Antonio Elorza (1943), historiador y politólogo de larga trayectoria, aborda en este libro la crisis política que dominó el reinado de Carlos IV y que desembocó, en 1808, en la caída de la monarquía borbónica y el inicio de la Guerra de la Independencia. Lo que le interesa aquí es explicar cómo se llegó a ese desenlace y, ya desde el título, ofrece al lector la perspectiva de su análisis.
A su juicio, se trató de una contienda por el poder, un juego de tronos. Eso es lo que practicó Bonaparte en el tablero continental y que, en el rincón ibérico, Elorza adjetiva como “castizo”, por las particularidades del jugador principal, Manuel Godoy, y también las de los secundarios: Carlos IV, la reina María Luisa y su heredero Fernando, entre otros.
Aun cuando no compartieran motivos, no es posible entender la lucha por el poder en la corte española de esos años sin relacionarla con la reorganización de coronas europeas emprendida por Napoleón. Siguiendo con la figura del juego de tronos, está claro que la partida española estuvo determinada, desde el principio, tanto por la influencia del proceso revolucionario francés iniciado en 1789 como por la peculiar relación que establecieron Carlos y María Luisa con Godoy, elevado a la cumbre del poder en calidad de “amigo” de la pareja. Los tres constituyeron una “Trinidad”, según la propia reina.
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La realidad es que este anómalo gobierno trino estaba dominado por Godoy, con la aquiescencia indesmayable de la soberana, y que el objetivo del favorito, una vez aupado a la cúspide, fue neutralizar a quien creía su único enemigo, el heredero Fernando. Interpretando la documentación conservada, Elorza perfila los caracteres enfrentados y las relaciones entre los protagonistas, que revelan una turbia mezcla de lo personal con lo político.
A partir de 1799, cuando Napoleón da el golpe de Estado de Brumario, y más aún desde que proclama el Imperio en 1804, se evidencia que el juego palaciego español ha quedado incorporado a uno más grande donde solo decidirá el Corso. Según Elorza, Godoy completó dos procesos con consecuencias negativas en la evolución política española con la esperanza de que así consolidaría su propio poder: la laminación de los epígonos del absolutismo ilustrado (Urquijo, Aranda), o del liberalismo emergente (Jovellanos), y la retroacción al modelo del valimiento basado solo en la amistad personal.
La partida española estuvo determinada, desde el principio, por la peculiar relación que establecieron los reyes Carlos y María Luisa con Godoy
Y luego, para salir airoso frente a la agresividad francesa, el valido trató de establecer una relación directa con el emperador, para tantear posibles salidas personales ofreciendo a cambio contrapartidas que comprometían el futuro del país. En cualquier caso, ante la astucia y la fuerza militar de Napoleón, poco podía hacer Godoy. El tratado de Fontainebleau (1807) reveló cuáles eran las verdaderas intenciones del emperador, pues bajo el pretexto de incorporar Portugal al bloqueo de las Islas Británicas y otorgar a Godoy el principado del Algarve, quería ocupar España y derrocar a la dinastía borbónica.
El denominado motín de Aranjuez, en marzo de 1808, que provocó la abdicación de Carlos IV y la caída de Godoy, y el levantamiento popular del Dos de Mayo, suponen, según Elorza, dos reacciones ajenas al juego de tronos, imprevistas y que, en principio, no parecieron impedir el desarrollo del plan napoleónico. Es muy significativo que, al mismo tiempo que los madrileños se estaban enfrentando con desesperación al ejército francés, en Bayona se viviera la triste escena final de la lucha por la titularidad del poder español.
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Carlos IV y Fernando VII, entre mutuos reproches, cedieron a Napoleón sus derechos al trono de España y este los entregó a su hermano José. Aquí empezó otra partida, pero esta nueva iba a tener otros protagonistas, otros escenarios, otras víctimas y otro desenlace.