Los tres guerreros fueron sepultados en las profundidades de la cavidad, en una zona de muy difícil acceso para que nadie perturbase su descanso. Al lado de los cadáveres, durante la ceremonia ritual, los otros miembros de la comunidad visigoda depositaron varias armas: una espada de doble filo de unos 85 centímetros de longitud y un par de scramasax, de menor tamaño y único borde cortante, similares a un machete. El ajuar también lo integraban otros objetos, como un pequeño caldero de bronce o acetre, que se usaba para extraer agua de pozos o como instrumento litúrgico. El enterramiento ocurrió hacia el siglo VIII d.C.
Hace dos años, los investigadores Mariano Luis Serna y Juan Cano, durante una exploración en la llamada galería basal de la cueva de La Garma (Ribamontán al Monte, Cantabria) para recoger muestras de agua del río subterráneo, se toparon con los restos humanos y las piezas metálicas. Estaban cubiertos de una pátina negra, producida por la precipitación de óxido de manganeso, lo que había favorecido su conservación. No fue hasta el pasado 9 de junio cuando se realizó el rescate del "excepcional" conjunto funerario de época visigoda, el último secreto de un yacimiento único.
Los resultados de la compleja actuación, que ha involucrado a un equipo multidisciplinar de arqueólogos, antropólogos, restauradores, fotógrafos e ingenieros de varias universidades e instituciones, los han dado a conocer este lunes en una rueda de prensa Pablo Arias Cabal y Roberto Ontañón Peredo, codirectores del proyecto de investigación de La Garma desde hace más de veinticinco años.
"Es un conjunto único en la arqueología del período tardoantiguo en la Península Ibérica. Por otra parte, incluye un conjunto de objetos arqueológicos de gran interés y que no abundan en esta parte de Europa (las armas y el acetre)", explica a este periódico Pablo Arias, catedrático de Prehistoria en la Universidad de Cantabria. "Las armas tenían un gran valor simbólico. Es probable que las personas enterradas, o al menos alguna de ellas, fueran individuos correspondientes a los estratos más altos de la sociedad, en los que la actividad guerrera tenía una gran importancia", añade el investigador.
La extracción de todos los materiales ha sido una empresa de una gran complejidad, sobre todo ante la coyuntura de trasladar hasta un lugar tan remoto y de tan difícil acceso —los dos depósitos sepulcrales se alcanzaron tras un recorrido de tres horas que implicó descender cuatro niveles desde la entrada actual de la cueva, situada 50 metros por encima de la galería basal— todo el material necesario para realizar el trabajo con garantías.
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No son los primeros cuerpos de época visigoda que se descubren en La Garma. Otros cinco enterramientos del mismo periodo se han documentado en la galería inferior. "Dentro de su excepcionalidad por estar situados en una cueva muy profunda, son más convencionales, pues apenas incluyen objetos asociados, y desde luego no tienen armas", señala el catedrático y director del Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Cantabria.
A la espera de efectuar el estudio antropológico de los nuevos huesos humanos, los investigadores creen que hay al menos tres individuos. Sus restos están en buen estado de conservación a pesar de haber sido localizados en una zona inundable de la cueva. "Los factores que influyen en la conservación de los materiales arqueológicos son muy complejos", explica el prehistoriador. "Es cierto que el agua puede contribuir en determinadas condiciones a la degradación de los materiales, pero en otros sucede lo contrario. Es en las excavaciones subacuáticas donde se suele conservar, por ejemplo, la madera. Ahora bien, los objetos que están en medios muy húmedos deben ser manipulados con particular cuidado, porque una desecación brusca puede dar lugar a un rápido deterioro".
Por ello, los objetos encontrados están siendo sometidos a un proceso de estabilización en condiciones de temperatura y humedad parecidos a los de la cueva y a otro de restauración en los laboratorios del Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria (Mupac). También se van a realizar dataciones por Carbono 14, análisis de isótopos para reconstruir la dieta de los individuos y de estroncio para determinar su origen, así como estudios de ADN, metalografía y fluorescencia de rayos X. El objetivo, explica Roberto Ontañón, es recabar la mayor información posible sobre una de las etapas menos conocidas en la historia del territorio cántabro.
La cueva de La Garma, reconocida el año pasado con el II Premio Nacional de Arqueología y Paleontología de la Fundación Palarq, alberga una de las secuencias culturales más amplias y completas de toda Europa y sobresale por haber permitido a los investigadores estudiar suelos y estructuras del Paleolítico superior y documentar los rituales de los seres humanos que vivieron allí durante el último periodo glacial. El complejo kárstico cuenta con varias galerías. En la inferior se produjo hace 16.500 años un desprendimiento que selló un espacio de 800 metros cuadrados, generando una "cápsula del tiempo".
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La cavidad, que pasó de hábitat humano a espacio funerario, esconde uno de los mayores conjuntos de arte rupestre del mundo —sus más de 400 representaciones han sido declaradas Patrimonio Mundial por la UNESCO, entre las que destaca la inusual imagen de un ciervo gigante del Pleistoceno—, restos de cabañas de sus antiguos habitantes, una excepcional colección de objetos fabricados en huesos o plaquetas de piedra e incluso huellas de pies de niños neolíticos de entre 6 y 7 años. Una lista interminable de hallazgos que convierten al yacimiento en un unicum a nivel mundial.