A oídos del emperador Tiberio llegaron noticias de un descubrimiento desconcertante: unos huesos de tamaño descomunal habían surgido de entre las profundas grietas que se habían abierto en la tierra a causa de una serie de terremotos que sacudieron al Imperio romano a principios del siglo I a.C. Algunos pensaron que se podía tratar de los restos de los antiguos gigantes que habían habitado la tierra mucho antes que los mortales, según los mitos griegos. Pero el princeps quiso comprobarlo con sus propios ojos y ordenó que le enviasen una muestra a su palacio.
Flegón de Trales, un autor griego de la corte del emperador Adriano, cuenta en sus Memorabilia —cosas maravillosas— que a Roma llegó una embarcación que transportaba un diente de más de treinta centímetros de largo que habría pertenecido a una criatura gigantesca. Si bien se negó a que le mostrasen más restos, Tiberio, picado por la curiosidad, pidió a un geómetra llamado Pulcro que calculara el tamaño del misterioso ser a partir de las dimensiones de la pieza dental. El resultado fue una cabeza de más de tres metros de altura que poco tiempo después sería desmantelada.
Los romanos no lo sabían, pero seguramente ese desconcertante hallazgo fue el diente fósil de un dinosaurio. Este es solo uno de los casos que las fuentes clásicas recogen sobre descubrimientos paleontológicos. Hacia el año 58 a.C., el político Marco Emilio Escauro condujo en barco desde Judea hasta la Urbs una columna vertebral de más de doce metros de largo con costillas de casi tres. Plinio el Viejo explicó que los restos —quizá de una ballena— se expusieron en la ciudad y se atribuyeron a Ceto, el dragón marino que iba a devorar a Andrómeda justo antes de ser rescatada por Perseo.
Historias de este tipo componen el nuevo libro de Néstor F. Marqués, Momentos de la antigua Roma que cambiaron el mundo (Espasa), una obra en la que el arqueólogo vuelve a demostrar todas sus dotes divulgativas para dar a conocer los aspectos más desconocidos y mal entendidos del universo romano. Con el rigor como pilar, como ya había hecho en sus libros previos —Un año en la antigua Roma (2018), Fake news de la antigua Roma (2019) y ¡Que los dioses nos ayuden! (2021)—, el autor reconstruye a través de pequeñas pinceladas algunos de los episodios que definieron el sino de esta fascinante civilización.
Algunos de ellos son realmente cómicos, como la evolución del ritual de los auspicios para consultar la voluntad divina. Los romanos observaban a los pájaros para leer las respuestas de los dioses, pero ante el gran volumen de consultas la ceremonia se redujo a liberar a un grupo de pollos frente a un poco de comida. Si picaban algún grano, significaba que Júpiter aprobaba la acción prevista, y muchos magistrados empezaron a amañar de forma muy sencilla los resultados, dejando varios días sin alimentar a los animales.
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Pero jugar con el mandato de los dioses tenía sus cosecuencias: en el año 249 a.C., durante la primera guerra púnica, el cónsul Publio Claudio Pulcro procedió a consultar a los pollos pocos instantes antes de enfrentarse a los cartagineses, en la cubierta de su barco. Como los animales no probaron la comida, quizá mareados, el militar cogió a las aves y las lanzó directamente por la borda. "Ya que no quieren comer, tal vez prefieran beber", dijo en un ataque de ira. No es difícil imaginar lo que ocurrió a continuación: la batalla de Drépano fue una de las peores derrotas que había sufrido Roma hasta entonces.
Marqués, creador del proyecto Antigua Roma al Día, también lanza alguna ingeniosa provocación. El primer capítulo del libro tiene el título de "Julio César, emperador de Roma". Y no le falta razón al afirmar que fue así, aunque la sentencia esconde trampa: no es el Cayo Julio César que cruzó el Rubicón, sino Cayo Octavio Turino, el futuro Augusto, que tras el asesinato de su tío abuelo descubrió en su testamento que le había adoptado y se puso el mismo nombre.
Dividido en nueve apartados —guerra, política, sociedad, cultura, ingeniería, espectáculos, religión, sucesos extraños y Roma después de Roma—, el arqueólogo relata los orígenes romanos del calendario actual, el gran mito de los combates de gladiadores —la mayoría no terminaba con la muerte de uno de los combatientes—, las ideas sobre la homosexualidad o la muerte, cómo era el turismo en la Antigüedad, la construcción de un paseo de la fama escultórico o el origen de innovaciones y comportamientos que a priori consideramos modernos. Algunos temas ya los abordó en sus obras previas, pero siempre resulta muy didáctico adentrarse en las casas y espacios públicos romanos de la mano del mejor divulgador en español sobre la Antigua Roma.
Y como el título hace referencia a los momentos que cambiaron el mundo, uno relevante y bastante desconocido es la batalla del Puente Milvio. Acaecida el 28 de octubre del año 312 en torno al río Tíber, la victoria de Constantino el Grande sobre el emperador Majencio allanó la adopción del cristianismo como la única religión oficial del Imperio romano.
En 2005, en la ladera este del monte Palatino, los arqueólogos descubrieron un conjunto de signa o estandartes y cetros de poder imperiales, los únicos que han sobrevivido hasta el presente. Las pruebas científicas y los materiales del contexto fecharon el hallazgo a principios del sigo IV. Probablemente se trate del ocultamiento de las insignias de poder de Majencio. O él o algún miembro de su corte decidió enterrarlas para que su enemigo nunca pudiese lucirlas como botín de guerra.