A Paco Cerdà (Genovés, Valencia, 1985) de pequeño no le gustaba leer, pero un día ganó un campeonato de ajedrez en su colegio. Dos circunstancias aparentemente lejanas cobraron dimensión de causa-efecto. Cuando llegó a casa, enfebrecido por el juego de matar al rey, se dio de bruces con un libro que cambiaría su vida para siempre. Era La tabla de Flandes, de Arturo Pérez-Reverte, y recuerda que en la portada había un tablero. Estaba publicado en Alfaguara y fue el título que le condujo al precipicio de la lectura. Un verdadero jaque mate.
Este jueves se publicó su primer libro con el sello ahora integrado en Penguin Random House, lo que el propio autor considera "un sueño cumplido". Ha llegado, además, con honores de gran fichaje, pues resulta que entre ese campeonato de ajedrez y Presentes, el libro por el que hoy le entrevistamos, han pasado muchas cosas. Descubrió, por ejemplo, que su abuelo fue fusilado después de la guerra y, tras una ópera prima en la que exploró la despoblación en la Serranía Celtibérica (Los últimos, Pepitas de Calabaza, 2017), toda su obra posterior ha girado en torno al conflicto que separó a las dos Españas.
El peón (Pepitas de calabaza, 2020) fue reconocido con el Premio Cálamo al Libro del Año y nominado al Mejor Libro Extranjero de Francia. 14 de abril (Libros del Asteroide, 2022) le consagró definitivamente ante la crítica. Tal y como hiciera en este, Presentes pone el foco sobre un episodio concreto para tejer un tapiz de toda una época. Se trata del cortejo fúnebre de José Antonio Primo de Rivera tras ser exhumado de su tumba recién acabada la guerra. Una comitiva de falangistas lo llevarían a hombros hasta El Escorial, donde volvería a ser enterrado. "Una epopeya fascista de 467 kilómetros", escribe.
Cerdà se sirve de un lenguaje a veces evocador y a veces crudo, en todo caso pretendidamente literario —por momentos, a la telegráfica manera de Hemmingway—, más propio de las novelas que de las crónicas o ensayos, que albergarían episodios o temáticas como las que aquí, en Presentes, se traen a colación. ¿Pero quién diría que esto no es una novela, ahora que las fronteras de los géneros —¡¿qué géneros?!— están tan difuminadas?
Presentes no desdeña el tono irónico. Se sirve de las grandilocuencias de los cronistas del régimen para testimoniar la exhumación del fundador de Falange en el cementerio de Alicante, donde sus restos descansaban desde el inicio de la guerra, cuando fue fusilado, a los 33 años, en el patio de la cárcel de la misma ciudad. Fue un 20 de noviembre de 1936, exactamente tres años antes de este viaje, que se prolongó durante once días y diez noches. Aunque el gran hallazgo de este relato está en su contrapunto: la España de los vencidos, las pequeñas historias que acontecían mientras se cimentaba un mito a golpe de paso marcial. Aquí es donde el autor exprime su veta emocional. En la entrevista que sigue también se vuelca al respecto. Eso sí, que no le pregunten por Vox.
Pregunta. Un día tropieza con un vídeo en blanco y negro del cortejo que transportaba el cadáver de José Antonio Primo de Rivera. ¿Cómo accede a él?
Respuesta. Está en Youtube y lo vi hace cinco años. Incluso en El peón hago una referencia a este cortejo. Las imágenes me impactaron, y al cabo de los años volví a encontrarme con ellas, cuando escribía 14 de abril. Pensé que estaría bien saber cómo fue aquel viaje tan fantasmagórico, tan dislocado de nuestro presente. También, cómo se contó ese viaje en la prensa. Me impresionó la forma en que se construyó un mito superlativo que contrastaba tanto con la escasa representación que había conseguido en vida José Antonio. Muerto era mucho más decisivo e influyente, aunque desnaturalizado, que vivo.
»Esa fue la primera intención, pero inmediatamente pensé en que esto estaba pasando en la España más negra de represión y de resistencia en los primeros años de la dictadura: los primeros maquis que huían, los exiliados, los internos en campos de concentración, los profesores depurados, los presos, los fusilados. Eso sí era un proyecto literario con un sentido muy determinante: ofrecer por primera vez la cara B de ese gran acontecimiento de la dictadura que es tan desconocido en la actualidad. Ese desfile quería apropiarse de una figura, pero también quería ocultar lo que estaba sucediendo en el resto de España.
P. Habla en el libro de una "operación de propaganda", pero también dice que José Antonio "denostaba el ideal conservador". ¿Podría haber servido entonces este homenaje para limpiar la imagen recalcitrante del franquismo?
R. Todo era incipiente, se estaba empezando a gestar un nuevo Estado y Franco era, sin duda, consciente de que cuanto más y más sólidos fueran sus apoyos, mejor. Él se apoya en la Iglesia, en el Ejército y decide desactivar todo aquello que representa Falange, pero apropiándoselo, no rechazándolo. Hasta entonces era un movimiento de masas ya bastante organizado que en la guerra había tenido su papel. José Antonio en vida era la antítesis de Franco, pero muerto sí que le era muy útil, porque servía para aglutinar a todos aquellos que lo seguían.
»El objetivo era ganar peso social. Además, se homenajeaba a un mártir, a un fusilado en la guerra. La cultura de la muerte estaba presente. Era una forma de recordar que había habido muertos por esa cruz y por esa patria. Más allá de que José Antonio tuviera otro discurso: el anticapitalismo, la justicia social… Que hubiera un ataúd que durante casi 500 kilómetros fuera al frente recordaba a España por qué se había muerto.
"Mientras la gente se ofrecía como nodriza o para hacer zurcidos, otros tenían delirios de imperio"
P. Además de enfrentar el interminable cortejo fúnebre a lo que también ocurre en aquellos días con los vencidos, hay una vocación por abordar un lenguaje abiertamente literario. ¿Qué le permite esta fórmula?
R. Muchas veces el tema eclipsa la forma, engulle el estilo. En este caso, yo no fabulo nada, sino que intento que todo el andamiaje de documentación que reúno sirva a un propósito literario. No es un libro de historia, es una novela sin ficción. Creo que la no ficción literaria es muy rica porque admite la crónica, la autobiografía, admite injertar unos versos, un aforismo, incluso admite la opinión y hasta expresar una duda: "No sé si pasó esto". El estilo era muy importante.
»Por un lado, la idea era seguir con la pompa y la estética de los diarios del régimen, con el objetivo de que el lector se imbuyera en ese viaje casi sensorial. Por eso me interesaba recuperar las palabras de esa caravana periodística y literaria que seguía al cortejo: plumas tan importantes como Álvaro Cunqueiro, Azorín, Agustín de Foxá, Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo… Por otro lado, quería suscitar la emoción, claro. Creo que el denominador común de todas las historias es que son conmovedoras. Miguel de Molina, por ejemplo, que recibe una paliza "por maricón y rojo" y, aun así, no se arruga, desafía al miedo porque quiere ser libre y se sube al escenario del Teatro Pavón para volver a ser aquello para lo que había nacido: creador de belleza.
P. Hay, por tanto, una voluntad de caricaturizar al franquismo desde su propio lenguaje…
R. Quería, sobre todo, mostrar la evidencia del exceso, los fundamentos que les permitieron construir un mito completamente descabalgado de toda conexión con la realidad. Casi había una competencia entre plumas para ver quién dibujaba a un José Antonio más divino. Se trata, por tanto, de un mecanismo literario que te acerca a lo que entonces se estaba contando y, al mismo tiempo, genera una atmósfera que contrasta con el hilo de mis libros, esa minúscula de la historia de España, esos olvidados... Mientras la gente se ofrecía como nodriza o para hacer zurcidos, otros tenían delirios de imperio.
"Franco y José Antonio no se soportaban. La vez que se vieron la cosa acabó mal, ninguno de los dos acabó contento con quien tenía en frente"
P. ¿Ha tenido alguna vez en cuenta esas teorías de que Franco pudo tener algo que ver con la muerte de Primo de Rivera?
R. No, es que se dijeron tantas cosas, se ha especulado tanto sobre si pudo hacer más y no hizo… Eso ha alimentado mucho la confusión. Lo que es cierto es que no tenían nada que ver uno con el otro. Y que no se soportaban. La vez que se vieron la cosa acabó mal, ninguno de los dos acabó contento con quien tenía en frente. Uno era militar, el otro un abogado; uno había participado en guerras reales, el otro era un intelectual, un poeta sin obra que disfrutaba de estar rodeado de una corte literaria… No puedo imaginarme cómo sería la biblioteca de Franco [risas].
P. ¿Le preocupa la idea de que la Guerra Civil y la posguerra son temas ya muy gastados para la literatura?
R. Pues es que era el libro que necesitaba escribir, en parte por la historia de mi bisabuelo, que fue detenido en el 39 por ser concejal de la República y fusilado en el 43 en Paterna. Mi abuelo cumple en noviembre 99 años y toda la vida ha sufrido ese trauma. Todas las semanas voy a verlo y tiene colgado el cuadro de su padre. Él tenía 17 años entonces y le cuesta mucho hablar de ello. La semana pasada le llevé el libro y le leí esa página y media donde lo cuento. En ese momento tuve conciencia de que estaba viviendo una de las cosas más emocionantes que me han pasado en la vida. Eso a mí no se me olvida.
»Entonces… ¿es un tema gastado la guerra? Que se lo digan a las familias de tantas víctimas. Y, al mismo tiempo, hay tantos ecos que nos llegan hoy… La memoria es enemiga de la nostalgia y nos sirve para mirar hacia mañana. No podemos renunciar a la guerra por que sea un tema gastado.
P. Cuando escucha cosas como que la ultraderecha española quiere volver a los tiempos de Franco, ¿qué piensa?
R. Me vas a permitir que no cruce la frontera de la actualidad. Lo que sí te puedo decir al respecto es: cuidado con banalizar el mal, el odio, la ausencia de democracia y de libertad. Aquellos años eran tiempos de grandes ideales, de utopías, de creer en el futuro. Incluso de sacrificar la propia vida por que una causa colectiva avance. No sé si eso es bueno o malo, pero a veces me pregunto cuántos brigadistas internacionales que vinieron a luchar en la guerra desde todos los sitios del mundo irían hoy a liberar a las mujeres de Afganistán que no pueden mirar a los hombres a la cara.
"¿La Guerra Civil es un tema gastado? Que se lo digan a las familias de tantas víctimas"
P. ¿Qué otro episodio histórico de los que le interesan merecería otro libro en la línea de Presentes o 14 de abril?
R. Mi novia, que sabe mucho sobre mí, me dijo: ¿te das cuenta de que la sombra de Franco siempre planea sobre tus libros? Y tenía razón. Yo creo que la dictadura tuvo muchas dictaduras dentro. Hay muchas etapas distintas y muy contrapuestas. Me parece que los años 60 fueron años muy agitados, que tenían su espejo en lo que sucedía en otras partes del mundo: el mayo del 68 en Europa, California, Woodstock… Entre esos años y el final del franquismo hay un campo por explorar en torno a los jóvenes que se resistieron a que la dictadura se alargase.
P. El final del franquismo es una etapa de contradicciones...
R. Sí, sí, claro. Era el poder del poder, no para cumplir un propósito inicial. La entrada de las bases americanas marca un punto de inflexión en España porque la autarquía había sido una nefasta política que había empobrecido al país. Ese fallo hizo que Franco tuviera que reconvertirse como un camaleón, que es lo que siempre hizo (como con José Antonio y su ideología), metamorfoseándose para persistir en el poder y depurar. Porque yo creo que había también una sed de venganza. Por ejemplo, Puig Antich [último asesinado por garrote vil en el franquismo] no iba a desestabilizar nada.
P. ¿Qué supone para usted el fichaje por Alfaguara?
R. En todas las casas en las que he publicado he estado muy a gusto y me han tratado muy bien. Y llegar a Alfaguara para mí ha sido una ilusión casi infantil. Leía a Pérez-Reverte, Javier Marías, que fue el gran referente literario español junto con Antonio Muñoz Molina, Julio Llamazares, Manuel Vicent, Juan José Millás, José Saramago, Gay Talese… Para mí estar en la constelación Alfaguara es un sueño cumplido.