Aleksandr Ogoródnik volvió a Moscú en otoño de 1974. Tras varios años de servicio diplomático en la embajada soviética de Bogotá, la Madre Patria le daba de nuevo la bienvenida. Pero el agente del KGB, destinado ahora al Ministerio de Asuntos Exteriores, había sufrido una transformación, un desengaño. Ya no creía en las bondades del sistema comunista: las corruptelas y mecanismos represores le habían convertido en un renegado. Sus frustraciones llegaron a oídos estadounidenses y la CIA logró reclutarlo. Ahora espiaba para el otro bando.
Resultó una valiosísima fuente de información hasta el verano de 1977, cuando quedó expuesto por un traductor checo que trabajaba como infiltrado soviético en el servicio secreto de EEUU. Trigon —ese era su nombre en clave— fue detenido en su apartamento. Sabedor de que su fin estaba escrito, se ofreció a confesar sus actividades de espionaje. Mientras lo hacía, logró abrir su bolígrafo, extraer una cápsula de cianuro que le había proporcionado a regañadientes un enlace de la CIA y lo mordió. Murió como un héroe, y sin saber que tenía una hija.
Esa hija se llama Alejandra Suárez (Madrid, 1975), y no empezó a saber la verdad sobre su padre hasta los 13 años, cuando su madre le confesó que no había sido un matemático alemán llamado Alejandro fallecido en un fatídico accidente de tráfico cuando estaba embarazada. En realidad, fue un primer relato bastante esquivo e inexacto que inauguró años de investigación e interrogantes, un camino incansable por reconstruir la biografía de "Sacha" que ahora vierte sus resultados en el libro Mi padre, un espía ruso (Ediciones B). Además, la obra, un homenaje a Aleksandr que desborda emoción en todas sus páginas, incluye sus memorias inéditas, redactadas entre 1975 y 1977 y que él esperaba publicar al terminar su misión para mostrar a sus compatriotas cómo estaban siendo manipulados.
"Conozco algo de la literatura de renegados, pero he visto pocas veces que quede tan bien reflejado ese viaje del comunista defensor del régimen soviético, el idealista inocente, como él mismo se definió, hasta darse cuenta de las barbaridades y engaños de la URSS", destaca la autora en una charla con este periódico. "El mayor valor de las memorias reside en esa parte personal de cómo describe su desencanto y en que siguen demostrando la falsedad que supone todavía hoy el gobierno en Rusia y en todas las repúblicas exsoviéticas".
El crudo testimonio del espía también puede interpretarse como un intento de autojustificación. "Le debió de costar muchísimo tomar la decisión de traicionar a su país", valora Alejandra. El manuscrito estuvo durante años guardado en la caja fuerte de un banco, y luego saltó al trastero de la casa de su madre, que nunca se atrevió a publicarlo. "Me dijo que lo había intentado, pero mi sentimiento es que no porque vivió siempre con mucho miedo. Я не напуган. Yo no tengo miedo. No voy a parar, va a ser una lucha para toda la vida hasta saber absolutamente todos los detalles de la historia de mi padre".
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Fuente productiva
Trigon, nacido en Sebastopol en 1939, graduado en la academia naval y formado en el Instituto de Relaciones Internacionales de Moscú, se enamoró en Colombia de una intrépida madrileña que había cruzado el charco para iniciar una nueva vida. Él ya estaba casado, pero era un matrimonio por conveniencia —los diplomáticos soviéticos solteros no podían abandonar el país—. Esta relación, sumada a las escuchas de la CIA que grabaron sus opiniones críticas contra el sistema soviético, le convirtieron en un objetivo a reclutar. "No se sabe bien en qué medida intervino mi madre, pero a los estadounidenses les costó bastante contactar con mi padre; de hecho, al principio se enfadó mucho cuando lo abordaron en el aeropuerto esperando a que ella volviese de un viaje", detalla Alejandra.
El agente Trigon —no hay una explicación oficial del alias, el término remite a un juego de pelota en la Antigua Roma— fue adiestrado en Colombia en el uso de una cámara subminiatura oculta en un encendedor o en una pluma estilográfica para fotografiar documentos, le enseñaron elaborar y descodificar mensajes en escritura secreta y a recoger paquetes depositados en escondrijos, los famosos dead drops o buzones muertos. Antes de viajar a Moscú, proporcionó material que desvelaba los planes soviéticos de influir en la política latinoamericana. "Volvió porque quería cambiar el sistema desde dentro, había sido una persona leal al régimen que trató de demostrar que todo era un castillo de naipes", resume Alejandra.
Un documento oficial del servicio de inteligencia de EEUU de 1993 describió a Trigon como "una fuente inmensamente productiva para la CIA en el Ministerio de Asuntos Exteriores soviético". James Olson, el exjefe de contrainteligencia de la agencia, reconoció en un documental en 2016 que "la calidad de la información que nos pasaba era alucinante" y que "con esa operación hicimos historia al tener por primera vez a un agente en una posición clave en Moscú".
¿Cuáles fueron los secretos que filtró a Occidente? "Casi todo está clasificado, todavía no se conocen esos documentos, pero sabemos que recogió información importante para la operación Salt II", dice la hija en relación a los acuerdos entre EEUU y la URSS para limitar las armas estratégicas. "Muchos de los informes que recabó, al trabajar en el Ministerio de Exteriores, seguramente tuvieron que ver con el posicionamiento de tropas o sobre la inteligencia de URSS en otros países".
Hay algunas fuentes rusas que señalan que Trigon, a su regreso, se comprometió con Olga Rusakov, la hija del secretario del Comité Central del PCUS. Su descubrimiento como agente doble habría supuesto su eliminación. "Yo creo en la versión del suicidio. Hay una parte muy emocional en ello: quiero creer que mi padre murió como un héroe, sin que le pudiesen sacar nada de información. Igor Peretrukhin, uno de los agentes que participó en su detención y escribió un libro, lo cuenta así. Para Rusia sería más fácil inventarse otra cosa, pero la mayoría apoya esta versión", confiesa Alejandra. En 2018, gracias a unos documentalistas colombianos, descubrió que la tumba de su progenitor se encuentra en un cementerio de Moscú.
Embarazo oculto
Martha Peterson fue otra agente de la CIA desplegada en la capital soviética a finales de los 70. Ella fue descubierta y llevada a la temible Lubianka en la misma operación de contraespionaje que acabó con Trigon. Contó la historia del hombre con el que intercambió mensajes secretos, pero a quien nunca vio en persona, en The Widow Spy, una de las principales fuentes para Alejandra Suárez. Los contactos de esta última con la agencia estadounidense, no obstante, siempre han sido extraoficiales. "Solo me han dado la propinilla de publicar el caso de mi padre en su web", lamenta, reclamando un mayor reconocimiento.
Un episodio tan sobrecogedor, combinado con la necesidad de derribar todas las mentiras de la infancia, tuvo más fuerza que las recomendaciones de no remover las cosas. "No sería hija de mi padre si no llego a seguir adelante", presume Alejandra. El caso de Trigon, de hecho, se sigue estudiando en las escuelas de inteligencia rusas. "Un excoronel de la KGB me dijo que lo venden como un triunfo del contraespionaje, aunque para mí no lo es porque no lograron sacarle nada".
Uno de los pasajes más conmovedores del libro, cuya trama reúne todos los ingredientes de las mejores novelas de John Le Carré, es descubrir que el agente soviético nunca supo de la existencia de su hija. "No se sabe muy bien quién toma la decisión de no contarle lo del embarazo, pero mi teoría es que la CIA convence a mi madre de que mi padre iba a estar todavía más estresado con este componente emocional. Hay momentos en que lo pienso y me da mucha rabia: quizá si hubiera sabido que está esperando una hija no hubiera decidido volver a Moscú", reflexiona una emocionada Alejandra.
La historia todavía no está cerrada. A la espera de la desclasificación de los documentos que arrojen luz sobre la dimensión real de la actividad de Trigon, su hija se pregunta por el paradero de su familia soviética. "¿Pagaron de alguna forma la traición de mi padre?". A él, a Aleksander, si lo tuviese delante y a pesar de todos los misterios que quedan por resolver, tiene muy claro lo que le preguntaría: "¿Me quieres? ¿Estás orgullosa de mí?".