera Edad del Hierro, uno de unos 20-25 años y otro algo más antiguo de entre 25-30 años, un hueso largo de adulto que coincide con la cronología de la panoplia militar o los dientes de un niño de seis años datados entre los siglos III y V d.C.
La investigación de los restos humanos se completa con las analíticas de ADN (realizados por el equipo de Carles Lalueza-Fox) y de isótopos estables, que persiguen conocer aspectos como la dieta, la edad de destete y los lugares de procedencia (elaborados por el equipo de Olalla López-Costas). Sus resultados son todavía preliminares.
También se ha conseguido financiación de la Fundación Palarq para analizar las maderas del interior de las puntas de lanza recuperadas en el sitio, con una cronología amplia que va desde el siglo V a.C. hasta el cambio de era. "Su datación nos permitiría saber si están asociadas con los restos humanos de la Primera Edad del Hierro, con la panoplia guerrera o si es un depósito intermedio", detalla De Luis.
¿Hecatombe animal?
En la campaña arqueológica de 2022 se ha hallado un nuevo elemento de la panoplia del guerrero: la hebilla con un decorado con sogueado de un cinturón de placas articuladas del que se habría suspendido la vaina del puñal de filos curvos descubierta dos años atrás. Las placas de bronce, de las que ya se habían documentado tres ejemplares, se asemejan a las recuperadas en los campamentos romanos de la línea de circunvalación de Numancia, fechadas en torno a los siglos II-I a.C. Por eso los arqueólogos se decantan en datar este enterramiento hacia el cambio de era, asociándolo al contexto de las guerras cántabras.
Susana de Luis explica que el hallazgo de algún hueso más de este individuo que presentase evidencias de violencia ayudaría a resolver el enigma y señalar con mayor probabilidad alguna de las tres hipótesis —ceremonia funeraria, sacrificio ritual o asesinato—, pero solo con los materiales metálicos no lo pueden concretar.
"Estamos haciendo comparaciones con otras cuevas del Cantábrico, donde depositar piezas de esta cronología fue muy frecuente. Las guerras cántabras fue un momento de crisis muy importante para las comunidades prerromanas y utilizaron estos lugares como espacios rituales. Y es posible que en estas circunstancias se recurriese a sacrificios extremos, como los humanos", detalla la investigadora. Un espacio que demarcaría el límite entre lo terrenal y lo espiritual.
Además, en la intervención de 2022 se ha conseguido ampliar el número de recipientes cerámicos y obtener una estratigrafía intacta con la que, tras su análisis arqueológico y arqueométrico, se podrá conocer mejor la formación de los distintos depósitos generados a lo largo de los siglos en el interior de la cavidad. Por último, el análisis de la fauna, que está siendo elaborado por Verónica Estaca-Gómez, revela una ingente cantidad de animales depositados entre los que destaca toda la cabaña ganadera además de otros ejemplares salvajes como el corzo o el oso, dedicando una especial atención al caso de los caballos.
"La cantidad de fauna que hay en este yacimiento es abrumadora", concluye Susana de Luis. "Es el material más abundante y necesitamos fecharlo, saber si depositó en un momento único o no. Las fuentes clásicas dicen que los pueblos prerromanos hacían hecatombes. No descartamos que en La Cerrosa se haya podido hacer un sacrificio animal".